Por E.Amezúa

¿Por qué y de qué manera nos sexuamos de forma que seamos más de uno que de otro sexo sin perder por ello la referencia del continuo de los dos?

Responder a esta pregunta y a otras parecidas constituye la apasionante aventura de lo que se conoce como sexuación, es decir, el proceso de hacerse sexuado.

Seguramente no vamos a poder disponer de las certezas que nos gustaría; pero, al menos, podremos acercarnos a un foco de preguntas de gran utilidad.

La sexuación es el concepto que trata de ordenar un gran número de interrogantes relativos a la diferenciación de los sexos y, por lo tanto, a su riqueza y diversidad que, precisamente, proceden de esta forma de diferenciación.

ÍNDICE

I. Preliminares

II. La línea del continuo de los sexos

III. Los caracteres sexuales

IV. La historia sexual

Nos acercaremos aquí al primero de los grandes conceptos señalados en el mapa general del Hecho Sexual Humano. Se trata de la sexuación, un fenómeno aparentemente simple y que, sin embargo, es muy complejo.

En él reside el hecho universal que atraviesa a todos los seres humanos pero cuyo resultado configura a cada uno en su forma particular. Es lo que, de otro modo, se conoce también por historia sexual, una historia que como toda historia diferenciada y propia está compuesta por hitos o etapas diferentes en la biografía de cada cual.

I. Preliminares

1. Observaciones

El concepto de sexuación dice relación a un proceso que coincide con la evolución del mismo ciclo vital de cada individuo en el marco más amplio de las distintas fases evolutivas de la historia general. Todo individuo parte de un embrión de vida que se desarrolla como un proyecto.

Desde lo que constituye el momento cero en la concepción de un ser humano, con la fusión de un espermatozoide y un óvulo, los estudiosos han destacado factores o elementos que contribuyen a la creación del nuevo ser de uno u otro sexo. Es hoy opinión aceptada que los primeros elementos sexuantes dependen de los espermatozoides portadores de ese factor germinal que es el cromosoma XX o XY del que dependen las primeras estructuras originadas por los genes.

Por ello algunos, desde las Ciencias Naturales, hablan de sexo genético. Pero, como primer paso de un largo proceso, su denominación más propia no es la de sexo sino la de factor genético de la sexuación general. La razón es que, aunque es muy importante, ni es absolutamente determinante ni es el único del proceso, puesto que hay otros.

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2. Nuevos hallazgos

La organización de los primeros grupos de células, por su parte, dan origen a la activación de otros factores de los que surgen los tejidos y se perfilan los órganos de todo el organismo.

En el trayecto de las primeras semanas de la vida embrionaria se suceden algunos procesos básicos y de un gran interés. Tal es el caso de la aparición de la progónada indiferenciada de la que se derivarán gónadas diferentes mediante la inducción hormonal y desde la cual, con independencia de los cromosomas —y de sus genes—, el futuro ser se encamina hacia una u otra dirección que llamamos, aunque de forma muy primaria, masculina o femenina.

Un descubrimiento curioso e importante: si esa inducción no se produce, la evolución será. Es lo que se ha formulado bajo la máxima «Eva precede a Adán». Otros factores especialmente estudiados son los relativos a la sexuación o diferenciación sexual cerebral que tienen lugar, según los actuales datos, hacia el sexto-séptimo mes de la etapa embrionaria y cuyo resultado es un efecto de la impregnación de unas u otras hormonas.

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3. Otros datos

Es igualmente importante destacar los estudios relativos a la asignación del nombre en el momento del nacimiento, así como su presentación en sociedad como de uno u otro sexo y el correspondiente inicio de nuevos factores en el conjunto de dicho proceso.

El estudio de estos y otros datos similares han llevado a profundizar cada vez más en la pregunta relativa a la construcción del sexo de los sujetos desde los primeros tramos de la vida de forma que lo que parecía una evidencia cuando el sexo era relacionado sólo con órganos o con los datos de la naturaleza se ha vuelto un objeto de interrogación cuando partimos de un concepto global e integral como es el sexo general.

El estudio de estos procesos y de sus distintos elementos en juego parece inagotable para explicar no sólo la diferenciación entre uno y otro sexo sino igualmente la variedad de cada uno de ellos en particular. A través de ellos se teje esa trama evolutiva de la sexuación biográfica de la cual estos datos no son sino algunos indicadores.

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4. Intersexualidad vs dimorfismo

Intersexualidad es el concepto moderno situado como base en lugar del antiguo dimorfismo. Dimorfismo es un término de origen griego que significa dos formas. Y fue adoptado por la biología para denominar, por un lado, al macho y, por otro, a la hembra.

La Época Moderna ha pensado a los sujetos humanos como sujetos sexuados. Y ha situado el sexo general como clave para explicar su proceso biográfico situando a ambos sexos en interacción. De ahí su interés para la construcción de sus identidades en las que participan materiales de uno y otro sexo.

