Sobre masculinidades y feminidades

Juan Lejarraga
Teoría King Kong es un libro peculiar. Incardinado en la teoría queer y el postfeminismo, rompe con la acartonada escritura academicista y nos habla en el lenguaje de la calle. Más cerca de Paglia que de Butler, Despentes busca su propio camino. Sin conseguir despojarse del todo de cierta retórica victimista, ofrece destellos verdaderamente interesantes.

Resulta difícil ofrecer una visión coherente y articulada de lo que propone; de hecho, no estoy seguro de que la tenga. En todo caso, lo que me gustaría en este artículo es recoger algunas afirmaciones suyas sobre lo masculino y lo femenino, verlas como radiografías sociales, y reflexionar a partir de ahí.

¿Qué es lo que exige ser un hombre, un hombre de verdad? Reprimir sus emociones. Acallar su sensibilidad. Avergonzarse de su delicadeza, de su vulnerabilidad. Abandonar la infancia brutal y definitivamente: los hombres-niño no están de moda. Estar angustiado por el tamaño de la polla. Saber hacer gozar sexualmente a una mujer sin que ella sepa o quiera indicarle cómo. No mostrar la debilidad. Amordazar la sensualidad. Vestirse con colores discretos, llevar siempre los mismos zapatos de patán, no jugar con el pelo, no llevar muchas joyas y nada de maquillaje. Tener que dar el primer paso, siempre. No tener ninguna cultura sexual para mejorar sus orgasmos. No saber pedir ayuda. Tener que ser valiente, incluso si no se tienen ganas. Valorar la fuerza sea cual sea el carácter. Mostrar la agresividad. Tener acceso restringido a la paternidad. Tener éxito socialmente para poder pagarse las mejores mujeres. Tener miedo de su homosexualidad porque un hombre, uno de verdad, no debe ser penetrado. No jugar a las muñecas cuando se es pequeño, contentarse con los coches y las pistolas de plástico aunque sean feas. No cuidar demasiado su cuerpo. Someterse a la brutalidad de los otros hombres sin quejarse. Saber defenderse incluso si se es tierno. Privarse de su feminidad, del mismo modo que las mujeres se privan de su virilidad, no en función de las necesidades de un carácter, sino en función de lo que exige el cuerpo colectivo. (pp. 25-26)

Junto a caracteres sexuales terciarios tradicionalmente considerados como masculinos (valentía, agresividad, acometividad)[1] incluye otros no tan habituales como sensibilidad y vulnerabilidad. Luego veremos cómo lo interpreta Despentes. Sigamos con otra larga cita sobre los rasgos femeninos.

¿Por qué seguimos valorizando al hijo que se hace notar mientras que nos da vergüenza que una chica se salga del tiesto? ¿Por qué enseñamos a las niñas la docilidad, la coquetería, el disimulo, mientras que decimos a los niños que deben ser exigentes, que el mundo es suyo, que deben tomar decisiones y elegir? […] nuestra cualidad primordial sigue siendo ser agradables. […] La feminidad: puta hipocresía. El arte de ser servil. Podemos llamarlo seducción y hacer de ello un asunto de glamour. Pero en pocos casos se trata de un deporte de alto nivel. En general, se trata simplemente de acostumbrarse a comportarse como alguien inferior. Entrar en una habitación, mirar a ver si hay hombres, querer gustarles. No hablar demasiado alto. No expresarse en un tono demasiado categórico. No sentarse con las piernas abiertas. No expresarse en un tono autoritario. No hablar de dinero. No querer tomar el poder. No querer tomar un puesto de autoridad. No buscar el prestigio. No reírse demasiado fuerte. No ser demasiado graciosa. Gustar a los hombres es un arte complicado, que exige que borremos todo aquello que tiene que ver con el dominio de la potencia. […] Estar acomplejada, he aquí algo femenino. Eclipsada. Escuchar bien lo que te dicen. No brillar por tu inteligencia. Tener la cultura justa como para poder entender lo que un guaperas tiene que contarte. Charlar es femenino. Todo lo que no deja huella. Todo lo doméstico se vuelve a hacer cada día, no lleva nombre. Ni los grandes discursos, ni los grandes libros, ni las grandes cosas. Las cosas pequeñas. Las monadas. Femeninas. (pp. 102-107)

Lo primero que llama la atención es que Despentes no acaba de ver de un modo positivo los rasgos que encuentra en un sexo u otro. Parece como si a todos nos forzasen a ser de un modo que no queremos o a dejar de ser como sí somos. Al no contar con el concepto de intersexualidad ni el de continuo de los sexos, considera que estamos prisioneros de un sistema binario que obliga a ser A o B. Ante esta situación tan incómoda, su solución pasa por la vuelta a King Kong o el caos anterior a los géneros (por respetar su terminología). Es decir, la reivindicación de una sexualidad previa a la dominación de un género sobre otro y anterior también a la obligación de lo binario (p. 94). Y ya tenemos resucitado al perverso polimorfo freudiano, que disfruta desorganizadamente, sin la imposición de un orden social. En esa reivindicación de lo primigenio polimorfo, Despentes lanza por el desagüe al niño con el agua sucia de la bañera. Es lo que tiene imaginar un mundo sin dos sexos, masculino y femenino, que se expresan con una gama infinita de matices y peculiaridades.

