El Marqués de Sade: Un Vecino cercano

Me resulta interesante y a la vez primordial, el hecho de que el título original del texto «At Home with the Marqués de Sade» (En casa con el Marqués de Sade) se haya modificado y al mismo tiempo «perdido» en los trámites de traducción y de las editoriales. El título original no deja de ser una invitación a dejar entrar en un lugar tan personal, tan simbólico, tan íntimo, a un personaje que no ha gozado de la mejor reputación por largo tiempo.

Es sin lugar a dudas difícil leer un texto en su idioma original y, es aún más difícil para el traductor, quien juega un papel de mediador entre el autor y el lector, el hecho de convertirse en un mediador entre culturas, es decir, en un intérprete.

El trabajo realizado por la autora de ésta biografía, que movida por «la ironía y la ternura que destila la correspondencia entre el marqués y la marquesa de Sade», tiene la virtud de separar los hechos históricos y los de la leyenda del marqués de Sade, sin desligarlos de su fascinante vida novelesca. La biografía, me presentó a un Sade más cercano, un Sade muy humano, y en especial, a un Sade que por medio del exceso, del escándalo y de un impulso irrefrenable por auscultar en lo más profundo de la condición humana, nos habló del deseo y de sus implicaciones positivas y/o negativas, cuando se es llevado a cabo.

Producto de la lectura del texto, es que la visión de un Sade al que se le atribuyeron vejámenes que abarcaron desde el cuerpo hasta el pensamiento, no deja de escandalizar. Precisamente es la capacidad de escandalizar a la gente de su época (capacidad que hoy en día se encuentra vigente), de ponerlos contra la espada y la pared, de hacer tambalear en el camino por la vida, incluso, al más casto de los hombres (con alma disoluta), que Sade sentó un precedente no sólo literario, sino humano; en la medida en que contribuyó a descifrar, nombrar e incluso ilustrar aquellas manifestaciones que son inherentes a los seres humanos. Su gran virtud consistió en revelar esa ambivalencia de los impulsos eróticos y destructivos, una constante relación entre amor y odio, una disputa entre la maldad y la bondad (ambas naturales), entre la virtud y el vicio; en un contexto donde no sólo lo sexual toma parte, sino incluso, en donde todas las relaciones humanas están influencias y mediadas por éstos factores.

«Si la manera en que he descrito el crimen os aflige y os hace gimotear, vuestra conversión no puede estar muy lejana, y he operado el cambio que deseaba en vos. Pero si esta verdad os molesta, si os lleva a maldecir al autor… ¡Desafortunado de vos! ¡Os habéis reconocido y nunca cambiaréis!» LOS CRÍMENES DEL AMOR

Lo que comenzó Sade fue un cambio, producto en gran medida por la represión que ejercían dos pilares fundamentales del orden social, la Iglesia y el Estado. Lo que promovió Sade, fue entonces, dirigir la mirada hacia esa «maldad consciente de sí misma (que) es menos horrible y más cercana a la curación que la maldad que se ignora», lo que trató Sade fue alterar no sólo los nervios «de la forma más violenta posible» sino, el orden individual, luego el social. Para ello, dotado de su personalidad impetuosa y voraz, rayana con lo salvaje, tal como lo ilustra la biografía, contó con el don de la palabra y la virtud de seducir a través de ella.

Contó también con la ayuda de dos existencias fundamentales en la vida de todo ser humano, los libros (filosofía, teatro, novelas) y las mujeres (esposa, amiga, amantes), éstas últimas tanto su inspiración, gozo y placer, como su tormento y su padecimiento, tanto en lo físico y lo emocional como en lo moral. Cabe mencionar que los hombres también formaron parte integral en su vida sexual como amistosa, sin embargo, el papel que tuvo la figura de la mujer, en la vida de Sade, fue más que esencial, debido a que así como las amó, también despertaron en él el odio más acérrimo, aspecto que se representa en la aversión y desaprobación a la procreación y a lo maternal.

Todos hacemos parte de la historia, pero es la historia individual la que nos constituye y nos moldea. Como lo relata el libro, la necesidad de satisfacer al instante sus apetitos, fue una característica primordial de la vida de Sade. Su infancia transcurrió en un ambiente de libertinaje por parte de varios de sus parientes, principalmente los varones, suministrándole una excusa moral perfecta a su depravación. De igual manera, su proceso educativo inicial transcurrió en una época en la que el castigo corporal, es decir, la flagelación, hacía parte de la tradición educativa.

Otro referente de su historia personal, fue su afición al teatro, me atrevería a decir, que fue su afición más real. Esa teatralidad se vio representada en la descripción y ambientación de sus novelas, en las orgías realizadas, en la estética de sus estancias (casas, palacios, cárceles) y de su presentación personal (uso de ropas finas), en el gusto por las exquisiteces gastronómicas; elementos que ayudaron a la formación de Sade como personaje central y director de su vida y obra. Fue posible entonces, que durante la construcción y desarrollo de su personaje aludiera a su capacidad de persuasión, e incluso, de manipulación de vidas y situaciones, todas a su favor.

Durante el transcurso de su vida como ser humano, como personaje, como dramaturgo, Sade se convirtió finalmente en un hombre de letras, rúbrica con la que se identificó en la madurez de su pensamiento. La afición de Sade por alcanzar la plenitud a través de actos sexuales fuera de lo «normal», se vio plasmada en no sólo en sus novelas (rechazadas y vituperadas, pero leídas con estupefacción), sino en sus epístolas dirigidas a su esposa y confidentes. En éstas últimas, Sade mostraba la contracara de su personalidad, una cara representada en poemas, adulaciones a sus amores, elogios al vínculo de la amistad, dejando entrever a un Sade de carácter hipersensible, sediento de ternura y protección.

En sus obras literarias cristalizó una de sus principales motivaciones, aleccionar a los lectores, principalmente a los jóvenes, con el fin de hacerles «aborrecer el vicio al revelar todos los horrores secretos que los hombres experimentan cuando sus fantasías se disparan». De allí que Sade se circunscribiera dentro de la escritura y descripción de un fenómeno como la pornografía, cuya práctica estaba bastante extendida entre los miembros de la aristocracia provenzal, gozando de cierta aceptación, todo en un ambiente velado para el pueblo, un ambiente clandestino.

Sade fue entonces además de un libertino e «inadaptado» consumado, un «recto escritor» (Flaubert), «un ilustre y maltratado benefactor» (W. Blake), «un mártir», un precursor de repulsiones, psicopatías e incluso de movimientos artísticos (el surrealismo); un maestro de la sospecha. La sospecha de confiar en cierta bondad inherente al ser humano, que promovió y defendió la existencia de un erotismo polimorfo en el amplio espectro de la vivencia sexual.

Sade sigue teniendo hoy repercusiones en el vecindario de los seres humanos, su hogar es tan amplio como uno de sus castillos; tan cerrado, fortificado y oscuro como una de sus celdas, tan lleno de flores y árboles frutales en sus exteriores, pero a su vez, tan colmado de sensaciones fuertes, vertiginosas, execrables y escandalosas como en cada una de sus habitaciones. Sade nos mostró parte de sus aposentos, nos enseñó y mostró una puerta, una puerta que sigue abierta, «sólo hay que querer entrar».

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