De la estética y la erótica

De la estética y la erótica

Bajo el título de «Test moral sobre una fotografía», EL PAIS del 23 de marzo de 1980 dedicó un editorial en defensa del desnudo humano, aprovechando la coyuntura que le brindaba la noticia del procesamiento del excelente fotógrafo que es César Lucas por sus célebres fotos de Marisol

Me gustaría ir un poco más allá de lo que el citado editorial fue. Pienso que vale la pena, porque ese hecho es el termómetro de muchos acontecimientos por los que hemos pasado, unos como víctimas de la ley, otros como pacientes de un clima general canijo que se respira respecto a lo que el citado editorial denuncia como hipocresía. El editorialista crítica «una sociedad particularmente hipócrita que tiene por malvado un desnudo como el propiciado por un fotógrafo de crédito sobre un personaje popular como Marisol». Para denunciar la hipocresía se basa en un referente que es el de la «belleza y la estética de una persona». En realidad esta argumentación no es nueva. Es el recurso tópico a ese referente denominado estética.

Sin embargo -y es aquí donde quiero incidir-, el gusto y el deleite que proporcionan esas fotos (aparte del detalle de Marisol, hoy son unas, mañana serán otras), no pueden ser entendidas solamente desde «la belleza y la estética». Hay un matiz muy peculiar en ellas que da «algo más», «algo distinto», «otra cosa». Justamente en ese matiz radica la conflictividad. Sin ese matiz no habría persecución de nadie. Ese matiz es precisamente el que señala un referente distinto de la estética. Es el referente de la erótica, valor -valor, digo- que, de hecho, viven los que se deleitan en ellas, muy por delante del valor estético.

Hablando de la estética hay un acuerdo general tácitamente admitido por todos. La estética es un recurso inofensivo. Sin embargo, la erótica es un referente conflictivo, aunque -y ahí está la hipocresía- es un hecho que todos vivimos, incluso más visceralmente, más encarnadamente, más calientemente y que muy pocos se atreven a manifestar. Más aún, si usamos el referente de la estética es posible que nos consideren intelectuales, mientras que si usamos el referente de la erótica es muy posible que nos tomen como auténticos salidos.”

En muchas ocasiones he asistido a debates entre el erotismo y la pornografía y en todos ha surgido el inevitable recurso al referente de la estética. Uno tiene la impresión de que deberíamos ser enormemente estéticos, a juzgar por el uso que de la estética hacemos como excusa -porque ésa es la palabra- para que no nos consideren como lúbricos y sinvergüenzas.

Y, sin embargo, todos -todos- notan y notamos la exigencia de una vivencia erótica agradable, feliz y placentera. ¿Cómo llamamos a esta exigencia, a esta dimensión de las personas? Sinceramente no creo que la estética sea la encargada de explicarlo, aunque evidentemente tenga incidencias en ella. Pero insisto en que hay algunos matices que en la práctica vemos diferentes. El hecho de que la estética circule con toda dignidad y que la erótica no haya sido promocionada con una dignidad similar puede que no sea una simple cuestión semántica sino una realidad de mucha, mucha tela que cortar. La falta de promoción y de reconocimiento de ese valor humano que es la erótica ha traído muchos males. Males que las personas viven cada día en su propia carne. Las personas humanas -y no conozco otras de las que podamos hablar con conocimiento de causa notan esta carencia y lo manifiestan con mucha claridad cuando, en sinceridad, pueden manifestarlo sabiendo que no van a ser juzgados.

A falta de ese valor, cada cual trata de compensarse y arreglárselas como le permiten sus apaños. Otro signo social dominaría si la erótica fuera reconocida en su dignidad -porque la tiene- y maravilla -porque lo es-. Estoy aludiendo a un reconocimiento como valor, al mismo nivel que otros valores humanos que nadie pone en duda. Entre ellos el que se esgrime tanto de la estética. Pero lo triste es que, ante el abuso vacío de ese referente de la estética, lo que veo es el recurso a las alturas para seguir relegando a las bajezas todo un mundo articulable con sencillez como realidad cercana, caliente y visceral.

La erótica, como referente, como valor, está siendo muy necesitada de promoción. Y está pidiendo poder presentarse por su nombre, el suyo; por su gestualidad, la suya; por sus matices peculiares, -los suyos; que ya está harta -si me lo permiten- de tanta sombra de siglos. En realidad no estoy hablando de un extraño personaje, sino de la dimensión erótica que todos llevamos dentro, sin que tengamos que ser unos modelos de belleza o de estética oficial como puede ser el caso de la que ha provocado este comentario, que ha sido la imagen de Marisol.

