CONVIVENCIA Y VIOLENCIA ENTRE LOS SEXOS:
EL DEBATE DE LAS IDEAS


ÍNDICE

I. Preliminares

II. La fusión de violencia y sexo

III. Los tres planos del análisis

IV. Nociones de victimización y delictivización

V. “La industria de los abusos sexuales”

VI. Nociones de cultura y clima sexual

 

 

Si los sexos, como pensamos, están hechos para la convivencia y no para la violencia ¿cómo explicar la larga historia conocida como guerra de los sexos? Y si, insistimos, pueden razonablemente convivir ¿a qué se debe la violencia entre ellos tal como se presenta en la actualidad?

Es posible que algunos planteamientos aquí sugeridos no coincidan con otros más extendidos. Dada la susceptibilidad de este fenómeno puede ser útil ir por partes. Se trata de un debate para buscar respuestas y soluciones desde las ideas. Tendremos ocasión de abordar las posibles estrategias o medidas para la erradicación de la violencia.

En las últimas décadas del siglo XX el fenómeno de la violencia entre los sexos ha adquirido un enorme protagonismo en la sensibilidad general y su situación de malestar ha subido de volumen en los primeros años del siglo XXI hasta el punto de convertirse en una cuestión grave y urgente.

Pero el carácter urgente del fenómeno no puede dejar de lado el análisis del proceso en el que éste se encuadra que es la modernización de los sexos y sus nuevas formas de relación.

 

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I. Preliminares

1. Los hechos

La mayor parte de los investigadores suelen estar de acuerdo en que los hechos violentos entre los sexos han sido una constante a lo largo de la historia y que la novedad de las últimas décadas ha consistido en su denuncia. Los estudios comparativos no son fáciles y la cuestión se resuelve concluyendo que no hay datos anteriores para cotejar con los actuales.

Una cosa es clara: la visibilidad de estos hechos ha ido en aumento. Y muchos confían en que su conocimiento sea una vía de arreglo. Pero si no hay dudas sobre la necesidad de erradicar la violencia, o, al menos, de aminorarla al máximo, una cuestión distinta es el análisis de las causas de esta clase de violencia así como de la elección de estrategias para su remedio.

 

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2. Los conceptos

Siguiendo el hilo que nos ha acompañado, lo que aquí se plantea al abordar este punto, no son los hechos en sí, sino los conceptos que permiten entender estos hechos como indicadores de equilibrio o desequilibrio en el continuo de los sexos, al mismo tiempo que una búsqueda de soluciones razonables.

Recurrir a los conceptos no quiere decir eludir los hechos sino buscar su comprensión y explicación. En ocasiones, el fragor de las emociones pegadas a los mismos hechos y a los detalles de sus relatos no permiten una distancia necesaria para su análisis y, en consecuencia, para la búsqueda de una solución.

 

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3. La urgencia y la planificación razonable

A cambio de la distancia, propia del planteamiento conceptual, éste ofrece un conocimiento más elaborado y, por lo tanto, también la posibilidad de una planificación de acciones más razonables y acordes con las causas que los motivan o inducen.

Si algunas medidas de urgencia tienen la espectacularidad emotiva que las otorga el impacto de los hechos es importante pensar en su ineficacia, incluso su contraindicación cuando no se actúa desde un marco claro. No hace falta indicar que de estas formas distintas de abordaje se derivan opiniones encendidas.

La década de los años sesenta del siglo XX ha quedado en la representación de nuestra sociedad como la creadora de la revolución sexual. En las décadas siguientes —y de un modo especial los años ochenta y noventa— tienen lugar una serie de fenómenos caracterizados por una reacción contra los llamados efectos de la revolución sexual.

Si miramos este ciclo corto en la perspectiva de un ciclo más largo no es difícil ver la continuación de dos mentalidades en lucha y ambas, a su vez, en los bordes de la Reforma sexual que, si bien, lentamente, han seguido su camino hacia adelante.

