Viejas y nuevas fórmulas en la educación de los sexos

por Efigenio Amezúa

ÍNDICE

Desde hace varios siglos sabemos que el sol no gira alrededor de la tierra sino al revés: es la tierra la que gira alrededor del sol. Frente al modelo antiguo, se ha producido un paradigma nuevo. Y todo el mundo cuenta con ello. También desde hace varios siglos sabemos que el sexo no gira en torno a la reproducción ni al placer, sino en torno a uno y otro de los dos sexos. Y por esto hablamos de paradigma de los sexos. Pero lo mismo que mucha gente sigue aún pensando que el sol es el que gira y no la tierra, también, en nuestro caso, muchos siguen aún debatiendo las cosas de los sexos desde antiguas teorías o versiones acomodadas de ellas como si ese fenómeno moderno no se hubiera producido.

Los grandes titulares y la obsesión pragmática

Los grandes titulares de la divulgación nos han acostumbrado a un eslogan que, más o menos, puede resumirse así: frente a un pasado en el que se solía guardar silencio con respecto a estos temas, hoy se debe responder a todas las preguntas sobre sexo. Siguiendo esta máxima, los jóvenes preguntan y los adultos responden. O los alumnos preguntan y el profesor responde, el público pregunta y el experto responde, etc., según la fórmula que se prefiera para entenderse entre distintos formatos de uso. Es el sistema establecido: el viejo catecismo de preguntas y respuestas.

De esta manera los grandes titulares han contribuido a mantener una forma de educación sexual, conocida como hablar de sexo. Había un sistema: «hablar de eso en el patio del colegio y en voz baja». Frente a él se ha planteado el otro: «hablar de sexo en clase y en voz alta». Se trata, sin duda, de un cambio. Pero el cambio de algo prohibido por algo permitido no hace que se haya cambiado el objeto. Hacer que lo prohibido sea permitido no hace cambiar de paradigma ni de campo de conocimiento. Si en las clases –o en los media— ya se puede hablar de lo que no se podía hablar, permitir lo prohibido puede crear la ilusión de que se abre otro horizonte. Por ello hoy suele decirse que la educación sexual existe y que, contrariamente a otras épocas, en ésta se habla de sexo. Y se habla sin tapujos, ni misterios, o mejor dicho, sin prejuicios ni tabúes.

Según los grandes titulares que rigen ese hablar de sexo, todas las preguntas deben tener sus respuestas. El problema, nuevo o no tan nuevo, reside en que, si el sexo es lo que dicen los grandes titulares que es, las preguntas son las que dicen los grandes titulares que deben ser. Resumiendo: se trata de la pragmática, de cómo hacerlo, así como de los problemas que surgen de esa buena o mala práctica; de lo que es normal o no; de qué se debe hacer ante los problemas que ello crea; de qué preocuparse o no preocuparse, de qué obsesionarse o no: se trata de morbosidad.

Los que preguntan, preguntan, pues, desde los grandes titulares sobre cómo hacerlo y hacerlo bien; y, por su parte, los que responden a esas preguntas, siempre según los grandes titulares, aparte de responder lo mejor que pueden a esas preguntas, se encargan de repetir y repetir que el sexo no es sólo eso. Incluso los partidarios del conocido enfoque multi-disciplinar –recuérdese: de los aspectos del sexo–, estirando lo más posible el eslogan de los grandes titulares con la mejor voluntad, aderezan sus respuestas con muchas ilustraciones sobre muchos aspectos, venidos de las más dispares disciplinas del conocimiento para no quedarse en la mera información sobre el mero sexo y así tratan de salir de una educación sexual acusada de ser sólo mecánica sobre el sexo excesivamente reducido a eso.

«El sexo, dicen, no es sólo la cópula; la sexualidad no es sólo el orgasmo…», cosas que, por otra parte, todos tienen bastante claras, entre otras razones porque, como sujetos humanos, todos piensan y saben que no se trata sólo de eso, sino también, y sobre todo, de otras cosas. En definitiva, de algo más que eso. «La gente no es tan tonta ni tan bestia», resumía un alumno de los Estudios de Postgrado de Sexología planteando esta cuestión. La gente desea saber, no desea obsesionarse ni meterse en un círculo cerrado y sin salida.