La intersexualidad es, pues, la noción que permite comprender cómo los distintos indicadores o factores van configurando el sexo general, siempre con la participación de los dos sexos. Todos tenemos elementos de ambos sexos, si bien el resultado del proceso siempre será de uno de forma preferente al otro.

Al comienzo de nuestra civilización occidental, cuando se ordenaron las bases de nuestro pensamiento, Platón preguntó a los amigos invitados a El Banquete:

— ¿Cuál es el origen de ese sentimiento que llamamos amor, cómo explicarlo?.

Y Aristófanes, uno de los comensales, respondió de la siguiente forma:

— En el principio, antes de que fuéramos como somos, los humanos no teníamos las formas que tenemos ahora ni éramos como somos ahora. Aquéllos eran esféricos y redondos. Eran completos y autosuficientes. No tenían fisuras ni carencias. Cada uno se bastaba por sí mismo. No eran ni hombres ni mujeres sino ambos juntos. Eran andróginos.

Los comensales rieron. Aristófanes era conocido por su carácter cómico. En la vida real era un autor de comedias. Cuando las risas le permitieron hablar, Aristófanes siguió su relato.

— Por ser autosuficientes, eran altivos e insoportables. Y por eso fueron castigados. Un día Zeus, harto de ellos, mandó que los cortasen en dos, que los seccionasen. Y desde entonces los unos se vieron necesitados de los otros, buscando cada uno convivir con su otra mitad, justamente la otra mitad amputada.

Los comensales dejaron de reírse y vieron que Aristófanes, a pesar de su aire extravagante, había respondido a la pregunta con un fondo que les dejaba pensativos. Y el cómico concluyó:

— Desde entonces todos los seres humanos se buscan. Buscan la otra parte que les falta. Y por eso se atraen y cuando se encuentran se abrazan y se besan. Lo que hoy llamamos amor es la consecuencia de ese corte, de esa diferenciación.

(Platón, El Banquete, 188-192, versión libre)

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II. La línea del continuo de los sexos

1. Los sexos y sus aspectos

Conviene, pues, no perder de vista, más allá de estos aspectos, la línea central. Es la línea vertebradora de este proceso centrado en torno a uno u otro sexo. Algunas disciplinas han extendido nociones de sexo tales como el sexo biológico, el sexo psicológico, el sexo social, etc. y han adjetivado distintos sexos a partir de los factores estudiados.

Estas denominaciones han extendido, a su vez, otras, tales como el sexo genético, el sexo endocrino, el sexo de asignación, etc. para terminar hablando del sexo social que han denominado género. Con ello el concepto troncal y vertebrador del sexo de los sujetos se ha vuelto, en ocasiones, borroso y difuminado.

Los aspectos del sexo no deben distraernos de la linea troncal que es la sexuación de los sujetos. Lo central de nuestro objeto de estudio no debe perderse tras los debates de los aspectos como no deben confundirse las líneas generales con sus segmentos.

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2. Es el sujeto el que se sexua

Desde la lógica y el marco del hecho sexual humano el concepto de sexo es el que se refiere a los sujetos y no a sus elementos o aspectos que, como tales aspectos no son sino factores de sexuación del sujeto en su conjunto que es el que interesa de forma principal.

El esquema que ha habituado a la reagrupación de estos aspectos como fundamentalmente biológicos, psicológicos o sociales, tal como se ha extendido, puede ser útil pero en Sexología se insiste más en el carácter biográfico de estos aspectos con vistas a no perder el hilo conductor y de esa forma primar al sujeto mismo por encima de dichos aspectos.

Es, insistimos, el sujeto, el protagonista de todos ellos. Y es su biografía la que mejor los aglutina y da cuenta de su unidad y coherencia dentro de su variedad. Importa explicar no sólo la diferenciación de uno y otro sexo sino las variedades en cada uno de los dos.

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3. Casuística e incongruencias

Son bien conocidos de todos los casos de atletas femeninas con cromosomas masculinos y que, por ese hecho, han sido excluidas de las grandes competiciones. Ello ha llevado a plantear en repetidas ocasiones la extraña pregunta en torno a la definición de hombres y mujeres en ámbitos bien dispares pero con precisiones curiosas.

También son conocidos los casos, aunque minoritarios y por ello chocantes o sensacionalistas, de otras ambigüedades como las de los denominados transexuales y la consiguiente disputa en torno a tener que pasar por intervenciones quirúrgicas obligadas para acomodar su DNI a su condición sexuada que, a fin de cuentas, no es ni normal ni anormal sino la suya y a la que, por tanto, tienen derecho.