Conviene, pues, distinguir con claridad que, frente a los efectos de la revolución sexual de los años sesenta, tal como han sido enjuiciados por sus contrarios —y de un modo especial por el puritanismo norteamericano—, se irá elaborando el producto reactivo conocido como criminalización del sexo. Es el enfoque o visión del sexo como fuente de delito.

Este producto es el que trae como su corolario la utilización de la violencia que lleva corrientemente el apelativo sexual en sus distintas denominaciones. La línea principal de su diseño ha consistido en la fusión del sexo con la agresión.

Por debajo de estos avatares en lucha abierta y espectacular, la Reforma sexual ha seguido su curso, si bien, una vez más, en su letra pequeña. No hace falta indicar que una consideración mayor de ésta llevaría la modernización de los sexos por vías menos espectaculares pero, sin duda, más razonables.
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II. La fusión de violencia y sexo
COMIC INFANTNIL ILUSTRANDO SEXO Y VIOLENCIA
1. El escenario y los actores

Mientras que en Europa se trataba de pensar las consecuencias de la revolución sexual de los años sesenta y setenta, en Norteamérica se planteaban los primeros pasos para un golpe de timón de grandes consecuencias. El escenario de los hechos se sitúa, pues, en Estados Unidos durante los años setenta y ochenta del siglo XX.

Entre los principales actores se encuentran, por un lado, las distintas fracciones de los movimientos feministas y sus también distintas ideas sobre la mujer; por otro lado, los protagonistas de “la mayoría moral” y sus luchas contra la que llamaron “sociedad sexualizada”, cuyo efecto se tradujo en la persecución de la pornografía y sus diversas formas.

El marco político de este desarrollo es el de “la era Reagan” y “su revolución conservadora” en los dos mandatos de la década de los ochenta.
Hoy, haciendo historia, podemos ya ver con más claridad lo que entonces sólo eran hilos de un proyecto.

 

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2. La cuestión de los atajos

El debate ha terminado por plantearse en torno a temas conflictivos e inevitablemente cargados de emotividad. Tal es el caso de la violencia entre los sexos más que en torno a la modernización de su convivencia. Y tal es igualmente el caso de los abusos y agresiones sexuales más que lo que significan dichas relaciones en un mundo transformado.

Por otra parte, la ausencia de un debate de ideas en torno al sexo de forma directa ha obligado a muchos a referirse a modelos antiguos y no a los nuevos horizontes de su modernización. El socorrido recurso al código penal ha significado en estos debates un atajo para orillar el debate de los sexos.

Visto ya como pasado, el objetivo de este fenómeno no fue tanto contribuir a mejorar las relaciones de los sexos sino tomar medidas morales contra la pornografía por ser ésta considerada ofensiva o degradante. El caso de las mujeres y los menores no ha pasado de ser un recurso útil para justificar y reforzar aún más una lucha compacta contra el desbordamiento del sexo.
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3. La distorsión del adjetivo sexual

El principal resultado de estos atajos ha consistido, pues, en identificar el sexo con la pornografía, con su imagen y sus efectos. A partir de esta operación todas las figuras a las que será aplicado el término sexual serán investidas de abyección y de rechazo. Las acciones libidinosas o inmorales serán denominadas sexuales y los abusos obscenos o deshonestos pasarán a ser conceptualizados como abusos y agresiones sexuales.

En estos mismos años —y en este mismo ambiente— fue iniciada la operación de la perspectiva de género, contra el sexo, si bien con el nada sospechoso lema de la lucha por la liberación de las mujeres y su no discriminación por razón de sexo, lo que constituirá el otro gran flanco para que el sexo fuera cada vez más reducido a una realidad digna de todo desprecio por ser, como se ha dicho, causante del sexismo.

La división entre feminismos “pro sexo” y “anti-sexo” es un tema ya historiado en muchas obras sobre las luchas internas dentro de los distintos feminismos.

 

 

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4. La pornografía y sus Informes
El primer gran debate norteamericano sobre la pornografía y, de un modo especial sobre sus efectos, se produjo en 1970 con la designación de una Comisión gubernamental encargada de su estudio. Sus resultados fueron publicados en diez Informes técnicos sobre los que se elaboró el resumen del Informe de la Comisión norteamericana sobre obscenidad y pornografía que sigue siendo uno de los más amplios del mundo.