El problema, pues, al que hemos aludido, es éste: la educación sexual se ha estancado en una pragmática de altavoz que ha terminado por excluir el estudio, o sea, el pensamiento y las ideas. Se ha creado un estilo, una forma de ver el sexo y se gira en torno a ella de forma tan obsesiva y circular que se diría que no hay forma de salir de ella. Y que, por lo tanto, no hay otro horizonte en este campo, que ése es el horizonte. La llamada telebasura o el marujeo mediático no es sino la amplificación de ese fenómeno que consiste en decir en alto y en los media lo que se hablaba en corrillos y por lo bajo en el patio del colegio

El interés de la letra pequeña

La educación sexual desde la letra pequeña no trata tanto de responder a esas preguntas cuanto de abrir nuevos horizontes en el conocimiento. La razón es que no se trata tanto de permitir lo prohibido cuanto de abrir los ojos al conocimiento. ¿Por qué, por ejemplo, tras décadas y décadas de educación sexual, se siguen planteando las mismas preguntas? Si el interés y las preguntas no cambian, podemos dudar de la oportunidad y la eficacia de esa educación sexual.

Algunos responden que es lógico que se planteen lo mismo puesto que vienen nuevas generaciones que se inician en lo mismo y necesitan saber lo mismo, lo cual no casa con otra de las máximas de los grandes titulares cuando dicen que, frente a las anteriores generaciones, reprimidas e ignorantes, las actuales tienen a su disposición cuanta información deseen. Y, frente a la forma de vivir de antes, las cosas han cambiado y la gente también.

Desde la letra pequeña sabemos que la información de uso está ya por todas partes sobre esas preocupaciones relativas a cómo hacer y hacerlo bien, o no hacerlo mal. Pero también sabemos que el hecho de que esté por todas partes no hace que necesariamente el interés sea distinto. En resumen: que el saber, ese saber de los grandes titulares, no es motivo de interés por saber sino de morbosidad y preocupación de urgencias inmediatas. En definitiva, de asistencia.

Es, pues, posible pensar que los grandes titulares, obsesionados por la permisividad de lo prohibido y su morbosidad, hayan estragado el gusto o la sensibilidad, la curiosidad, por un saber que consideramos necesario e importante como lo puede haber por otros campos. Es posible que, a fuerza de insistir en losdeberes –en la morbosidad del sexo–, se hayan olvidado los deseos de saber, lo que gusta saber, la inquietud y la curiosidad por explicar qué sucede entre los sexos. Frente a los sermones morales tal vez se estén dando mítines técnicos y de anestesia de ideas. En ambos casos, mediante normas de conducta: de cómo hacer o no hacer: en un caso de conducta moral, en otro de conducta sexual –que es lo mismo–; pero en ningún caso, objetos de saber o interés por el saber y la curiosidad más propiamente humana, que es cualitativamente distinto.

Más allá de la morbosidad y la emergencia

Se trata, pues, de este otro tipo de saber y no de la morbosidad o preocupación pasajera. (Resulta curioso que el éxito de la inclusión de la educación sexual en el área de la salud responde especialmente a este criterio de necesidad y preocupación que suele llamarse asistencia, aunque sea como prevención).

Es sabido que, como humanos, tendemos al conocimiento y a la explicación; es también sabido que la curiosidad intelectual es una capacidad que está a la espera de ser incitada –excitada– para desarrollarse. Pero también sabemos que si continuamente se está dando vueltas y vueltas a lo mismo y a la misma monotonía monocorde –obsesiva–, es posible que ese interés, esa curiosidad intelectual se desactive al no encontrar más aliciente que la morbosidad de paso, de fase o de situación, léase de extrema necesidad o de emergencia.

Se podría concluir, en tal caso, que el bombardeo de los grandes titulares sobre el sexo ha hecho olvidar que existe la letra pequeña de los sexos. Sabíamos que la educación sexual de los grandes titulares, si bien bajo un tinte de permanente actualidad, es arcaica y antigua. En este caso, tendremos que concluir que no es ni siquiera educación sexual sino una forma encubierta de anularla, de reducirla a un gueto temático cerrado que no da para más. En definitiva, de terminar con su carácter de potencial de conocimiento y, por lo tanto, de su influencia en la vida de los sujetos y en la sociedad: de transformación.

Una estrategia desde la letra pequeña

¿Qué se desea saber? ¿Cuál es el objeto de curiosidad e interés? Conviene insistir en la diferencia entre lo que es objeto de morbosidad o de necesidad urgente, por los motivos que sea –siempre explicables o justificables–, y lo que es objeto de saber, o sea, de conocimiento. La regla de oro de la educación sexual desde la letra pequeña es prácticamente el polo opuesto al slogan de los grandes titulares. Su formulación, tajante y clara, puede ser ésta: no responder nunca a esas preguntas.

