ABUSOS, PROFESIONALES Y SOCIEDAD

"Muchas de las violentas alegaciones de satanismo podrían ser fácilmente repudiadas, no como una teoría del abuso sexual a menores, sino como la fantasmagoría de una mente enferma. Sin embargo, lo que no puede ser descartado, es la existencia de una perfecta industria basada en el abuso sexual. (...) Antiguamente, la industria del abuso sexual seguía un camino soterrado, que no encontraba resistencia en los trabajadores. En prospectiva, los trabajadores siguieron la corriente de los cheques de pago, como las gaviotas siguen el camino equivocado. En su mayor parte, habían sido preparados para el trabajo social. O bien en psicología, para ejercer como consejeros o para otros servicios de la salud pública. La mayoría no tenía un conocimiento de los principios básicos de la historia de la sexología. Sus servicios fueron requeridos predominantemente en casos no auténticos de abuso sexual, sino de sospecha de abuso sexual y en infundadas acusaciones de divorcio y custodia de los hijos. En muchos casos la única evidencia de abuso sexual fue arrancada a los niños por ellos mismos." (Money, 1999; 28-29).

Como era de esperar, el florecimiento del peligro de los abusos sexuales a menores en todas sus manifestaciones estuvo acompañado por un sorprendente crecimiento en el número de servicios y profesionales relacionados con el mismo. Los investigadores dedicados al abuso y sus estudios cada vez más numerosos que se aproximaban al fenómeno desde diversas perspectivas; los policías, jueces y fiscales implicados en la persecución de los hechos; los programas y técnicos asignados para la detección y peritaje de las denuncias; los terapeutas dedicados a la curación de las víctimas; los programas educativos orientados a la prevención del abuso; el tratamiento de los acusados del abuso; los programas formativos destinados a alertar del peligro y a preparar a miles de profesionales para actuar ante él. La industria del abuso, como le han llamado algunos, era sin duda floreciente en países como los Estados Unidos. Toda esta industria fue promovida y financiada con grandes sumas de dinero por las distintas organizaciones e instituciones públicas o privadas interesadas en el combate.

Sin llegar a esos extremos, en países como el nuestro es claro que con el aumento de las sospechas y acusaciones los profesionales que trabajan con la infancia se ven con mayor frecuencia ante la compleja tarea de detectar e indagar experiencias que por su propia naturaleza suelen estar ocultas y son difíciles de demostrar. En la práctica profesional (1) la maniquea visión del abuso sí o abuso no, reflejada en los estudios y publicaciones, suele desaparecer para dejar paso a una visión más difusa, negociada y flexible del problema, sujeta a intereses entre los que cabría destacar el bienestar del menor. En la práctica parece que la naturaleza habitualmente oscura de estos hechos permite a los profesionales y los implicados manejar a su antojo el supuesto abuso según interese al caso. Según evolucione éste de una u otra manera, el abuso será señalado u ocultado, exagerado o trivializado, buscado o descuidado.

En mi opinión de todo esto podemos extraer al menos una enseñanza útil: no deberíamos olvidar que el abuso sexual no es un hecho total que explique la situación de un menor o que deba orientar por sí solo la intervención profesional y las oportunas decisiones. El abuso sexual es una experiencia, un hecho concreto que puede vivirse de formas muy variadas y al que se debe responder en modos flexibles y adaptados a las circunstancias en que se produce y se vive esa experiencia. El menor no es el abuso. El menor es un sujeto con unas características personales propias y una realidad familiar y social particular. Ver y explicar pasado, presente y futuro de ese menor desde esa experiencia, como se hace en el discurso del abuso, es de un simplismo garrafal.

Y para dejarlo más claro todavía diremos, y es preciso insistir en ello, que el abuso no se reduce a lo «sexual». Y puede que en sí lo sexual, o lo que se entienda por tal, no sea ni siquiera lo más importante. Eso que se llama el abuso es ante todo una relación y es esa relación y sus implicaciones lo que es preciso valorar. No es un problema de dos pieles que se rozan, ni de un pene y una vagina o un ano en el vacío, ni el de una mano tocando lo que no debe tocar; tras esos elementos, tras esos gestos, hay personas con unas vivencias y unas relaciones tan variadas que difícilmente pueden ser encajadas en rígidas categorías de valoración como son las que promueve la literatura habitual sobre la materia.

