LOS PLIEGUES DEL PLACER

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 Tras la supresión del coito —o su prohibición en términos propedéuticos, léase, si se prefiere terapéuticos—, la profundización en la otra estrategia de la focalización sensorial como hilo conductor empírico de la Terapia sexual ha permitido separar una serie de pliegues operativos y conceptuales en la vivencia del placer que han resultado de suma utilidad no sólo para el tratamiento de las distintas dificultades sino también para el perfil del nuevo ars amandi. Nos detendremos a continuación en algunos de estos pliegues.

Primer pliegue: sensaciones

El primer objetivo de los juegos de focalización sensorial, decíamos, es activar y cultivar la capacidad de sensar en los amantes. No se trata tanto, decíamos también, de sentir cuanto de sensar. El hecho de que este objetivo sea más modesto y humilde ha hecho que haya recibido menos interés. Corresponde a lo que, conceptualizado de otro modo, puede ser denominado dar y recibir placer mediante caricias en su sentido más básico y literal. Aunque también pueden ser objeto de estudio la vista, el olfato, el gusto o el oído, nos centraremos aquí sólo en el tacto como eje conductor, si bién éste puede constelar a los otros.

Se han desarrollado series de juegos basados en caricias o contactos que pueden ser indicados o sugeridos en el comienzo de todo proceso de tratamiento de esta clase de dificultades. En todos ellos se trata de dar y recibir —de compartir— placer en reciprocidad, si bien el orden de los juegos señala una condición importante de carácter didáctico: el ser por respectivos turnos, lo que favorece tanto el detenimiento como la concentración.

Los juegos suelen tener unas reglas que se explican, al menos en sus aspectos y objetivos más elementales, eligiendo días y horas para evitar ansiedades, lo que suele ser convenido en la sesión conjunta o «mesa redonda». Así, por ejemplo: «Tomar una ducha, tumbarse en la cama, relajarse… Ella, o él, según los casos, dedica unos minutos a jugar con él. Se trata de pasar las manos, de rozar, de dedicarse a notar las sensaciones simples y elementales que surjan. No especiales sino las que, de hecho, surjan en este recorrido por el cuerpo del otro mientras éste está tumbado y se dedica, a su vez, a recibir… Una vez terminada esta fase ella le da la vuelta de forma que quede bocabajo si estaba boca arriba o viceversa. Acabado su turno, le toca a él, o a ella, si fue él quien empezó. Y así se hace la misma operación. Y luego, de nuevo, otra vez ella y luego él… hasta terminar el juego»

Sensar no es excitar. Y la finalidad de este juego, o de otros como éste, es sólo sensar. La delimitación de los detalles —duración del juego entero, así como de los distintos turnos, quién empieza o termina y según qué criterios, etc.— son detalles que pueden cerrarse o dejarse abiertos en función del estado concreto de la pareja, de sus formas de entendimiento, de sus ansiedades o miedos, de sus capacidades de consenso.

Generalmente este clase de juegos de contacto proporcionan bienestar y formas de encuentro tranquilas que resultan enriquecedoras por una serie de exploraciones y hallazgos, pero, sobre todo, por la experiencia distinta, dado que no se suele estar habituado a esta clase de situaciones. El carácter de juego prescrito lo dota de una connotación añadida. Algunas reacciones emotivas producen materiales útiles para ser trabajados luego en el curso de las sesiones en las que éstos se verbalizan y comentan.

Segundo pliegue: excitaciones

Un segundo deslizamiento conceptual, que metodológicamente supone el primero, corresponde a los juegos de excitación que son igualmente series de juegos también de focalización sensorial con la inclusión de las llamadas zonas erógenas o más excitantes. Estos juegos tienen la ventaja de proporcionar conocimiento experimental de los genitalia deteniéndose en ellos sin pasar más adelante. Por ejemplo, siempre sobre la base del primer nivel ya aludido —el sensar—, ella se dedica a él y se detiene en sus genitales. Luego es el turno de él, o viceversa, según las reglas acordadas y ambos por sus respectivos turnos, cada uno en su momento y nunca simultáneamente. Ello permite, como ya quedó indicado, que cada cual se concentre en esas sensaciones de excitación según gamas diversas.

No pasa nada si las reglas del juego acordadas o indicadas se saltan por descuido o por deseo. Por ejemplo, con unas sensaciones más orgásmicas que excitantes. Pero lo que interesa es el detenimiento en el que puede constatarse cómo es no sólo posible sino agradable sentir placer separadamente y cada cual en el dar y el recibir respectivo. Al mismo tiempo es importante no olvidar la familiarización con los distintos pliegues o niveles de las sensaciones mediante la exploración de los deseos.

Como se anotó a propósito de los juegos anteriores, también sobre éstos pueden esbozarse o indicarse las reglas de forma más o menos abierta o cerrada según los criterios propios de la pareja en cuestión y la situación en la que se encuentren. Por otra parte, el detenimiento en este nivel de las excitaciones, sin pasar a otras, no tiene ninguna contraindicación. Se puede, por ejemplo, pasar de éstas a las sensaciones del primer nivel con vistas a terminar sin que se den brusquedades o frustraciones. La experiencia clínica nos dice que estos pasos son perfectamente factibles y, sobre todo, de gran utilidad para poder administrase en las distintas formas de placer en el encuentro.