Otra solución que han buscado algunas feministas ha sido atribuir cualquier diferencia entre sexos a la educación. Descartada la utopía del buen salvaje de Despentes, se nos propone ahora la del buen alumno, indistinguible de la alumna. Y con ello volvemos a borrar las diferencias. Este es el callejón sin salida en que se está metiendo el feminismo institucional con su énfasis en la igualdad (no hablo de derechos sino de caracteres sexuales terciarios) y su temor a la diferencia[2].

Desde la perspectiva sexológica, que busca favorecer la convivencia y armonía entre los sexos, la vía de salida a estos atascos no puede ser más sencilla: aceptar que existen diferencias entre hombres y mujeres, reconocer la intersexualidad de esas diferencias (cualquier rasgo puede estar en cualquier sexo, aunque unos son mayoritariamente masculinos y otros mayoritariamente femeninos), dejar que cada uno, en coherencia con su sexuación, cultive aquellos con los que se sienta más cómodo, y promover el conocimiento de las claves del otro sexo para un mejor entendimiento[3].

A pesar de los intentos de ocultación –implícitos o explícitos- por razones ideológicas, estas diferencias entre sexos son tan evidentes que hasta los norteamericanos están empezando a reinventar la rueda, como consecuencia de haber sido “profesionales del sexo sin sexología[4]. Así, en el capítulo introductorio[5] a la edición renovada (2007) del clásico Principles and Practice of Sex Therapy, afirma Leiblum que “quizá uno de los cambios conceptuales y teóricos más importantes en el abordaje de la terapia sexual en el pasado reciente es el creciente reconocimiento de que la sexualidad masculina y femenina son en realidad bastante diferentes” (p. 5) De hecho, lo considera un cambio de paradigma (A paradigm shift: male sexuality and female sexuality are different!). Como caída del guindo no está mal, 100 años después de que Bloch (1907) escribiera lo siguiente:

Todos los intentos, pues, de la Naturaleza o de la Cultura para borrar la diferencia entre lo específicamente masculino y lo específicamente femenino, tienen que considerarse, no solo como completamente estériles, sino también como coartadores del desenvolvimiento[6].

Despentes termina el libro señalando que “a los hombres les gusta hablar de las mujeres. Así no tienen que hablar sobre sí mismos. ¿Cómo se explica que en los últimos 30 años ningún hombre haya producido un texto innovador sobre la masculinidad?” (p.118 ) Si bien lo que haya o no de innovador es discutible, hay que reconocer que desde el toque de campana del Iron John de Robert Bly en 1990, han ido proliferando[7], sobre todo en el ámbito anglosajón, diversos textos que se replantean la masculinidad como atestigua la reciente revisión del sociólogo Michael Kimmel[8] o la de la propia Paglia[9]. Al final, la cuestión que permanece es: ¿sabremos vivir estas diferencias como fuente de riqueza y atractivo o vamos a seguir peleándonos para ver quién es mejor y quién oprime más al otro?

NOTAS

[1] Silberio Sáez. “Los Caracteres sexuales terciarios. Procesos de sexuación desde la teoría de la intersexualidad”. Revista española de sexología, nº 117-118, 2003.

[2] Elisabeth Badinter, Por mal camino, Alianza Editorial, 2004.

[3] Para ampliar esta propuesta de “bilingüismo sexual” véase, por ejemplo, Silberio Sáez , “La nueva terapia sexológica. Claves en terapia y asesoramiento sexual, o sea de los sexos. Revista española de sexología, nº 123-124, 2004. (También publicado en la editorial Fundamentos con el título Cuando la terapia sexual fracasa. Aportaciones sexológicas para el éxito, 2005).

[4] Efigenio Amezúa, “Sexología: Cuestión de fondo y forma. La otra cara del sexo”, nº 49-50, Revista española de sexología, 1991, p. 67.

[5] Sandra Leiblum, “Sex therapy today: Current issues and future perspectives” en Principles and Practice of Sex Therapy (2007), 4th edition, The Guilford Press.

[6] La vida sexual contemporánea. Editora Internacional, Madrid-Berlín-Buenos Aires, 1924 [1907], citado en Ángeles Llorca, La obra sexológica de Iwan Bloch, Revista española de sexología, nº 74-75, 1996, p. 105.

[7] En España tal vez sea Enrique Gil Calvo quien ha asediado con mayor frecuencia, desde una perspectiva sociológica, el perfil cambiante de las feminidades y las masculinidades con su temprano La mujer cuarteada: útero, deseo y safo (1992), pasando por El nuevo sexo débil (1997), haciendo escala en Medias miradas: un análisis cultural de la imagen femenina (2000) y culminando, de momento, en Máscaras masculinas: héroes, patriarcas y monstruos (2006).

[8] “A war against boys?” Dissent, Fall 2006 https://www.dissentmagazine.org/article/a-war-against-boys

[9] “Rigid scholarship on male sexuality”. The Chronicle Review
Volume 54, Issue 4, Page B14, 21 septiembre 2007

http://pages.citebite.com/a2c1t6e5u1iil

 

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