Es en este contexto dogmático y de combate al abuso donde los profesionales se han visto implicados en una psico-tecnología de una verdad invisible. Desde las rasgaduras de ciertos orificios según las agujas del reloj hasta los muñecos anatómicamente correctos o los tests para detectar desviaciones, pasando por las estrategias para obtener la confianza y la narración de las víctimas o la valoración de su credibilidad por profesionales de lo social –confundiéndose cada vez más con lo policial–, todo un saber de lo invisible se estableció como verdadero. De hecho era el único recurso ante la casi siempre misión imposible de descubrir y demostrar el abuso que además dejaba de lado el fin principal: al menos no hacer más daño. Los profesionales pueden caer prisioneros de una trampa que finalmente acaban reforzando. Ante lo invisible y el ansia o la presión por demostrarlo, los profesionales pueden verse con frecuencia en el absurdo, la adivinación o incluso la falsedad para acabar proporcionando supuestas pruebas objetivas de lo que, con frecuencia, ya ha sido decidido con anterioridad. La obra «Raval», del periodista Arcadi Espada (2000), nos dan testimonio de algunos de estos hechos. Sería interesante indagar más en ese sentido.

Buena parte de los lectores de este texto serán profesionales, si no todos, y a ellos van dirigidas mis dudas no como forma de paralizar nada, sino como invitación a la reflexión. Estas observaciones están basadas sobre todo en lo que se ha escrito sobre el abuso y pueden comprobarlas en cualquiera de los manuales que se han publicado en nuestro país. Otra cosa es lo que realmente se acabe haciendo en estos casos. Pero si uno va a buscar conocimiento en esta materia y revisa lo publicado, se va a encontrar, más allá de los lógicos matices y variaciones, con que en el fondo de todas esas obras parece subyacer una misma estructura y lógica que son las que he tratado de describir aquí.

Comencé este artículo señalando que en mi opinión este moderno fenómeno merece el calificativo de violento por arrollador, dogmático y generador de problemas. He ido trazando una crítica del camino por el que el peligro de los abusos se ha ido configurando en la sociedad. Quisiera añadir algo. En mi opinión esta realidad ha sido generada a través de un discurso cada vez más sensacionalista y de sucesos magnificando lo que en sí es excepcional y anecdótico. Esto sería en cierto modo comprensible en un negocio, como el de los medios de comunicación, cada vez más pendiente y dependiente de los recursos financieros. Pero podemos igualmente sospechar que los científicos, profesionales o ideólogos responsables del discurso triunfante sobre el abuso, como si de vendedores de otro producto se tratara, han seguido igualmente la lógica del mercado en la búsqueda de audiencias y consumidores. Para ello han hecho lo que es propio de los medios: partir de los sucesos excepcionales para ganar audiencia y acabar implantando una lente con la que ver la generalidad de estas experiencias (Bourdieu, 1996).

Que los abusos existen es evidente, del mismo modo que existen las violaciones, la violencia que afecta a los niños y a los adultos o existen la pobreza, la marginalidad, la explotación y las guerras, las víctimas y los verdugos. El horror existe, eso es desafortunadamente cierto. Lo que tal vez no es tan evidente es que las experiencias eróticas que implican a niños con adultos o con otros niños de distintas edades, tengan que ser necesariamente tan traumáticas, tan centrales en la vida de los sujetos, ni tratarse de una gran verdad hasta ahora oculta a la humanidad o que puede explicar buena parte de nuestros males sociales y personales. Ni siquiera me parece tan evidente que estemos en el camino correcto para tratar estos problemas ni que todo este «montaje», como lo han denominado algunos, sirva de gran cosa. Incluso me atrevería a sugerir que se trata más bien de un fenómeno contraproducente. Aporto tres últimas ideas al respecto:

Primera. La paradoja final puede ser que al evitar los matices y tratar con similares niveles de gravedad y poder traumático esa variedad de hechos, buena parte de los cuales no pasan de ser tocamientos, besos o caricias en encuentros no violentos, se acabe generando una indiferencia o insensibilidad hacia los casos verdaderamente graves (2) o alterando en ocasiones las prioridades más elementales. (3)

Segunda. Puede que con todos estos discursos estemos echando más leña a esa hoguera donde desde hace siglos ha sido problematizada y desvalorizada nuestra condición sexual. Y es que mediante la creciente referencia al abuso, la agresión o los acosos, con el adjetivo siempre de sexuales, ya sea en los discursos expertos o en los medios de comunicación, se acabe priorizando una percepción negativa de la sexualidad, acentuando su lado más peligroso y miserable, cuando en el fondo éste es el perfil menos significativo de una condición humana que de entrada es un valor.

Tercera y última. Creo que este trabajo cuenta con una aportación sencilla pero de peso. La quisiera formular en términos de interrogante. No niego que mucho de lo que se ha hecho o se hace para combatir estos actos tenga su origen en las mejores intenciones. ¿Pero, me pregunto, no estaremos acaso fomentando mediante nuevos peligros, miedos y problematizaciones tal vez innecesarios una nueva desconfianza entre los sujetos? ¿No se trata en definitiva de reinstaurar un miedo, el miedo al otro, a veces al más cercano, (4) utilizando otra vez la excusa de lo sexual?

Hasta aquí mi personal propuesta de crítica y deconstrucción de un discurso, el de los abusos sexuales a menores. Ahora debería venir la parte constructiva, la apertura de sendas novedosas y provechosas de cara a los discursos públicos y las prácticas profesionales. Esa es una tarea pendiente y que requiere esfuerzos que, viendo cómo van las cosas, parecen cada vez más arduos. En cualquier caso creo que como profesionales e investigadores deberíamos empezar por recelar de buena parte de lo que se nos ha dicho sobre los abusos y comenzar a mirar estas experiencias con una perspectiva más sosegada. De hecho seguro que algunos ya lo están haciendo y habrá que ir viendo sus resultados.

A.Malón

(Cap IV, «Abusos sexuales infantiles: del discurso de la violencia a la violencia del discurso»,

 RES nº 120)


1. Mis consideraciones sobre la práctica profesional se basan en distintas lecturas y en el trabajo de campo desarrollado en el año 2000 en un juzgado de menores guatemalteco, estudio que formó parte de mi tesis doctoral.

2.  «Criminalizar el más pequeño acercamiento, la insinuación más leve significa minimizar e incluso anular la violación real, anegarla en una indignación tan general que resulta ya imposible localizarla cuando se produce.» (Bruckner, 1996; 171)

3.  Recientemente en la prensa española (El País, 13/02/04) salía el caso de un hombre que había violado y asesinado a una niña de 9 años en nuestro país, por lo que había sido condenado a 50 años de cárcel y ahora se le iba a conceder el segundo grado, del que algunos no le consideraban merecedor. Lo que me interesa destacar de este caso es que el medio donde apareció señalaba a la madre como la «madre de la violada»; la asociación de mujeres que apoyaba a la madre en sus quejas hablaba de ir contra el «violador». El asesinato parecía así secundario. Es chocante que en casos como éste o en otro caso más sonado como el del sujeto que en Bélgica secuestró, torturó y asesinó a varias niñas, el responsable sea señalado por la prensa y la televisión como el «pederasta Dutroux» y no el asesino, torturador o psicópata. ¿Es acaso su pederastia lo más significativo del sujeto o de los hechos enjuiciados?

4.  En un artículo publicado en el mismo medio (El País, 10/03/04) sobre el sueño de los niños y donde se daban pistas para facilitarlo y mejorarlo, se señalaba que no es oportuno que los niños duerman con sus padres entre otras razones porque el dormir juntos puede favorecer la existencia de abusos sexuales a los niños.

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