Una de las conclusiones más polémicas de este informe era que “no se dan evidencias probadas de forma empírica para la generalización sobre los supuestos efectos nocivos de la pornografía”. A la vista de ésta y otras conclusiones, el propio Presidente Nixon se encargó de aparcar tanto el debate como la intención de las reformas legales planteadas.

Diez años después —bajo el primer mandato de Reagan—, aunque no se había elaborado otro informe similar al anterior, los sectores sociales conservadores plantearon incluir en el código penal tanto sus ideas sobre la pornografía como las conductas asimiladas a ella. Y para esta operación serán utilizados dos argumentos: la protección de las mujeres y los menores.

 

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5. El golpe de timón

Precisando un poco más, el gran debate, o polémica, que dio origen a las nuevas conceptualizaciones de los abusos o agresiones sexuales fue el de la continuación o no continuación de un estilo de vida iniciado en las décadas de los años sesenta y setenta o su cambio radical. En palabras de otros se trataba de que, a la vista de una moral de los sexos que había tomado grandes vuelos de libertad, se siguiera ese curso o se cambiara mediante un golpe de timón.

En este marco, dos cuestiones van a ser especialmente sensibles: la unión de la noción de pornografía con la de abusos deshonestos contra mujeres y menores, por un lado, y la del concepto de sexo con pornografía y violencia, por otro. Esta doble vinculación, mediante la afirmación de los presuntos efectos nocivos de la pornografía, dados por ciertos, centrará las conclusiones de las principales medidas contra la violencia.

De esta forma —relegada y al margen—, quedaba excluida la educación de los sexos pero, sobre todo, el gran debate de la modernización de estos para centrar el interés en la persecución de la pornografía y sus consecuencias, es decir, los abusos y agresiones denominados ya sexuales.
Se habían unido así el sexo y la pornografía; el sexo y la violencia. Se había colocado la primera piedra de la vía penal del sexo y su criminalización.

Este hecho merece ser pensado con mucho detenimiento para entender este complejo fenómeno del cual tanto los ya denominados abusos sexuales a menores, como los acosos o agresiones a las mujeres no han sido sino una pieza útil en un complicado sistema articulado para la demonización del sexo y su consiguiente persecución.

Si ni los abusos ni las agresiones a los sujetos admiten discusión, lo que provocó las encendidas polémicas fue precisamente la utilización a la que se ha llegado denominando sexuales a tales fenómenos por la vía de la pornografía y la agresión; lo que equivalía a la justificación de una legislación cada vez más restrictiva de las libertades y, finalmente, a una introducción del sexo, por esta vía, en el código penal.

 

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III. Los tres planos del análisis

1. El plano de las ideas

El carácter dramático de estos fenómenos —acosos, abusos, agresiones, etc., todos ellos llamados ya sexuales, según la conceptualización adoptada— suele paralizar el razonamiento e impedir una visión de conjunto del debate, así como de las estrategias para el objetivo final que, insistimos, no ha servido para la reducción de tales fenómenos y sí, en cambio, para un frenazo significativo en el proceso de la modernización de los sexos.

Por lo cual es preciso distinguir, mientras se pueda pensar, tres planos en este debate: en primer lugar, el epistemológico o del concepto de sexo que nada tiene que ver ni con los abusos ni con los acosos ni con las agresiones ni con la pornografía; en segundo lugar, el nivel moral, relativo, a su vez, a la moral social de los sexos y, de un modo particular, a la moral puritana por el que han sido unidos la noción de sexo con la de pornografía, así como ambas con la de su peligrosidad; y, finalmente, el plano de las medidas prácticas o planes políticos procedentes de unos o de otros presupuestos.

 

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2. El plano de las políticas

El peso del plano político ha inclinado con frecuencia los citados debates hacia el plano moral para, desde él, introducirse en el código penal norteamericano y desde el cual, a su vez, ser extendido a todos los países occidentales. Queda aún por analizar la función de los distintos agentes de dichas medidas políticas.