Porque ahí radica otro detalle esencial cuando se debaten estos temas y se recurre a la belleza y a la estética. Como si los que no fueran fotogénicamente estéticos no pudieran ser eróticos… Sabemos que la erótica de las personas no se mide por la estética. Son otros cánones, también subjetivos, evidentemente, pero que no siempre coinciden ni tienen por qué coincidir, Pobres entonces, de muchos y de muchas…

Hay aún otro matiz que se usa muy a menudo en estos debates -y especialmente en los juicios, lo sé por experiencia- y es el grado de atrevimiento y de osadía. Y así se dice «texto muy atrevido», «imagen muy osada». Elemento éste que delata la batalla lidiada una vez más contra un referente vergonzoso y fantasmático que algunos letrados manejan cuando hablan de moral pública y por el que sentencian luego el «delito de escándalo público» y «la ofensa a las mores o valores públicos».

Si viéramos la erótica como un valor nuestro -la erótica nuestra de cada día-, no caeríamos en la insolencia de tratar de ella solamente en casos conflictivos o atacantes. Es una pena que de este valor -y sigo hablando de valor por que lo es- sólo se hable con las armas levantadas. Hipocresía por hipocresía. Parece como si se tratara de la soga en casa del ahorcado y como si la soga no sirviera más que para ahorcarse. Desgracia sobre desgracia.

Si nuestra historia va descubriendo o permitiendo descubrir valores nuevos, puede que hoy estemos en muy buena coyuntura para hablar con dignidad de este valor humano de la erótica, no digo ya con valentía, que no es eso, sino con llana y sencilla sinceridad. Los intelectuales podrían aprovechar ocasiones como la que nos ocupa y, a través de ellas, tejer un poco los hilos que las personas viven, articulando así una fórmula verbal utilizable para que podamos entendernos. Los valores no nacen como los hongos. Se perfilan, se articulan, hacen su camino.

Si ante ocasiones como esta se reduce a justificar una situación erótica recurriendo a la estética es muy posible que se haya perdido una buena ocasión de airear una realidad necesitada de oxigenación. Una realidad cuya desgracia es ser considerada muda cuando lo que sucede es que no sabemos escuchar su lenguaje, porque no tenemos códigos que nos permitan comprender sus articulaciones.

La erótica como valor cultural no está desarrollada, es evidente. Sin embargo, aunque sólo sea como sugerencia, puede comprenderse a partir de un hecho: el de ser personas sexuadas, que nos vivimos como sexuadas y nos expresamos como tales. Esta exigencia, esta dimensión, cada cual la expresa como puede. Pero de hecho es vivida por todos. Bien, mal o regular … Cada cual según se las arregla.. Su cultivo -y no sólo su apaño- daría como resultado una dimensión humana realizable, vivible con gusto y con agrado. He ahí sin especiales enigmas un camino a seguir.

Desde muy pequeños nos enseñan a cultivar una serie de valores y cualidades, de dimensiones. Esta cualidad y este valor de vivirse como personas sexuadas y de expresarse como tales sigue, por lo que vemos, bajo el signo de la maldición. Y apenas toleramos unos apaños de supervivencia recurriendo a su camuflamiento bajo la estética, cosa que, por otra parte, a todos nos va de lejos. Antes se justificaba, dentro de su mutismo, recurriendo a la perpetuación de la especie. Incluso algunos hacen la concesión de otorgarle el poder salir a flote bajo el hábito de la debilidad humana, de la satisfacción de los instintos groseros y perversos, como los animales.

Pobres animales, bendita reproducción, sublime estética. En cachos se va la erótica de las personas humanas por la incapacidad de cambiar su signo. Y, sin embargo, las personas siguen siendo sexuadas y siguen necesitando vivirse como sexuadas y expresarse como sexuadas. He ahí la realidad. Si de la ocasión que nos ha traído aquí pasamos a la vida cotidiana de estas personas que somos todos, esta ridícula, por no decir nefasta situación, sigue mostrando la carencia, expresada de muchas formas, de una agradable y gozosa erótica.

Si aprovechamos la época en que estamos es posible que podamos empezar a hablar de otra manera. Porque, de hecho, hay muchas personas que viven ya de otra manera, pese a las sentencias de los jueces y a los que, a su manera, tratan de dar un lenguaje a estas realidades elocuentes, aunque siempre haya quien se empeñe en declararlas mudas.

Efigenio Amezua

El País (1980)

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