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4. Las minorías sumadas

Si estos casos son raros, conviene no obstante no perder de vista que sirven para el mejor conocimiento del fenómeno mismo de la sexuación y de su complejidad. La simplificación crea problemas entre los que suelen considerarse las anomalías, precisamente por este exceso de simplificación.

A medida que avanza la minuciosidad en el análisis relativo a esos distintos elementos o aspectos y a su complejidad, surgen mayores matizaciones tanto en los sujetos como en los sistemas establecidos en torno a viejas nociones que no han sido renovadas.

En todo caso, la casuística de estas minorías —que, sumadas, no son tan minoritarias— exigen cada vez más clarificar este gran concepto de la sexuación para la configuración de los sujetos. Es sabido que, aunque sean minorías, no por ello dejan de ser sujetos humanos y, por ello, no uniformes sino testigos de ese valor que es la diversidad de la que todos participamos.

En el fondo de estas dificultades para comprender las diversidades no está tanto el fenómeno de la normalidad o anormalidad cuanto el peso de la identificación de sexo con reproducción y, en definitiva, con los órganos de la generación.

El paso de machos y hembras a hombres y mujeres ha sido lento y, por ello, los restos y vestigios de este antiguo modelo de referencia siguen aún pesando.

El concepto moderno de sexo ha dado un paso importante a partir de la ruptura con el antiguo modelo del locus genitalis pero es evidente que esa antigua sombra sigue latiendo y constituye un gran número de malentendidos.

El continuo de los sexos es una noción que explica mejor la construcción del sexo de cada cual con sus diversidades y sin tener que recurrir con tanta frecuencia a los criterios de lo normal y lo anormal, nociones ya superadas.

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III. Los caracteres sexuales

1. El triple criterio

Ante estas y otras situaciones similares —y de un modo especial incitado por el debate de los sexos y su continuo masculino-femenino—, el primer gran sexólogo moderno, Havelock Ellis, uno de los sexólogos de la primera generación, estableció en 1894 un criterio que, con ligeros retoques, ha seguido y sigue en vigor.

Este criterio es el que se conoce bajo la denominación de los caracteres sexuales en sus tres niveles de exclusividad, preferencia y simultaneidad.

En esta distribución de rasgos por razón de sexo reside, en definitiva, el fenómeno de la compa(r)tibilidad entre ambos sexos en el continuo que forman. Y en dicho reparto las nociones de caracteres sexuales ayudan a comprender qué es de uno y qué es de otro —o qué forma a uno y qué a otro— constituyendo lo diferencial de ambos siempre en referencia mutua entre los dos.

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2. Los caracteres primarios

Se llaman caracteres sexuales primarios a los propios y exclusivos de cada uno de los sexos y no del otro. Este rasgo de la exclusividad ha sido con frecuencia confundido con «lo biológico» para deducir, a partir de ese equívoco de denominación, otros rasgos tales como invariantes o funciones de la naturaleza, etc, y, a partir de ahí, consecuencias de carácter social o moral, tales como «lo normal», «lo natural».

Es importante aclarar este equívoco. El antiguo y enraizado criterio que consistió en clasificar por un lado lo biológico y, por otro, lo derivado de él, sirvió hasta la Época Moderna y todavía continúa bajo otras denominaciones, tales como en la actualidad cuando se habla de aspectos biológicos del sexo o aspectos psicológicos y culturales.

Si es cierto que esas denominaciones tienen su razón de ser, es importante no confundir ese llamado carácter biológico con lo exclusivo que no es necesariamente biológico o natural sino, como ya quedó indicado, biográfico. Ejemplos de estos caracteres sexuales primarios son los genitales, pero no sólo ellos. Es el caso de la autopercepción o sentimiento de pertenecer a un sexo y no al otro.

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3. Los caracteres secundarios

Los caracteres sexuales secundarios son los que, tras los exclusivos, resultan preferentes de uno de los sexos según el desarrollo de la propia biografía con todos sus elementos sexuantes. Estos pueden ser más de uno que de otro sexo, si bien pueden darse en ambos. De ahí su carácter de prioridad o preferencia de uno de los dos y sin ser exclusivos de ninguno.

Siguiendo el antiguo criterio, estos caracteres sexuales secundarios han sido llamados psicológicos y culturales por oposición a los denominados biológicos o adosados a ellos. Pero si se quiere comprender el fenómeno de los sexos de forma minuciosa, importa recordar una vez más el espejismo de los antiguos criterios centrados en la función reproductora y sus límites, así como la aportación de la nueva clasificación para explicar el proceso de la diferenciación de ambos.

Ejemplos de caracteres sexuales secundarios según esta clasificación son los distintos deseos y sus atractivos. Es el caso de los sujetos homosexuales cuyos deseos se orientan hacia sujetos de su mismo sexo.

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4. Los caracteres terciarios

Los caracteres sexuales terciarios, por su parte, son tan variables y compa(r)tibles por ambos sexos que pueden ser indistintamente simultáneos de uno o de otro según gustos, deseos o valores. Con unos y otros de estos tres niveles los sexos se mueven en su continuo.