Dentro de estos agentes podemos señalar a los jueces en lo que concierne a la vía penal. Y otros profesionales encargados de las medidas de asistencia y tratamiento. O, finalmente, los educadores en general , así como el voluntariado colaborador en tales medidas. Todo ello ha supuesto la movilización de una gran red profesional y social.

 

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3. Los solapamientos de planos

Es importante destacar un hecho. Y es que estamos haciendo alusión a un debate global, tanto político como social y moral en el que Norteamérica se empleó durante los primeros años de la década de los ochenta. Los sucesivos países que se han sumado al proceso lo han hecho desde las medidas ya tomadas, pero no desde su debate de origen.

Por otra parte, el hecho de dejar de lado un debate de ideas y conceptos para fijarse sólo en el fenómeno de los abusos, acosos o agresiones sexuales, hace difícil cualquier nuevo planteamiento. Entre otras razones porque la violencia no es objeto de discusión sino clara y rotundamente de exclusión y condena.

Pero el hecho de haber vinculado conceptos con hechos y haber explicado éstos por aquéllos, hace que los conceptos deban ser clarificados, so pena de terminar por no pensar y ser sólo agentes resignados, ya sea como víctimas, ya como verdugos. No se juegan sólo unos hechos sino un modelo y una sensibilidad de convivencia o de guerra entre los sexos en el que, de un modo u otro, toda la sociedad termina por ser involucrada.

Como se recordará, el sexo como concepto nace en la Epoca Moderna como epistéme explicativa de los sujetos sexuados. En el fondo, la idea básica en juego es la de una transformación de los sexos con unas consecuencias inmensas en sus identidades y relaciones y, como consecuencia, en la sociedad en general.

Si el sexo se hizo presente de una forma especial a través de los problemas de las mujeres, tampoco es de extrañar que su criminalización haya tratado de seguir la misma vía. Algunos analistas subrayan este fenómeno como un indicador que define ese ciclo largo que va desde la Ilustración a nuestros días.

Desde este punto de vista, la aceptación o rechazo del sexo en términos modernos no es, pues, un elemento anecdótico. Y si la expansión del sexo fue un indicador de modernización, su criminalización tiene por objetivo un gran vuelco hacia atrás de los pasos dados hacia adelante. De ahí que la fusión del sexo y la violencia no sea gratuita sino de una gran transcendencia conceptual.

Se trata de ver el sexo como un valor o de verlo como un peligro. Eso es aceptarlo o rechazarlo. Y es importante no abandonar la agenda de la modernización para imponer otra en su lugar bajo el chantaje de la violencia. La fusión de sexo y violencia es inaceptable en epistemología sexual.
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IV. Nociones de victimización y delictivización

1. El sexo como peligro

Tras la criminalización del sexo, la noción de mujer victimaria ha sido una de las que han jugado un gran protagonismo. Se trata, como ha sido llamado, del “gol político” a la epistemología de los sexos porque supone, en primer lugar, la vuelta a la noción de mujer-objeto-de-protección.

La victimización de la mujer supone igualmente volver a la antigua noción de “sexo débil” o “segundo sexo”, asimilado a menor de edad y, por lo tanto, necesitada de una protección especial según el antiguo lema : “las mujeres y los menores, primero”.

Esta victimización de un sexo — y la ineludible delictivización del otro—, supone, por otra parte, una de las mayores distorsiones del mismo concepto de sexo y, a su vez, un intento de desactivar la capacidad por la cual hombres y mujeres pueden entenderse y explicar sus relaciones en igualdad de condiciones, como sujetos sexuados, para introducir en su lugar la noción de peligro o amenaza, léase de agresión y violencia.

 

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2. Los postulados de Dworkin y MacKinnon

Para acomodar las fuerzas de la argumentación contra el sexo y llenar a éste de connotación odiosa Catharine MacKinnon y Andrea Dworkin, posiblemente las dos activistas más relevantes de estas encendidas polémicas, introdujeron la idea de agresión en el sexo. O a la inversa. Para ello la estrategia consistió en cambiar el axioma de “la violencia no es sexo sino agresión” por el de “la agresión a las mujeres es sexo y violencia”.