Esta regla estratégica permite que cada cual jerarquice su saber y su ignorancia y, sobre todo, que organice su curiosidad o inquietud por el saber, ese saber de este campo que, como el de cualquier campo, se mueve por el deseo de saber. Obviamente, con la formulación de esta estrategia o regla de oro de no responder a esas preguntas no se trata de negar información ni de negarse a darla. Se trata simplemente de cortar con ese sistema permanente y extendido que es el de esas preguntas y respuestas, ese catecismo antiguo; y de abrir un campo nuevo de preguntas en el cual unas pueden responderse por otras sin tener, a cada paso, que recurrir al experto. Pero, sobre todo, se trata de reconocer el deseo de saber para que el conocimiento se desarrolle y circule según es deseo de todos. Se trata, pues, de abrir el campo del conocimiento; y de primar a éste sobre la asistencia ante la urgencia. Se trata, en definitiva, de detenerse y mirar a la letra pequeña.

Con sorpresa o sin ella, según se prefiera, esta metodología de trabajo lleva en funcionamiento varias décadas y es preciso añadir que con una elevada cuota de eficacia, a juzgar por las evaluaciones. Dicho de otro modo, se confirma lo que es sabido: el deseo de saber. Pero se desea un orden en ese saber. Contrariamente al saber movido por la morbosidad o la necesidad extrema –que no es el deseo de saber sino la demanda de ayuda y asistencia, léase, si se prefiere, de proteccionismo–, se trata de un saber organizado y sistemático. Es el conocimiento científico, sea éste en mayor o menor grado, con uno u otro nivel de profundización según el interés. Pero se trata de un interés y un saber cualitativamente distinto a la demanda de ayuda o asistencia.

En esta clase de saber, que no es otro que el saber general, se basa la educación de los sexos. Puede tener unos u otros móviles. Pero no el de la morbosidad o la necesidad extrema a las que se responde con normas de conducta, con lo que es bueno o malo, lo que se debe hacer o no hacer. Es una curiosidad intelectual o, si se prefiere conceptual, que permite una mínima distancia del objeto, la suficiente para aprender sin ser engullido por la inmediatez de la necesidad urgente. O, dicho de otra manera, por los problemas que esperan ansiosamente una respuesta.

El objeto de conocimiento

El campo de los sexos, antes que una práctica o una conducta y antes que una serie de problemas mayores o menores, es un objeto de conocimiento y por lo tanto objeto de estudio y de saber. Nadie confunde el saber de la Economía con el hecho de que quien lo estudia sea pobre o rico, ni el del Derecho con que su estudioso sea legal o ilegal, ni el del médico con que sepa o no curarse a sí mismo, si se pone enfermo.

Pero este campo, al contrario que los otros, ha solido ser confundido con los problemas personales o la morbosidad por meter las narices en los ajenos. Sin duda éste y otros prejuicios parecidos impiden que el campo de los sexos sea un campo de conocimiento. Pero en todos los campos pasan estas cosas. Lo que puede que no sea ya tolerable es que, en nombre de ellos, se prive a una sociedad de ese conocimiento.

Se ha solido ver la educación sexual como una necesidad y una urgencia –una demanda de asistencia– más que como un campo de conocimiento. Y ésa es la trampa, la gran trampa que, paradójicamente, produce su miseria, una miseria tal que ni siquiera se concede que ese campo sea un objeto de conocimiento, sino sólo un estado de necesidad; y, por lo tanto, objeto de asistencia. Eso es lo que hace que esta asignatura no sólo no haya sido una asignatura pendiente sino una asignatura imposible. Precisamente por ello se la trae y se la lleva a la merced de cualquier ola, de cualquier necesidad. No suele confundirse el dinero con la Economía; pero se confunde la sexualidad con la Sexología, casi como si la Cardiología fuera confundible con la cordialidad…

En lugar, pues, de estudio y conocimiento, en la educación sexual se sigue con las limosnas informativas, decíamos al comienzo, o la calderilla de bolsillo que se les da a los chavales para que se distraigan y pasen el tiempo en sus enredos de patio de colegio, antes reprimidos, ahora liberados. Se trata, insistimos, de un campo de conocimiento organizado y sistemático sobre los sexos y sus relaciones. El hecho de su dosificación proporcional a las capacidades del aprendizaje desde los principios generales a la más alta especialización, como sucede en los otros campos, no le quita ni le añade nada al hecho de que éste sea un campo de conocimiento.

No se puede pensar esto sin rubor cuando se está empezando el siglo XXI y en una sociedad del bienestar en la que una de sus grandes riquezas es precisamente la del conocimiento.

 

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *