ARS AMANDI EN GRECIA Y ROMA

Antonio Alvar Ezquerra

 

  1. Agradecimientos y delimitación del tema.

Quiero agradecer muy sinceramente a los responsables de este Máster en Sexología –a su directora Carmen Alcalde, a mi buen amigo Mario Martín Bris, que asesora de manera eficaz esta actividad de los Estudios de Posgrado de Sexología del Incisex en convenio con la Universidad de Alcalá, y a Efigenio Amezúa, que hayan querido contar conmigo para compartir con Vds. lo que pueda saber sobre la cuestión que me han propuesto, a saber, el “Ars amandi en Grecia y Roma”.

Naturalmente, será imposible que en este breve espacio de tiempo podamos agotar –ni de lejos- el tema propuesto, de modo que mi intervención deben tomarla como una sencilla introducción a la materia, de la que entresacaré tan solo algunas ideas y algunos datos que me parecen importantes y significativos, y dejaré todo lo demás para que su propia curiosidad lo vaya descubriendo. Pero no perdamos más el tiempo y vayamos ya al meollo de la cosa.

 

  1. EL ARS AMANDI DE OVIDIO Y SUS PRECEDENTES LATINOS

Hablar de ars amandi en Grecia y Roma es evocar necesariamente al poeta Ovidio, que entre los últimos años antes de Cristo y los primeros años de nuestra era compuso en latín una obra poética de extraordinaria variedad, de extraordinaria calidad y de extraordinaria importancia no solo para la cultura romana sino para toda nuestra cultura occidental. Les ahorraré datos biográficos y otras cuestiones de índole literaria y me centraré en el tema que hoy nos ocupa.

Me basta recordarles desde ahora mismo que Publio Ovidio Nasón es el autor de la más famosa de todas las artes amatorias –es decir, de todos los manuales o tratados sobre el amor- jamás escritas en Occidente y cuyo único rival quizás sea tan solo elKamasutra indio. Y además es el acuñador del sintagma Ars amandi (o Ars amatoria) que él utiliza precisamente para denominar su creación. Gracias a esa obra –pero también a otras varias escritas antes (en particular Amores y Heroidas) y después de la misma (en particular Remedios contra el amor, y Metamorfosis), Ovidio fue justamente reconocido en su tiempo como el gran poeta del amor y ha conservado ese prestigio de manera intacta hasta nuestros días a lo largo de nada menos que veinte siglos.

Ovidio, como acabo de decir, había escrito dos poemarios en torno al tema del amor, Amores (una colección en tres libros de poemas dedicados a su amada real o ficticia Corina) y Heroidas (una colección de cartas fingidamente escritas por heroínas míticas a sus amantes y, en algunos casos, con las respuestas de éstos), pero decidió ensayar una nueva fórmula de poesía erótica en donde, al amparo del género literario de la poesía didáctica, se desarrollaba uno de los temas habituales de la elegía erótica, a saber, el del magister amoris. De esta manera, el poeta nacido en Sulmona dio a la luz, cuando ya contaba más de cuarenta años de edad, una de las obras que, junto a Metamorfosis, más fama habían de granjearle – insisto- no sólo en su tiempo, sino también a lo largo y ancho de toda la tradición literaria occidental: el Ars amatoria o Arte de amar.

Aunque sólo podemos aventurar de un modo aproximado su fecha de publicación, es muy probable que haya que situarla entre el 1 a.C. y el 2 d.C., a partir de datos históricos contenidos en la propia obra (cfr. A. A. III 394; I 71-72; I 171-172; I 177-178); dicho en términos de cronología relativa, el Arte de amar es posterior a los ya mencionados Amores y Heroidas pero antecede (en parte) a los otros poemas didácticos –de los que luego se dirá– y, por supuesto, a Metamorfosis, Fastos y las obras del exilio. En definitiva, estamos en presencia de una creación de quien, tras haber experimentado el amor en su juventud –y haber contado (o fingido) la experiencia en clave autobiográfica en Amores y en tercera persona en Heroidas– se siente en la edad madura llamado a dar lecciones sobre tan imposible asunto, en una formidable simbiosis de literatura didáctica-seria y de literatura jocosa-burlona.

En este caso, aunque el tratado esté escrito en dísticos elegíacos – frente a los solemnes y severos hexámetros de la poesía didáctica convencional–, no estamos en presencia de elegías, como las de Tibulo, como las de Propercio o como las contenidas en losAmores del propio Ovidio; el Arte de amar, cuyos tres libros constan de 772, 746 y 812 versos respectivamente, se trata, más bien, de eso que yo llamo un ‘poema elegíaco’, equivalente a lo que en el género épico es la epopeya (frente al epilio). La distinción se basa en algo más que en la simple pero importante cuestión de la extensión de unos y otros poemas.

Hay correspondencias también en lo que se refiere a los contenidos y, consecuentemente, a los estilos literarios practicados; así, los casos concretos y aislados que se contienen en las elegías y en los epilios alcanzan calidad de arquetipos universales en los poemas elegíacos y en las epopeyas, de manera que se trascendentaliza su función y significado; valgan a modo de ejemplos, entre otros muchos posibles, los siguientes pasajes relativos a la literatura erótica ovidiana: el tópico del banquete como ambiente propicio a los juegos de amor se lee en Am. I 4 y también en A. A. I 565-606. Veamos ambos pasajes. En Am. I 14 se lee:

Tu marido tiene que acudir con nosotros al mismo banquete: ¡Ojalá esa comida sea para él la última! Tal es mi ruego. ¿De modo que tendré yo que contemplar a la mujer que quiero tan sólo como un invitado más? ¿va a ser otro el que sienta el placer de tus caricias? ¿calentarás el regazo de otro sometida a él en perfecta avenencia? ¿será él quien eche la mano sobre tu cuello cuando quiera? (…) sospecho que a duras penas voy a poder mantener mis manos lejos de ti. 

No obstante, escucha lo que has de hacer y no entregues mis palabras a los Euros ni a los templados Notos para que se las lleven. Ven antes que tu marido; no veo qué podemos hacer aunque vengas antes, pero a pesar de todo, ven antes. Cuando él se tienda sobre el lecho del triclinio y tú también vayas siguiéndole, con expresión de modestia, a tenderte a su lado, tócame el pie sin que nadie lo vea.  

Estate pendiente de mí, de los movimientos de mi cabeza y de la expresión habladora de mi cara: recibe esas señales furtivas y devuélvelas tú también. Te diré con mis cejas palabras que hablen sin voz; +ocultarás+ palabras en mis dedos y palabras escritas con vino.  

Cuando te acuerdes de nuestros juegos amorosos, tócate las rosadas mejillas con tu fino pulgar. Si tienes que hacerme algún secreto reproche, cuelgue tu delicada mano del lóbulo de la oreja. Cuando te guste algo, lucero mío, que yo haga o diga, dé vueltas el anillo sin parar en tus dedos. Toca la mesa con la mano, como lo hacen los suplicantes, cuando desees para tu marido las muchas desgracias que se merece. El vino que haya mezclado para dártelo a ti –no seas tonta- manda que se lo beba él. Tú pídele al sirviente, en voz baja, lo que por ti misma prefieras. La copa que tú hayas devuelto la cogeré yo antes que nadie y beberé por la misma parte por la que tú hayas bebido. Si te ofrece por casualidad algún manjar que él haya probado antes y mordido con su boca, recházalo. No permitas que oprima tu cuello echándote los brazos encima, ni pongas tu adorable cabeza sobre su duro pecho. No dejes que ponga su mano en tu regazo o en tus bien modelados senos, y sobre todo no se te ocurra darle ningún beso. Si le das un beso, me declararé tu amante, diré “mío es ese beso” y echaré las manos sobre ellos.  

Todo eso, sin embargo, lo veré, pero lo que el manto mantenga bien oculto será para mí motivo de un temor ciego. No acerques tu muslo al suyo, ni te enlaces con la pierna de él, ni juntes tu fino pie con el suyo basto.  

¡Miserable de mí! Temo mucho porque mucho hice en mi desvergüenza y el miedo a mi propio ejemplo me atormenta. Con frecuencia mi amada y yo hemos gozado de un placer apresurado que dulcemente se consumó bajo las vestiduras con que nos cubríamos. Eso no lo harás tú: pero además, para que no piense yo que lo has estado haciendo, aparta de tu regazo el manto que pudiera ser tu cómplice. Pídele a tu marido continuamente que beba, pero no acompañes con besos tus súplicas, y mientras bebe, a escondidas, añádele vino puro si puedes. Cuando bien cargado de sueño y de alcohol, se quede dormido, el momento y el lugar nos dirán qué debemos hacer. Cuando te levantes para marcharte a tu casa y nos levantemos todos, no t olvides de meterte en medio del tropel. Allí me encontrarás o te encontraré yo. Entonces tócame cuanto puedas tocarme.  

¡Miserable de mí! He dado advertencias que sirven para unas pocas horas, mas me veo separado de mi amada porque así lo ordena la noche. Por la noche su marido la tendrá encerrada, y yo, triste y cubierto de lágrimas, sólo podré seguirla hasta la puerta cruel. Entonces él recogerá los besos, y no sólo los besos.  

Lo que a escondidas me das a mí, a él se lo darás obligada por ley. Pero dáselo a la fuerza –puedes hacerlo- y como si te vieras coaccionada. Sean silenciosas tus caricias y mezquino tu amor. Si algún poder tienen mis deseos, me gustaría que tampoco él obtuviera ningún placer. Si no, que a ti, por lo menos, nada de ello te resulte agradable. Pero sea cual sea la fortuna que vaya a seguir a la noche, niégame mañana una y otra vez haberle concedido algún favor.

Por contra, una escena similar se describe –no ya como amante atormentado sino como maestro del amor- del siguiente modo en A. A. I 565-606:

Así que, cuando te sirvan los dones de Baco, puesto sobre la mesa, y te toque como compañera en el lecho contiguo una mujer, suplica al padre Nictelio y a los ritos sagrados d el anoche que no te permitan que el vino te haga perder la cabeza. En ese momento tienes oportunidad de decir muchas cosas escondiéndolas en frases de doble sentido, que ella comprenda que van referidas a sí, y garabatear tiernas lindezas con un poco de vino, de forma que pueda leer sobre la mesa que ella es tu dueña; y mírala a los ojos con ojos que declaren tu pasión ardiente: muchas veces un rostro silencioso tiene voz y palabras. Procura ser el primero en coger las copas que haya tocado su labios y bebe por la parte por la que beba tu amada; cualquier manjar que haya tocado ella con sus dedos, cógelo tú y al cogerlo, tócale la mano.  

Trata también de agradar al compañero de tu amada; se convertirá para vosotros en un amigo de mucha utilidad. Si te toca por suerte beber, concédele dicho honor primero a él, y dale la corona destinada a tu cabeza. Ya sea inferior o igual a ti, que se sirva siempre antes que tú, y no dudes en dirigirle palabras amistosas.  

Camino seguro es engañarle bajo apariencia de amistad; mas aunque sea seguro y duradero el camino, entraña delito. Así también un administrador ejerce sobre muchas cosas un control en demasía y considera que debe atender a más de las que se le han encomendado. Yo te daré la medida justa en la que debes beber: que tu mente y tus pies puedan cumplir su cometido. Ten cuidado con las disputas a las que el vino predispone especialmente, y con las manos demasiado proclives a peleas feroces (…) la mesa y el alcohol se prestan más a bromas divertidas. Si tienes buena voz, canta; si brazos ágiles, baila; y agrada con cualquier habilidad con la que puedas agradar.  

Así como la embriaguez verdadera resulta perjudicial, así también la fingida te será provechosa: haz que tu lengua engañosa balbucee con sonidos entrecortados para que cualquier cosa que hagas o digas con más licencia que la debida, la atribuyan al alcohol que bebiste de más.  

Desea buena suerte a tu amada y buena suerte al que duerma con ella, pero en silencio implora desgracias para su acompañante. Y cuando, después de retirar las mesas, se marchen los invitados, el tropel mismo te dará lugar y ocasión de acercarte. Mézclate con el tropel y arrimándote dulcemente a ella cuando salga, pellízcala con los dedos en el costado y rózale el pie con tu pie…

Y similares pasajes paralelos entre Amores y Ars amatoria se leen, en Am. I 6 y en A. A. II 523-528, a propósito del paraklausíthyron, o llanto del enamorado ante las puertas cerradas de la amada; en Am. I 7 y en A. A. II 169-172, a propósito de las peleas de amor; en Am. I 10 y en A. A. I 273-280, a propósito del enfrentamiento entre el dives amator –o amante rico- y el poeta pobre, etc.

 

INDICE

  1. Agradecimientos

1.El ars amandi de Ovidio y sus precedentes latinos

  1. El amor en Grecia
  2. El amor en la literatura latina
  3. El ars amandi de Ovidio y sus otros tratados eróticos

Anexos

El amor en la poesía épica

El amor conyugal

Parentalia de Ausonio

Epigramas de Ausonio

Bibliografía basica

 

  1. 1. Repertorios bibliográficos:

FEDELI, P.-PINOTTI, P., Bibliografia Properziana (1946-1983), Asís, 1985.

GRANAROLO, J., «Catulle 1948-1973», Lustrum, 17 (1973-74), 27- 70.

HARRAUER, H., A bibliography to the Corpus Tibullianum, Hildesheim, 1971.

HARRAUER, H., Gerstenberg, 1979. A bibliography to Catullus, Hildesheim,

HOLOKA, J.P., Gaius Valerius Catullus. A Systematic Bibliography, Nueva York, Garland Publishing, Inc., 1985.

MILITERNI DELLA MORTE, P., «Rasegna di studi tibulliani (1971- 1983), BStudLat, 14 (1984), 83-119.

NETHERCUT, W.R., «Recent Scholarship on Propertius», ANRW, II, 30.3 (1983), 1813-1817.

VIPARELLI, V., «Rassegna di studi properziani (1982-1987)», BStudLat, 47 (1987), 19-76. 10. 2. Ediciones fundamentales y traducciones.

 

  1. 2. Ediciones fundamentales y traducciones.
  2. 3. Comentarios y estudios de carácter general.
  3. 4. Estudios y comentarios sobre aspectos concretos

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