A partir de ahí, tales agresiones fueron convertidas en agresiones sexuales. Y este adjetivo ha sido utilizado como principio rector en la cruzada del neo-puritanismo emprendida contra el sexo. “La pornografía es la teoría y la agresión sexual es su práctica”. (A. Dworkin, Pornography: Men possessing Women, Perigee Books, N. Y., 1980).

De esa forma han sido unidos el sexo y la violencia en el más rancio de los argumentos pero también en la forma más sensible de movilizar las emociones contra la modernización sexual, utilizando a las mujeres como víctimas. El resto es ya conocido: se trataba solamente de dar a los antiguos pecados de la lujuria la forma de delitos e introducirlos como tales en el código penal para poder perseguirlos. MacKinnon, jurista de profesión, ha sido la principal diseñadora de esa estrategia.

 

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3. El desplazamiento temático

Las ramificaciones del sexo y la violencia, o al revés, han dado materia de muchos debates. Tal vez el más notorio sea el hecho de desviar la atención del objeto principal —sexo y convivencia, a través de la atracción— para tratar de llevar su interés a otro: —sexo y violencia, mediante la agresión—.

Este desvío plantea algunas preguntas centrales. Por ejemplo: ¿Por qué el interés de este desplazamiento? ¿Era necesario recurrir a estos subterfugios para denigrar el valor del sexo en las relaciones humanas? ¿No había otras formas de actuar contra la violencia sin necesidad de mezclarla con el sexo?

“Es difícil distinguir —escribe de nuevo Andrea Dworkin— la seducción de la violación. En la seducción, el agresor a veces se molesta en comprar y regalar una botella de vino…”.

 

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4. La respuesta de Camille Paglia

“Catharine Mackinnon y Andrea Dworkin, obsesionadas y moralistas, han formado la más extraña pareja del feminismo representante de Carry Nation renacida —[Carry Nation (1846-1911) fue una de las más populares y violentas líderes en Estados Unidos, conocida por sus campañas ‘contra la indecencia y la lujuria’]—. (…) Sus contribuciones al feminismo necesitan ser sopesadas por la responsabilidad que han arrastrado para fomentar la loca histeria contra el sexo que ahora tiene bajo sus garras al feminismo norteamericano.

Estas mujeres son fanáticas, intolerantes, fundamentalistas de la nueva religión feminista. Su alianza con la extrema derecha reaccionaria y anti-sexo no es ninguna casualidad… MacKinnon es la representante más genuina del neo-puritanismo de este final del siglo XX. Dowrkin va haciendo alarde de sus agresiones sexuales, malos tratos, crisis y traumas y echando la culpa de todo ello al patriarcado en lugar de enfrentar su propia incapacidad. MacKinnon y Dowrkin, como Kate Millet, han convertido su espeluznante historia personal de inestabilidad mental en una gran ópera feminista.

El feminismo del siglo XXI haría bien en aceptar la sexualidad y apartarse de los engaños, mojigaterías, gazmoñerías y odios a los hombres expandidos por la brigada MacKinnon-Dowrkin”. (C.Paglia, Playboy, Octubre, 1992); [reeditado en Vamps & Tramps, Valdemar, 2001, pp.185-191].
La tensión de estos debates puede dar una idea de los distintos planos de intereses, pero, sobre todo, de las diferentes preocupaciones cuando se les compara con otros temas más centrados en la modernización de las formas de convivencia.

Uno de los efectos de estos cambios es el vaciado de las inquietudes nuevas y la imposición de los problemas antiguos. En estos textos no se discuten ya conceptos o contenidos modernos sino morales antiguas que tratan de imponerse por otros medios.

Otro de los efectos visibles es el bloqueo de los nuevos intereses mediante la coacción de las conductas tipificadas. El cambio de la moral por el código penal ha sido la forma de criminalizar conductas sólo hasta entonces sujetas a la vida privada. Ante los grandes pasos dados en la modernización sexual a lo largo del siglo XX esta estrategia implicará el uso de unos instrumentos distintos para imponer las ideas antiguas con más fuerza y contundencia. Es lo que hoy se conoce como fenómeno neocon.ilustración de un periodico americano representando Carry Natio con su hacha demoliendo un saloon en Kansas al principio de los años 1900

Algunos analistas han explicado de esta forma la sustitución de la terminología de acciones deshonestas por la de abusos sexuales para su introducción en el código penal, lo mismo que el cambio de la terminología depecados por la de delitos, tal como han sido introducidas en el código penal.

Esta criminalización del sexo ha ocupado poco interés hasta que sus efectos se han extendido a través de un clima de coacción y tensión. Es la conversión del valor del sexo en un antivalor. Y la conversión de los debates en batallas.

 

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V. “La industria de los abusos sexuales”

1. Dos nuevas nociones

Frente a la noción ya expandida de las agresiones sexuales, algunos sexólogos han planteado, la otra noción resultante de “ideología e industria de los abusos y agresiones sexuales”, así organizados desde “esa vía inquisitorial y penal”.

“La industria del abuso sexual —escribe el Profesor John Money en el texto de su ponencia inaugural del X Congreso Mundial de Sexología, celebrado en Amsterdam, 1991— ha sido diseñada por los arquitectos de la contrarreforma sexual y se ha puesto a su servicio como un utensilio para su desarrollo. Será tarea de los futuros historiadores determinar el grado en el que dicha contrarreforma ha sido liderada y apoyada por las agencias de la religión y el gobierno… Sin embargo, cuanto más fuerte ha sido su expansión, mayor ha sido el número de cómplices y colaboradores”.

Así, pues, estas dos nuevas nociones con las que es preciso contar en los debates son, de un lado la de la industria de los abusos sexuales y, de otro, la de la contrarreforma sexual.

 

 

 

 

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2. Los usos perversos

A. El clima de chantaje

La noción de “industria del abuso sexual” hace referencia expresamente a una doble cadena de hechos: por un lado los directos de la pornografía y los abusos, y, por otro, los indirectos o derivados en este caso de la legislación y las prácticas profesionales. Si los primeros han sido resaltados para su erradicación, conviene no olvidar los segundos.

Tal es el caso, en primer lugar, de las acciones emprendidas desde el interior de instituciones o grupos sociales para la elaboración de hechos denunciables que, al amparo de la legítima vía penal, se han producido durante los años posteriores. Son bien conocidas las sumas de dinero que mueven estas operaciones en las que se manejan como fórmulas las nociones de chantajes, ajustes de cuentas y venganzas a cambio de la delación o el silencio.

Por lo que se refiere a los menores Agustín Malón ha estudiado en profundidad la complejidad de este clima y sus consecuencias a través de las denuncias en su tesis doctoral Sexo, infancia y justicia. Análisis crítico del discurso público y la práctica profesional en los casos de abusos sexuales a menores. (Universidad de Zaragoza, 2004).

B. El neo-puritanismo

Otra serie de esta cadena es la organización de campañas, nacidas igualmente al amparo y bajo el impulso de la vía penal instaurada, y que significativamente coinciden con un alto contenido de higiene o limpieza moral inspirado en las viejas cruzadas contra el onanismo y en pro de la castidad: en ocasiones con los mismos términos y con las mismas medidas disciplinares.

El análisis histórico y comparativo muestra grandes similitudes. Si en el caso del onanismo se operó con éste como vicio, en este caso, sirviéndose del código penal, el peso moral ha sido traspasado a la categoría de delito. Es lo que, en otros términos, se conoce como la vuelta institucional, por otras vías, del viejo puritanismo traducido hoy como neo-puritanismo o fundamentalismo o, de nuevo, fenómeno neocon.

C. El abuso de los abusos

Estos y otros indicadores revelan que, sin menoscabo de los hechos que se trata de abordar, se hayan originado usos perversos hasta el punto de formar lo que se ha denominado “el abuso de los abusos sexuales”.

Siguiendo con una perspectiva histórica, si la Reforma sexual, iniciada en el primer tercio del siglo XX y continuada en la segunda mitad, significó una serie de pasos en el proceso de modernización sexual, esta contrarreforma sexual ofrece una regresión en la cual los abusos y agresiones son utilizados en contra de la misma libertad de los sexos y ésta, a su vez, como una amenaza contra su seguridad.

Sobre la organización actual de la industria de los llamados abusos sexuales se empieza ya a contar con análisis para poder concluir en qué medida esos criterios dan pie a negocios organizados y cómo estos negocios reafirman el planteamiento del sistema que los fomenta.

 

 

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3. Noción de “anti-sexualismo epidémico”

Uno de los hechos que más pueden hacer pensar en el desarrollo de estas secuencias es el impresionante protagonismo que, a partir de ahí, ha tenido el código penal en la vida general entre los sexos y que ha ocupado el sitio destinado a la educación sexual, hecho que, de por sí, merece ser evaluado con una dosis fuerte de pensamiento.

Si los valores se basan en conceptos razonables, la pregunta final del Profesor Money en su ponencia del X Congreso Mundial de Sexología es qué hacer ante la ascensión de este “anti-sexualismo epidémico” que, desde una “neo-moralización criminalizadora” del mismo concepto de sexo, ha tratado de desviar el interés y la prioridad de la convivencia entre los sexos hacia el de su crispación y violencia.

La respuesta está —concluye el célebre sexólogo— en una educación de los sexos que ofrezca la preferencia a un clima y una cultura sexual de atracción y convivencia.

La figura de los abusos sexuales constituye, por ello, un objeto igualmente interesante para el estudio del fenómeno de la crispación y la sospecha, ambas estratégicamente generalizadas. Los porcentajes y cifras que se usan en los libros de divulgación sobre los abusos y agresiones sexuales dan muy poco interés a su conceptualización y menos aún al uso o abuso del adjetivo que suele plantearse como un gran paraguas en el que cabe todo lo indeseable.

De esta forma las cantidades de abusos o agresiones se inflan y producen alarmas destinadas a justificar la tesis del peligro, lo que, a su vez, justifica, la tesis de la prevención y, si seguimos, la de la financiación de la cadena. De esta forma no es difícil concluir que estamos en una situación de epidemia —más bien de pandemia— en la que toda la población es infectada y tiene relación con esa inmoralidad, hoy ya delito.

¿Se pretende con ello extender la idea de que todos somos unos delincuentes o degenerados? “Todos podemos ser agresores y abusadores sexuales”, se repite desde los libros de divulgación para incitar a la sospecha y la denuncia.

El ridículo que hizo la comunidad científica y profesional hace siglo y medio, con ocasión de la histórica polémica sobre “el horrible crimen de la sodomía” o “ el abominable vicio del onanismo” puede repetirse en la actualidad con este de las agresiones y abusos sexuales. El estudio comparado de ambos fenómenos muestra paralelismos notorios.

“Al haberse vaciado los argumentos contra la homosexualidad o la masturbación —dice Ralph Adams— algunos han abierto otras batallas para mantener viva la misma guerra, es decir, las mismas amenazas y los mismos miedos contra el sexo”. Contra la misma idea antigua de lujuria que se quiere mantener, si bien, para no parecer antiguos, ahora la llaman sexo.

Quizá cuando pasen unos años y se despierte de esta pesadilla los historiadores nos vean tan ridículos como ridículos vemos hoy los fantasmas extendidos entonces sobre “los innumerables males físicos, psicológicos y sociales producidos por la masturbación” . Lo cual no impide constatar los sufrimientos e infortunios causados.

Sobre una muestra de ese patético ridículo, ya hecho, a propósito de la pederastia, léase Arcadi Espada, Raval: del amor a los niños (Edic. Anagrama, 2000). Existen otros similares sobre sucesos parecidos en otros países de Europa. Por ejemplo, sobre los casos de Casa Pía en Portugal o Jacques Dutrou en Bélgica.

 

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VI. Nociones de cultura y clima sexual

1. La noción de cultura sexual

Los principales gestores del proceso de modernización han solido recurrir menos a la antigua expresión “guerra de los sexos” y más a la de “convivencia entre los sexos” con el fin de ahondar más en el valor de ésta que en los riesgos históricos de aquélla, siguiendo la máxima de que los haberes son más atractivos que los déficit.

Una serie de pasos han sido dados de forma que esos supuestos enemigos —más bien ignorados amigos— han conocido acercamientos diversos, replanteamientos en distintas fases y, finalmente, un marco en el que sus debates pueden ser mantenidos por igual en un clima distendido y propio de la convivencia razonable.

Pero es obvio que surgen nuevos motivos de enfrentamiento. De la forma en la que dichos problemas sean abordados podemos decir que se está en una cultura de convivencia o de violencia, de consenso o confrontación.

 

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2. La noción de clima sexual

Similar a la noción de cultura sexual, la noción de clima sexual da cuenta de la tonalidad de conjunto en la que se plantean las relaciones de los sexos. La conciencia de los nuevas identidades y derechos, así como las posibilidades de desarrollo de unos y de otros pueden ser considerados como sus grandes logros.

Sin renunciar a estos logros de la modernización, quedan, al lado, las actitudes de ataque o de defensa, de puesta en guardia o a la defensiva, así como las posibilidades de mutuos chantajes y ajustes de cuentas, precisamente por la mezcla de esas nuevas posibilidades con susceptibilidades antiguas. Es lo que se conoce como estado o clima de confrontación.

La hipótesis a la que conduce esta noción es que en la medida en que avance un clima de fomento de posibilidades de entendimiento entre los sexos perderá peso y protagonismo el otro de las susceptibilidades y la confrontación dentro de su marco. Fomentar una cultura sexual, así como un clima sexual sobre la base de la convivencia requiere, pues, abordar primero el foco de la convivencia y educación de los sexos antes que el de la violencia y sus variadas formas.

 

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3. El respeto a la epistemología

Tanto la noción de cultura sexual como la de clima sexual remiten al sexo como concepto y marco de atracción y convivencia. Es éste, pues , una vez más, el que necesita ser considerado en su riqueza y dignidad por ser precisamente el que puede ofrecer los contenidos razonables propios de los sexos y, por lo tanto, la base de su distintivo.

El hecho de que el mismo concepto de sexo haya sido excluido del debate y confusamente distorsionado, así como mezclado con toda clase de elementos abyectos no es admisible en un debate razonable. No hablamos de las religiones y sus morales sino de la epistemología de los sexos y sus razones.

El debate principal no es, pues, el de la violencia y sus peligros sino el del sexo y sus beneficios para la convivencia. El protagonismo de los valores trae más beneficio que la lucha contra las miserias.

El hecho de ser sujetos sexuados, valor y cualidad de ambos sexos y una de las grandes adquisiciones de la Época Moderna, ha tratado de ser convertido en lastre y amenaza para los mismos sujetos. La prisa por penalizar y castigar ha tratado de cortar el gran proceso de modernización en el que las mujeres son consideradas sujetos a todos los efectos precisamente por ser, como los hombres, sujetos sexuados.

Tras el paradigma moderno, las mujeres no pueden ser ya consideradas criaturas de protección especial y, a su vez, los hombres no pueden serlo de persecución. Definir al final del siglo XX el sexo como peligro a cambio de recibir la protección de sus riesgos hace pensar en notorios retrocesos.

Tratar de convertir el sexo en pornografía y fuente de violencia es algo muy grave y que, por tanto, requiere ser pensado con detenimiento. ¿Qué ha fallado en este proceso? Respuesta: la cuestión de los conceptos; la epistemología de los sexos y su dimensión razonable. Sólo a partir de ahí puede empezar cualquier política, cualquier legislación y cualquier ética sobre los sexos.

E.A. y N.F.