De esta forma, la antigua referencia a lo natural y a lo no natural ha dejado su sitio a la nueva referencia de los sexos, tal como éstos se estructuran a lo largo de su biografía. Lo que se trata de comprender, pues, no es tanto lo que es o no natural sino la dinámica de esos tres rasgos de exclusividad, preferencia y simultaneidad que constituyen en definitiva los materiales integradores de las diferenciaciones de uno y otro sexo con vistas a sus relaciones.

Aunque ésta parezca una cuestión sólo teórica, sus repercusiones son prácticas cuando, bajo otros motivos, se hable, por ejemplo, de la igualdad o diferencia entre uno y otro sexo. Ambos son iguales por ser sujetos y ambos son diferentes por ser sexuados.

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5. Aspectos y debates

El interés de esta noción triple de los caracteres sexuales, así como de sus aportaciones reside en su planteamiento horizontal, es decir relativo a la sexuación de uno y otro de los dos sexos en su reciprocidad. Y no vertical de uno sobre el otro.

Sin duda estas nociones contrastan con otras procedentes de otros campos de conocimiento desde los cuales se ha mantenido un esquema recurrente entre naturaleza y cultura, menos atentos al hecho sexual —a su continuo— y más preocupados por debates relativos a ciertos aspectos del sexo en orden a explicar otras cuestiones.

El interés principal de los sujetos no es tanto la cuestión de qué es de la naturaleza y qué es de la cultura cuanto qué explica la diferenciación entre uno y otro sexo en el desarrollo de sus biografías, lo que ofrece claves para el entendimiento y la convivencia entre ellos.

Si, junto a la aportación de los caracteres sexuales, tenemos en cuenta las otras nociones ya aludidas del continuo de los sexos y de la intersexualidad, se entenderá que la sexuación o diferenciación sexual de los sujetos no sigue tanto líneas rectas o separadas entre ellos sino curvas interactivas entre los elementos de los dos sexos en las que los caracteres sexuales se comparten en grados y niveles.

El excesivo peso del protagonismo de los genes y el poco aprecio de los memes —por expresarlo con el lenguaje de algunos científicos— ha hecho que se diera más importancia al debate de la naturaleza y de la cultura que a las dimensiones biográficas de los mismos sujetos a la hora de explicar su diferenciación por razón de sexo.

La expresión extendida de «la parte femenina de los hombres y la masculina de las mujeres» es una manera de formular este hecho cada vez más confirmado y que necesita más estudio y dedicación para su desarrollo.

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IV. La historia sexual

1. La vertebración biográfica

Otra noción importante en la misma dirección que la anterior —también ésta introducida por los sexólogos de la primera generación para no perder el hilo de la continuidad del sexo biográfico de los sujetos entre sus aspectos—, es la de historia sexual.

La biografía de todo sujeto humano está escalonada por una serie de etapas o fases. Existen, pues, muchas y muy diversas etapas a lo largo del ciclo vital en función de los aspectos que se consideren puesto que son muchos los elementos de este conjunto singular que es cada individuo o sujeto así como sus variaciones.

Uno de los criterios más conocidos es el de las edades cronológicas dentro de las cuales el sexo y su construcción ha solido pasar desapercibido, si bien no es cierto del todo puesto que se trata siempre de un sujeto masculino o femenino.

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2. El hilo de la sexuación

La poca consideración de esta perspectiva de la condición sexuada ha ocasionado que, con excesiva frecuencia, la atención se haya centrado en aspectos tales como la salud, el crecimiento general, la evolución del lenguaje, los conflictos psicológicos, etc.

La historia de los procesos de sexuación ha solido diluirse en estos otros aspectos, así como en el aún más global de la socialización. Y es este hilo conductor del que da cuenta la noción de historia sexual que nos ocupa, sin que los aspectos o anécdotas de muy diverso estilo nos hagan perder el argumento central que es situarse en el marco de los sexos.

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3. Una historia con trayectos

En tercer lugar, en lo que se refiere a la sexuación, nuestra cultura ha seguido más bien una dirección implícita e informal, no necesariamente oculta, con esta cadena de elementos y procesos que configuran la historia sexual.

La consideración de estos trayectos como puntos de una línea permite ver la propia historia sexual en una cadena eslabonada de secuencias y no ya como una serie de fenómenos aislados.

La época moderna, especialmente desde el siglo XIX, ha conocido un gran auge de literatura que ha formado, de por sí, un género propio: el de las autobiografías y diarios. O, dicho de otra forma, el de los espacios de la privacidad e intimidad de los sujetos en los que éstos plasman dichas trayectorias.

Frente a ciertos casos, sólo esporádicos antes, el sujeto moderno ha estado cada vez más preocupado por hacer su historia y consignarla: conceptualizarla y contar con ella. En estos diarios y autobiografías es donde mejor puede encontrarse el hilo conductor de la historia sexuada.

Las biografías de estos sujetos son a veces usadas por los medios de comunicación para mostrar «casos raros». Pero sería importante ver que, más que de casos raros, se trata de particularidades que resultan extrañas por la falta de un esquema general de comprensión y la vigencia aún del criterio de lo normal y lo anormal que convierte a muchos de estos casos, por definición, en anormales. Estudiados de otra forma, vemos que no es así.

El gran peso de una tradición que ha dado excesivo protagonismo a las funciones genitales más que a las dimensiones del sexo ha ocasionado que todo sea interpretado o visto desde aquéllas más que desde éstas.

Si la presencia física de los genitales y sus efectos ha sido grande, ésta ha sido aún más agrandada a través de las llamadas interpretaciones simbólicas desde ellos. Freud ha sido, en parte, el mayor responsable de esta estrategia interpretativa genital.

El vuelco moderno planteado por los sexólogos y que ha consistido en dar más interés al sexo que a los genitales, ha abierto un horizonte mediante el cual el descubrimiento del otro sexo con sus modos, matices y peculiaridades, ofrece mayor riqueza que el aportado por los genitales. Al fin y al cabo éstos no son sino unos elementos más, entre otros, del sexo.

Desde ahí la invitación a la exploración del sexo resulta una invitación a la hondura desde la superficie, a la complejidad desde lo simple. Es el camino emprendido por esta etapa infantil, caracterizada por la curiosidad y los interrogantes. En definitiva, por el afán de saber y descubrir. Alguien dijo que los niños son interrogantes abiertos.

La historia sexual perteneciente a la biografía de todo sujeto puede ser vista como una narración en la que cada cual es el protagonista y que se construye —se escribe— por etapas, fases o capítulos.

Por otra parte, en toda biografía pueden producirse riesgos de cortes bruscos o de alteraciones por diversos problemas. Aquí hemos preferido subrayar la historia sexual general más que detenernos en esos problemas.

Lo más importante en una historia biográfica es que ésta siga hacia adelante. Y en muchas ocasiones, la misma descripción de los problemas hace perder el hilo conductor propio de toda etapa en la historia misma de los sujetos en cuya narrativa la cópula no pasa de ser —como Havelock Ellis escribió— «only an incident»: solamente un incidente que conviene no mitificar sino, al contrario, relativizar y situar en su conjunto.

Con excesiva frecuencia se habla más de los problemas sexuales que del sexo. O se habla de éste tomándolo como sus problemas. Es preciso insistir: los árboles de los problemas impiden ver el bosque de la historia sexual hasta convertirla, en ocasiones, en una historia clínica. Es importante no clinicalizar la vida convirtiendo la biografía general en caso clínico.

Incluso los aspectos bajo los cuales estos problemas son considerados no dejan ver el hilo conductor y narrativo de los sujetos mismos: de su historia que, en ocasiones, se quiebra o se malogra o cambia para luego seguir, siempre seguir.

Por un lado el descubrimiento del sexo —del otro sexuado— contiene grandes dosis de curiosidad e intriga. La ley general de la atracción de los sexos lleva a los sujetos a la experimentación empírica y vivencial.

Éste es el sello propio que suele expresarse diciendo que cada cual es él y sólo él, distinto e irrepetible. Y de ahí que las relaciones de los sexos tengan todas ese carácter de unicidad y distinción que se dirían destinadas a descubrir el universo por primera vez.

Por otro lado, la dimensión razonable de esos mismos sujetos aporta las mínimas dosis de mesura y prudencia capaces de relacionar cosas con cosas, fenómenos con fenómenos, sentimientos con pensamientos, etc. Y esto permite a cada cual contrastar sus propios descubrimientos en el marco general de los otros. En definitiva, no creer que se descubre el Mediterráneo cuando éste ya está descubierto y sin embargo descubrir algo nuevo de él.

En el orden científico se suele llamar experimento de ensayo/error al que se hace sin marco y sin contar con los ya realizados y lo que estos han dado como resultado. Y se suele llamar experimentos organizados y razonables a los que tienen en cuenta estos.

Unos y otros suelen dar sus propios resultados. También sus propios riesgos. Entre ambos se trata de elegir. La experiencia sexual como descubrimiento y encuentro de los sexos invita al experimento y éste puede ser de ensayo/error o teniendo en cuenta variables razonables.

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Aristofanes

– Efectivamente, Erixímaco -dijo Aristófanes-, tengo la intención de hablar de manera muy distinta a como tú y Pausanias han hablado. Pues, a mi parecer, los hombres no se han percatado en absoluto del poder de Eros, puesto que si se hubiesen percatado le habrían levantado los mayores templos y altares y le harían los más grandes sacrificios, no como ahora, que no existe nada de esto relacionado con él, siendo así que debería existir por encima de todo.

