¿DÓNDE RESIDE LA SEDUCCIÓN?

Por Efigenio Amezúa

Seducir no es lo mismo que atraer:
lo primero es un arte, y lo segundo una simple necesidad.
No todo hombre es atractivo para una mujer,
ni toda mujer resulta tan atractiva para todo hombre…

 

Esta pregunta puede parecer superficial, frívola o sofisticada, según la mire cada cual. El hecho de que durante siglos y siglos un hombre y una mujer se encuentren como hombre y como mujer, es simple y comprensible para todos. Las razones ya no lo son tanto. ¿Dónde y en qué residen esas razones? ¿por qué, en definitiva, un hombre y una mujer se atraen?

Hay una explicación muy corriente que apela al instinto para explicar las atracciones sexuales. «Es así.» «Es así y así ha sido siempre, y así tiene que ser.» «¿Cómo iba a ser, si no?». Partiendo de esta base, muchos opinan que el atractivo sexual masculino-femenino forma parte del programa, y está inscrito en la naturaleza humana

Sin embargo, «seducir» no es lo mismo que «atraer». La seducción es un arte. La atracción puede ser una simple necesidad. A un hombre puede atraerle una prostituta para acostarse con ella y tener un orgasmo compensatorio. Y este hombre no tiene porqué verse obligado a montar un número seductor. Simplemente puede sacar «equis» billetes de su cartera. Paga, y, a cambio, tiene su porción de orgasmo, su ración de descarga más o menos rápida, más o menos gratificante, que, en este caso, no tiene nada de gratuita.

No es preciso llegar a un extremo tan patente como es la prostitución . Un señor casado, con su legitima esposa, puede —sin recurrir a ningún número especial de seducción— lograr lo mismo que hemos dicho antes: la saciación de su necesidad instintiva, o, como se dice, «natural». Se ha dicho, y redicho, que la sexualidad es un instinto para la perpetuación de la especie. Y para perpetuar la especie no es necesaria —propiamente hablando— la seducción

EL DESEO EXPLICA LA SEXUALIDAD

Hay otra explicación, menos corriente —y más razonable, o por lo menos, más humana— que no invoca el instinto, sino la cultura. Cuando decimos cultura, queremos decir el modo de ser y de pensar, las formas de educación, de comportamiento, de ver el mundo y las cosas, los valores, los gustos… No todo hombre es atractivo para toda mujer, no toda mujer es atractiva para todo hombre. O, por lo menos, no en la misma medida y de la misma forma.

Según esto, la seducción erótica es tan distinta de la necesidad como el gusto culinario lo es del hambre que necesidad saciedad. Casi sin darnos cuenta estamos en una de las claves que hemos venido manejando con frecuencia para comprender en profundidad muchos aspectos centrales de la sexualidad humana. Es el recurso al deseo: no es el instinto el que hace a una thailandesa ponerse flores en el pelo, sino el deseo de agradar. No es el instinto el que hacía a nuestras mozas sofisticadas del siglo XVIII coquetear por detrás del abanico, en un juego mitad cómplice mitad culpable de seducción por el lenguaje de los gestos. El deseo es otra cosa. Si el instinto suele ser tenido como incambiable, el deseo cambia en cada época, en cada persona, en cada educación, en cada medio ambiente…

SEDUCCIÓN PARA EL AMOR …Y PARA EL DELITO

La seducción —por decirlo de una manera simple y breve— tiene aquí su base. Es el cultivo del deseo. Cuando decimos cultivo estamos señalando cultura, educación, formas de vida, costumbres y folklore. La seducción —al menos tal y como aquí la estamos entendiendo— es un fenómeno humano. Es una serie de formas y modos de llamar la atención, de hacerse interesante, de conectar, de «ligar», lo mimo que en otro tiempo se decía cortejar, hacer la corte y otro montón de formas más.

Pero en esto podemos ver la enorme variedad de formas que existen de llevar acabo la seducción entre personas de distinto o del mismo sexo, desde el enamoramiento sencillo o pasional, hasta la artimaña más refinada de los «ganchos» para el engaño en robos o atracos, pasando por la coquetería como frivolidad o el cultivo del encanto amable, los adornos y composturas, el sex-appeal, las sofisticaciones de la cosmética, las modas y un larguísimo etcétera…

UNO DE LOS ARTES MAS REFINADOS

Por ello, podemos decir bien alto y claro que la seducción es un arte —también una artesanía—, en cuyo género puede haber una inmensa variedad de gamas y calidades, de intenciones y de objetivos, que van desde los más humanos y nobles a los más refinados y complejos, también los más engañosos y los más cándidos. Un arte éste que ha sido practicado en todas las épocas.

Un arte y un juego lleno de riesgos y de percances —de lances habría que decir para estar en la vena de los juegos amorosos de época—, de aventuras y siniestros, encantos y falacias. Con la seducción, la sexualidad entra en una dimensión y en unas formas concretas, que están muy lejos de lo que a simple vista pudiera ser denominado «necesidad de saciar el sexo».

Toda relación exige un atractivo. El cultivo de las formas de atraer es el arte de la seducción. Sería bueno rehabilitar esta dimensión, maltratada, de la vida de relación. Sería bueno también ver la imprescindible necesidad de seducir —formas aparte— como valor humano y camino insustituible de la dinámica de la pareja. Sería bueno también tratar de comprender este valor, en vez de dejarlo explotar por la comercialización.

UN MEDIO PARA VIVIR LA ERÓTICA

¿Dónde reside, pues, la seducción? En el hecho básico y simple de que dos personas entren en relación, mediante la llamada de sus respectivas exigencias eróticas. No es un problema de hormonas, como algunos han creído. Tampoco es la «concupiscencia que lleva al mal». Aunque no nos agraden las comparaciones —y menos en este caso—, podríamos decir, para entendernos, que los animales se atraen y copulan; los seres humanos se seducen y hacen el amor.<

La seducción es una forma humana, un camino —complejo, tortuoso, variado, como todo lo que implica libertad— esencial para hacer pareja y mantener en forma esta relación. No hay por qué recurrir a supersticiones o hechicerías, para explicarse los secretos de la seducción. Están ahí. Cada cual los vive en su intento de agradar y ser agradable, en su intento de relacionarse y de llevar a cabo su realidad de ser sexuado y de vivir su erótica. En este intento la seducción es un medio. Sus formas son muy variadas.

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