LAS MINORÍAS ERÓTICAS

Dr. Lars Ullerstam

 

INDICE

Prefacio 5

  1. Goce, necesidad y tabú 9
  2. Los puritanos en la sociedad del bienestar 25

III. El perfil instintivo y la perversidad. Los criminales sexuales 34

  1. El incesto 46
  2. El exhibicionismo 53
  3. La paidofilia 67

VII. La bascosimania: instinto de suciedad 73

VIII. La algolagnía 79

  1. La homosexualidad 91
  2. La escoptofilia 101
  3. Otras desviaciones sexuales 107

XII. Las Leyes sexuales 121

XIII. La legislación sobre la pornografía 129

XIV. Reformas sexuales 139

  1. Las objeciones de los puritanos 145

XVI. Todo lo que quisierais 153

Vocabulario 157

 

 

 

 

PREFACIO

 

En general, cuando alguien defiende la causa de las minorías eróticas, lo hace pensando en los homosexuales. De hecho, este grupo erótico particular es uno de los que mejor considerados están. Goza del apoyo de buena parte de la opinión; la prensa y la literatura lanzan a menudo campañas en su favor y los homosexuales disponen de clubs donde encontrarse, sin que por otra parte ninguna ley condene en nuestro país este género de relaciones sexuales.

 

Los otros grupos de desviaciones sexuales no disfrutan de ninguna de esas ventajas y el código les prohibe explícitamente satisfacer sus instintos. Al escribir esto pienso especialmente en los exhibicionistas, los «veedores» o mirones y los paidófilos. Esta obra es un acto de defensa de las minorías eróticas que se enfrenta con tres clases de prejuicios:

 

  1. Las personas que tienen un instinto sexual desviado poseen cualidades inferiores a las del ciudadano medio. Tal vez el lector opine que no vale la pena luchar contra un prejuicio tan viejo. Hoy ya ni siquiera los psiquiatras hablan, en este ámbito, de psicópatas. Bastará, no obstante, que lean ustedes. Los desviados, el libro de Henning Pallesen sobre los homosexuales, para que se den cuenta de cuán difundido está todavía ese prejuicio.

 

  1. Las desviaciones sexuales son fenómenos psicopatológicos. Es normal que sea ésta la opinión general de la gente, puesto que es la de los propios psiquiatras y éstos, para sostenerla, recurren a todos sus dones de elocuencia. Quienes se sientan inclinados a pensar que los psiquiatras basan su opinión en datos científicos, no harian mal en reflexionar sobre el hecho de que en este terreno los psiquiatras coincidan con las opiniones de los teólogos y de los juristas, quienes consideran esas conductas sexuales como pecados y crímenes, respectivamente. Los psiquiatras no han hecho más que cambiar de etiqueta.

 

  1. No hay que ayudar a los anormales sexuales a que logren su goce. El argumento que más frecuentemente se emplea para justificar esta falta de amabilidad es el de que tales desviaciones sexuales son otros tantos sintomas de enfermedades. Lo cual es absurdo. No existe ninguna razón para hacerles la vida imposible a esas personas, con el pretexto de que es un proceso patológico el que engendra una posibilidad de goce. Aun en el caso de que el optimismo pueda ser sintomático de un tumor cerebral, nadie frunce el ceño ante esa clase de enfermos, ni se le impide que tome en préstamo Falstaff Fakir en la biblioteca del hospital.

 

A veces oímos decir que ayudar a los «perversos» a que alcancen su felicidad sexual es causar perjuicio a la sociedad. Por eso consagro todo un capitulo de mi libro al análisis de este tipo de argumentos, que nunca son desinteresados. Con toda probabilidad se comete asimismo un contrasentido cuando se piensa que los «perversos» sufrirían si se les ayudase a realizar sus sueños de felicidad sexual. Kinsey, que ha interrogado a muchos de ellos, considera que el único problema real que tiene el «perverso» es el de la reacción de quienes le rodean. No son, en verdad, unas determinadas preocupaciones humanitarias, sino nuestros convencionalismos sociales, la causa de que no ayudemos a los desviados sexuales a satisfacer sus instintos propios.

 

He dedicado igualmente otro capítulo a formular algunas de las reformas que podrían contribuir a que las minorías eróticas alcanzaran su felicidad. Este libro contiene muchos ejemplos referentes al comportamiento sexual de las diversas minorías eróticas. Tal vez el lector considere que son demasiados atendiendo al reducido formato de mi obra. Responderé a esa posible objeción, recordando que no existe en lengua sueca ningún ensayo de vulgarización sobre el tema que abordo. Y, en segundo lugar, diré que la ignorancia del público en lo concerniente a los comportamientos sexuales existentes es realmente asombrosa. Declaro en tercer y último lugar que confío (¿soy tal vez un utopista?) en que el conocimiento de la realidad puede abatir la intolerancia.

 

Claro está que el conocimiento por sí solo no basta para destruir los prejuicios. Es necesario percatarse y convencerse del hecho de que los desviados satisfacen unas necesidades de igual naturaleza que las nuestras y que ciertas circunstancias, que desconocemos, por ejemplo, su educación, han hecho que ligaran la satisfacción de sus deseos sexuales a unos determinados estímulos externos.

 

Para acabar con el mito de la supuesta bajeza y vulgaridad de los goces «perversos», me resultaría muy fácil citar al azar algunos ejemplos de estados anímicos vinculados a ciertos actos perversos, que alcanzan a menudo un elevado grado de espiritualidad. Tales comportamientos, calificados en la actualidad de atentados contra las buenas costumbres, pueden satisfacer las mismas necesidades humanas elementales a las que acostumbran a dar satisfacción los actos de un culto religioso.

 

Pese a soportar una legislación cruel y a la falta de generosidad de sus prójimos, la persona que padece uno u otro handicap sexual, tiene ciertas posibilidades de satisfacer sus deseos instintivos. Intentaré en mi libro dar cuenta de esas posibilidades y de las escapatorias que permite nuestra legislación sexual vigente.

 

Confío, finalmente, en que este libro pueda ayudar a satisfacer necesidades eróticas.

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