Pues es el más filántropo de los Dioses, al ser auxiliar de los hombres y médico de enfermedades tales que, una vez curadas, habría la mayor felicidad para el género humano. Intentaré, pues, explicarles su poder y ustedes serán los maestros de los demás. Pero, primero, es preciso que conozcan la naturaleza humana y las modificaciones que ha sufrido, ya que nuestra antigua naturaleza no era la misma de ahora, sino diferente.

En primer lugar, tres eran los sexos de las personas, no dos, como ahora, masculino y femenino, , sino que había, además, un tercero que participaba de estos dos, cuyo nombre sobrevive todavía, aunque él mismo ha desaparecido. El andrógino, en efecto, era entonces una cosa sola en cuanto a forma y nombre, que participaba de uno y de otro, de lo masculino y de lo femenino, pero que ahora no es sino un nombre que yace en la ignominia.

En segundo lugar, la forma de cada persona era redonda en su totalidad, con la espalda y los costados en forma de círculo. Tenía cuatro manos, mismo número de pies que de manos y dos rostros perfectamente iguales sobre un cuello circular. Y sobre estos dos rostros, situados en direcciones opuestas, una sola cabeza, y además cuatro orejas, dos órganos sexuales, y todo lo demás como uno puede imaginarse a tenor de lo dicho.

Caminaba también recto como ahora, en cualquiera de las dos direcciones que quisiera; pero cada vez que se lanzaba a correr velozmente, al igual que ahora los acróbatas dan volteretas circulares haciendo girar las piernas hasta la posición vertical, se movía en círculo rápidamente apoyándose en sus miembros que entonces eran ocho.

Eran tres los sexos y de estas características, porque lo masculino era originariamente descendiente del sol, lo femenino, de la tierra y lo que participaba de ambos, de la luna, pues también la luna participa de uno y de otro. Precisamente eran circulares ellos mismos y su marcha, por ser similares a sus progenitores.

Eran también extraordinarios en fuerza y vigor y tenían un inmenso orgullo, hasta el punto de que conspiraron contra los dioses. Y lo que dice Homero de Esfialtes y de Oto se dice también de ellos: que intentaron subir hasta el cielo para atacar a los dioses. Entonces, Zeus y los demás Dioses deliberaban sobre qué debían hacer con ellos y no encontraban solución. Porque, ni podían matarlos y exterminar su linaje, fulminándolos con el rayo como a los gigantes, pues entonces se les habrían esfumado también los honores y sacrificios que recibían de parte de los hombres, ni podían permitirles tampoco seguir siendo insolentes.

Tras pensarlo detenidamente dijo, al fin, Zeus: Me parece que tengo el medio de cómo podrían seguir existiendo los hombres y, a la vez, cesar de su desenfreno haciéndolos más débiles.

Ahora mismo, dijo, los cortaré en dos mitades a cada uno y de esta forma serán a la vez más débiles y más útiles para nosotros por ser más numerosos. Andarán rectos sobre dos piernas y si nos parece que todavía perduran en su insolencia y no quieren permanecer tranquilos, de nuevo, dijo, los cortaré en dos mitades, de modo que caminarán dando saltos sobre una sola pierna. Dicho esto, cortaba a cada individuo en dos mitades, como los que cortan las serbas y las ponen en conserva o como los que cortan los huevos con crines.

Y al que iba cortando ordenaba a Apolo que volviera su rostro y la mitad de su cuello en dirección del corte, para que el hombre, al ver su propia división, se hiciera más moderado, ordenándole también curar lo demás.

Entonces, Apolo volvía el rostro y, juntando la piel de todas partes en lo que ahora se llama vientre, como bolsas cerradas con cordel, la ataba haciendo un agujero en medio del vientre, lo que llamamos precisamente ombligo.

Alisó las otras arrugas en su mayoría y modeló también el pecho con un instrumento parecido al de los zapateros cuando alisan sobre la horma los pliegues de los cueros. Pero dejó unas pocas en torno al vientre mismo y al ombligo, para que fueran un recuerdo del antiguo estado.

Así, pues, una vez que fue seccionada en dos la forma original, añorando cada uno su propia mitad se juntaba con ella y rodeándose con las manos y entrelazándose unos con otros, deseosos de unirse en una sola naturaleza, morían de hambre y de absoluta inacción, por no querer hacer nada separados unos de otros.

Y cada vez que moría una de las mitades y quedaba la otra, la que quedaba buscaba otra y se enlazaba con ella, ya se tropezara con la mitad de una mujer entera, lo que ahora llamamos precisamente mujer, ya con la de un hombre, y así seguían muriendo.

Compadeciéndose entonces Zeus, inventa otro recurso y traslada sus órganos genitales hacia la parte delantera, pues hasta entonces también éstos los tenían por fuera y engendraban y parían no los unos en los otros, sino en la tierra, como las cigarras.

De esta forma, pues, cambio hacia la parte frontal sus órganos genitales y consiguió que mediante éstos tuviera lugar la generación en ellos mismos, a través de lo masculino en lo femenino, para que si en el abrazo se encontraba hombre con mujer, engendraran y siguiera existiendo la especie humana, pero, si se encontraba varón con varón, hubiera, al menos, satisfacción de su contacto, descansaran, volvieran a sus trabajos y se preocuparan de las demás cosas de la vida.

Desde hace tanto tiempo, pues, es el amor de los unos a los otros innato en los hombres y restaurador de la antigua naturaleza, que intenta hacer uno solo de dos y sanar la naturaleza humana. Por tanto, cada uno de nosotros es un símbolo de hombre, al haber quedado seccionado en dos de uno solo, como los lenguados.

Por esta razón, precisamente, cada uno está buscando siempre su propio símbolo. En consecuencia, cuantos hombres son sección de aquél ser de sexo común que entonces se llamaba andrógino son aficionados a las mujeres, y pertenece también a este género la mayoría de los adúlteros; y proceden también de él cuantas mujeres, a su vez, son aficionadas a los hombres y adúlteras.

Pero cuántas mujeres son sección de mujer, no prestan mucha atención a los hombres, sino que están inclinadas a las mujeres, y de este género proceden también las lesbianas.

Cuántos, por el contrario, son sección de varón, persiguen a los varones y mientras son jóvenes, al ser rodajas de varón, aman a los hombres y se alegran de acostarse y abrazarse; éstos son los mejores de entre los jóvenes y adolescentes, ya que son los más viriles por naturaleza.

Algunos dicen que son unos desvergonzados, pero se equivocan. Pues no hacen esto por desvergüenza, sino por audacia, hombría y masculinidad, abrazando a lo que es similar a ellos.

Y una gran prueba de esto es que, llegados al término de su formación, los de tal naturaleza son los únicos que resultan valientes en los asuntos políticos. Y cuando ya son unos hombres, aman a los mancebos y no prestan atención por inclinación natural a los casamientos ni a la procreación de hijos, sino que son obligados por la ley, pues les basta vivir solteros todo el tiempo en mutua compañía.

Por consiguiente, le el que es de tal clase resulta, ciertamente, un amante de mancebos y un amigo del amante, ya que siempre se apega a lo que le está emparentado.

Pero cuando se encuentran con aquella autentica mitad de si mismos tanto el pederasta como cualquier otro, quedan entonces maravillosamente impresionados por afecto, afinidad y amor, sin querer, por así decirlo, separarse unos de otros ni siquiera por un momento.

Éstos son los que permanecen unidos en mutua compañía a lo largo de toda su vida, y ni siquiera podrían decir qué desean conseguir realmente unos de otros. Pues a ninguno se le ocurriría pensar que ello fuera el contacto de las relaciones sexuales y que, precisamente por esto, el uno se alegra de estar en compañía del otro con tan gran empeño. antes bien, es evidente que el alma de cada uno desea otra cosa que no puede expresar, si bien adivina lo que quiere y lo insinúa enigmáticamente.

Y si mientras están acostados juntos se presentara Hefesto con sus instrumentos y les preguntara: ¿Qué es, realmente, lo que quieren, hombres, conseguir uno del otro?, y si al verlos perplejos volviera a preguntarles: ¿Acaso lo que desean es estar juntos lo más posible el uno del otro, de modo que ni de noche ni de día se separen el uno del otro?

Si realmente quieren esto, quiero fundirlos y soldarlos en uno solo, de suerte que siendo dos lleguen a ser uno, y mientras vivan, como si fueran uno sólo, vivan los dos en común y, cuando mueran, también allí en el Hades sean uno en lugar de dos, muertos ambos a la vez.

Miren, pues, si desean esto y estarán contentos si lo consiguen. Al oír estas palabras, sabemos que ninguno se negaría ni daría a entender que desea otra cosa, sino que simplemente creería haber escuchado lo que, en realidad, anhelaba desde hacía tiempo: llegar a ser uno solo de dos, juntándose y fundiéndose con el amado

Pues la razón de esto es que nuestra antigua naturaleza era como se ha descrito y nosotros estábamos íntegros.

Amor es, en consecuencia, el nombre para el deseo y la persecución de esa integridad. Antes, como digo, éramos uno, pero ahora por nuestra iniquidad, hemos sido separados por la divinidad, como los arcadios por los lacedemonios. Existe, pues, el temor de que, si no somos mesurados respecto a los dioses, podamos ser partidos de nuevo en dos y andemos por ahí como los que están esculpidos en relieve en las estelas, serrados en dos por la nariz, convertidos en téseras.

Ésta es la razón, precisamente, por la que todo hombre debe exhortar a ser piadosos con los dioses en todo, para evitar lo uno y conseguir lo otro, siendo Eros nuestro guía y caudillo.

Que nadie obre en su contra -y obra en su contra el que se enemista con los Dioses-, pues si somos sus amigos y estamos reconciliados con el Dios, descubriremos y nos encontraremos con nuestros propios amados, lo que ahora consiguen solo unos pocos.

Y que no me interrumpa Erixímaco para burlarse de mi discurso diciendo que aludo a Pausanias y a Agatón, pues tal vez también ellos pertenezcan realmente a esta clase y sean ambos varones por naturaleza. Yo me estoy refiriendo a todos, hombres y mujeres, cuando digo que nuestra raza sólo podría llegar a ser plenamente feliz si lleváramos el amor a su culminación y cada uno encontrara el amado que le pertenece retornando a su antigua naturaleza.

Y si esto es lo mejor, necesariamente también será lo mejor lo que, en las actuales circunstancias, se acerque más a esto, a saber, encontrar un amado que por naturaleza responda a nuestras aspiraciones.

Por consiguiente, si celebramos al Dios causante de esto, celebraríamos con toda justicia a Eros, que en el momento actual nos procura los mayores beneficios por llevarnos a lo que nos es afín y nos proporciona para el futuro las mayores esperanzas de que, si mostramos piedad con los Dioses, nos hará dichosos y plenamente felices, tras restablecernos en nuestra antigua naturaleza y curarnos.

Éste, Erixímaco, es -dijo- mi discurso sobre Eros, distinto, por cierto, al tuyo. No lo ridiculices, como te pedí, para que oigamos también que va a decir cada uno de los restantes o, más bien, cada uno de los otros dos, pues quedan Agatón y Sócrates.

– Pues bien, te obedeceré -respondió Erixímaco-, pues también a mí me ha gustado oír tu discurso. Y si no supiera que Sócrates y Agatón son formidables en las cosas del Amor, mucho me temería que vayan a estar faltos de palabras, por lo mucho y variado que ya se ha dicho. en este caso, sin embargo, tengo plena confianza.

Tú mismo, Erixímaco -dijo entonces Sócrates-, has competido, en efecto, muy bien, pero si estuvieras donde estoy yo ahora, o mejor, tal vez, donde esté cuando Agatón haya dicho también su bello discurso, tendrías en verdad mucho miedo y estarías en la mayor desesperación, como estoy yo ahora.

– Pretendes hechizarme, Sócrates -dijo Agatón- para que me desconcierte, haciéndome creer que domina a la audiencia una gran expectación ante la idea de que voy a pronunciar un bello discurso.

Sería realmente desmemoriado, Agatón -respondió Sócrates-, si después de haber visto tu hombría y elevado espíritu al subir al escenario con los actores y mirar de frente a tanto público sin turbarte lo más mínimo en el momento de presentar tu propia obra, creyese ahora que tú ibas a quedar desconcertado por causa de nosotros, que sólo somos unos cuantos hombres.

-¿Y qué, Sócrates? -dijo Agatón-. ¿Realmente me consideras tan saturado de teatro como para ignorar también que, para el que tenga un poco de sentido, unos pocos inteligentes son más de temer que muchos estúpidos?. -En verdad no haría bien, Agatón -dijo Sócrates-, si tuviera sobre ti una rústica opinión. Pues sé muy bien que si te encontraras con unos pocos que consideraras sabios, te preocuparías más de ellos que de la masa. Pero tal vez nosotros no seamos de esos inteligentes, pues estuvimos también allí y éramos parte de la masa. No obstante, si te encontraras con otros realmente sabios, quizás te avergonzarías ante ellos, si fueras consciente de hacer algo que tal vez fuera vergonzoso. ¿O qué te parece?

– Que tienes razón -dijo.

– ¿Y no te avergonzarías ante la masa, si creyeras hacer algo tan vergonzoso?

Entonces Fedro -me contó Aristodemo- les interrumpió y dijo:

Querido Agatón, si respondes a Sócrates, ya no le importará nada de qué manera se realice cualquiera de nuestros proyectos actuales, con tal que tenga sólo a uno con quien pueda dialogar, especialmente si es bello. A mí, es verdad, me gusta oír dialogar a Sócrates, pero no tengo más remedio que preocuparme del encomio a Eros y exigir un discurso de cada uno de nosotros. Por consiguiente, después de que uno y otro hayan hecho su contribución al Dios, entonces ya dialoguen.

– Dices bien, Fedro -respondió Agatón-; ya nada me impide hablar, pues con Sócrates podré dialogar, también, después, en otras muchas ocasiones.

(El Banquete, Platon)