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Felicitamos sin reservas la época de los derechos. Hemos podido hablar de floración de derechos a todos los niveles. Pero… (Pero o sin embargo son conjunciones adversativas) pero nuestro trabajo necesita ir aún más adelante sobre una dimensión humana que, en la historia, sólo ha merecido rechazos.

Los derechos son derechos. Los deseos son las sensaciones y afectos, emociones y sentimientos que viven los individuos y que con mucha frecuencia no sólo han sido estigmatizados como vicios sino perseguidos sin contemplación.

Ni siquiera vamos a invocar aquí lo que podría ser el derecho a desear, uniendo derechos con deseos. Lo que plantean los deseos es algo que, en muchas ocasiones no siguen la misma lógica de los derechos. Si los derechos suelen ser claros y rectos, los deseos siguen más bien líneas curvas y sinuosas.

No se puede hablar de atracción o de seducción en líneas rectas. Tampoco se puede resolver en un «tienes derecho a seducir». O «tienes la obligación de dejarte seducir»

Dicho de otra forma: los derechos siguen la vía de la Ley mientras que los deseos, a su vez, siguen la lógica de Eros.

Por cierto, en la historia, Eros ha sido contrapuesto con mucha frecuencia a unas leyes por una serie de motivos. Y en la actualidad hay otros motivos para mantener o incrementar esa situación.

No quisiera detenerme en detalles. Sólo afirmar cómo las leyes actuales se dedican más a perseguir muchas manifestación de los deseos eróticos. Cómo la ley envía sus agentes a la mismísima esfera de la intimidad. Cómo convierte indicios en pruebas a través de una rebuscada manera de «vigilar y castigar».

La expresión es de Foucault y recuerdo muy bien su detención en una y otra palabra cuando las pronunciaba en sus clases para explicar la multiplicación de los discursos sobre el sexo como forma de estar presente y controlar hasta las situaciones más mínimas e insospechadas.

Si en épocas anteriores la represión había sido clara -seguía Foucault diciendo- en nuestros días se ha hecho secreta y espectral, asfixiante como el castillo de Kafka. El ejemplo más claro podría ser la persecución por todos los medios de formas que el poder no puede tolerar. No me refiero a formas peculiares sino a la simple seducción que es el ritual más sencillo de la reciprocidad de los deseos.

Hay muchas organizaciones en pro de los derechos. Hay pocos colectivos que se hagan presente por su estudio de los deseos. Hay mucho discurso sobre la persecución de la violencia y sus formas. Y en muchas ocasiones esas formas se sitúan encima de los deseos, tomando estos como formas de abuso o de agresión.

Los derechos ya tienen quien les escriba. Los deseos siguen sin tener quien los estudie, si no es para erradicarlos o anularnos. Como si por definición fueran inductores de delito. Nos alegramos de celebrar la fiesta de los derechos de las últimas décadas. Pero no se vive sólo de derechos. Se vive, sobre todo, de deseos. Y podría suceder que, a fuerza de ir todos rectos, terminemos por olvidarnos de las curvas.

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