Tercer pliegue: orgasmos

Este nuevo deslizamiento conceptual lo constituye el paso de las sensaciones y excitaciones a lo que es propiamente orgásmico. En efecto, se dan diferencias claras tanto conceptuales como vivenciales entre los juegos de excitación y los de orgasmo.

La articulación de un ars amandi anterior ha solido exigir en el guión el orgasmo y éste con el coito. Una experiencia distinta es el orgasmo de ella o de él por separado y fuera de la estructura coital, si bien dentro del juego y del encuentro. Las vivencias del placer son diferentes y en esas diferencias, en esas matizaciones posibles, residen los descubrimientos que permiten resolver dificultades en ocasiones nimias, en apariencia, fijadas en los distintos tramos de esa cadena de vivencias y acciones en las que no se repara cuando éstas se suceden a toda prisa o de forma tumultuosa y conjunta.

No hace falta indicar que también para estas situaciones existen juegos o formas de hacer de manera que puedan descubrirse esas formas distintas de orgasmo como lo fue descubrir las anteriores sensaciones o excitaciones. Las reacciones posibles de ambos en este tercer nivel o pliegue constituyen igualmente material de trabajo en la consulta siguiente, como es habitual en el trazado general del tratamiento.

Algunos gestos o conductas pueden prestarse a problemas especiales. En ningún caso, como es obvio, se tratará de violentar, forzar o imponer. La lógica del deseo es la lógica del deseo. Y algunos hábitos o costumbres adquiridas pueden requerir más detenimiento. En todo caso, como pliegues que son, en ocasiones el desdoblamiento será más propio de unos, en ocasiones de otros. En ningún sitio está escrito que deban desplegarse todos ni todos a la vez.

Esta atención a los pliegues sucesivos de las formas de placer tiene poco parecido con las burdas o sonadas técnicas sexuales atribuidas a Masters y Johnson con el fin de «conseguir la meta del orgasmo». Es una dedicación a la construcción de encuentros agradables crea, de por sí, complicidades y vínculos nuevos y contribuye al paso de un sistema de valores a otro en el encuentro.

Kinsey había insistido en sus informes: «Se precisan los dos sexos para el proceso de nuestra organización social; pero uno no aprenderá a llevarse bien con el otro, y viceversa, mientras ambos no aprendan a conocerse tal como son y no como imaginan que debieran ser»1 .

«La relación de los sexos, especialmente en lo que éstos tienen de más íntimo y propio, es un vínculo sutil, delicadamente tejido con las necesidades y deseos de dos seres que, como individuos, pueden no saber bien uno los del otro… Es como un puente que se construye y que va del uno al otro y del otro al uno», escriben Masters y Johnson en uno de sus Escritos menores 2 .

Otros pliegues

Como el mar está hecho de olas, el deseo está hecho de pliegues. Eros, el gran dios de la mitología, a quien Occidente sigue refiriéndose para hablar de esa realidad ha recibido un nombre cuando se trata de esa clase de deseo en los humanos: la erótica. Su descubrimiento está lleno de pliegues que los amantes exploran entre sus huecos y recovecos, entrantes y salientes. Muchos científicos han tenido miedo a entrar en esta realidad y lo han «relegado» a la literatura y al arte. Así es como se ha expandido en la cultura y por todas las manifestaciones humanas.

En ocasiones se alude al refinamiento y a la fruición, en otras a sus ingredientes, en otras, en fin, a sus alicientes. Ahí está, pues, esa vía abierta, no exenta de riesgos y sorpresas como sucede en toda búsqueda, en toda aventura. Convendría no olvidar que la fruición de los deleites se sitúa tras todos sus pliegues: las sensaciones, las excitaciones y los orgasmos y no más en unos que en otros, sino en cada uno de ellos y de diversas maneras. Eros, la erótica, puede encontrarse por doquier.

La tradición occidental, judeo-cristiana, hizo del placer —de estos placeres— un ámbito intocable y sagrado bajo la noción de pecado, contemporáneamente denominado tabú y cuyo universo ha seguido alimentado por una mezcla de sacralidad numinosa que invita tanto a su transgresión como a su respeto. Bajo el nombre de erotismo se ha continuado esta dimensión. Georges Bataille, por ejemplo, ha explorado con acierto este filón sacral. En la portada de su clásica obra —El erotismo3— figura el éxtasis de la más grande de las místicas, Santa Teresa, como la expresión más lograda del orgasmo plasmada por Bernini.

Pero si Dios, como escribió Ortega, es, sobre todo, la dimensión que damos a las cosas, la laicización de estos placeres también ha permitido explorar esta realidad de otra manera sin que haya que negar o desechar aquélla. Después de todo, la misma mística del Siglo de Oro escribió: «Dios, hermanas, tambiénestá entre los pucheros». O, en otros términos, Eros ha bajado de las alturas de los dioses a los llanos de los humanos, mortales y cotidianos.

Ni la transgresión de lo prohibido, ni el pavor de los tabúes son hoy, pues, las únicas funciones de los placeres de los sexos; menos aún «el burdo medio» que la naturaleza ha puesto como anzuelo para la reproducción de la especie. Su exploración ofrece una realidad más palpable que constituye, en expresión de Masters y Johnson, como vimos, el cemento con el que se construye el ars amandi de los sexos.

E.Amezúa

 

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