HOMOS Y HETEROS :
APORTACIONES PARA UNA TEORÍA DE LA SEXUACIÓN CEREBRAL
Joserra Landarroitajauregui
O.1. A modo de justificación del autor
Quienes han seguido mi trabajo, sobre todo en lo que tiene que ver con mi imagen más pública, me suelen “encasillar” en dos facetas: de un lado la faceta más política que tiene que ver con la Asociación Estatal de Profesionales de la Sexología (AEPS) y todo cuanto esta organización representa y aspira; del otro, la faceta más teórica, que tiene que ver con mis propias inquietudes intelectuales, curiosidades, fantasmas y anhelos.
En cuanto a esta segunda faceta, la teórica, se me ha definido como “parejólogo”, por un lado; y como “epistemólogo” por otro. Al margen de que cualquier encasillamiento es reductor, me reconozco en estas etiquetas. Y esto porque resulta evidente que, por un lado el universo de la pareja; y por otro, el universo del sexo y su comprensión científica son núcleos de interés que me movilizan con especial fuerza.
Por alguna regla no escrita, parece que soy coautor y que firmo en compañía de Ester o/y otros, cuando el tema gira en torno al universo de la pareja; y que firmo como autor único cuando el tema gira en torno a la ciencia sexológica y su articulación tanto institucional, como -sobre todo- conceptual. Esta, digamos, regla implícita no me obliga a nada, pero lo cierto es que actúa como si fuese vinculante.
Así pues parecerá, a primera vista, como si hubiese dejado estos temas recurrentes para adentrarme en un terreno diferente. Incluso que recurro a un tema, digamos, convencional y hasta de moda. Sin embargo la idea que, al menos yo, manejo es justo la contraria: no sólo no hay cambio, sino que hay cierta continuidad temática. Que estoy -obsesivamente, si se quiere- en lo de siempre: pareja y teoría sexológica. Y como esto, por lo menos a mí, me parece importante explicarlo, me explico siquiera un poco.
Desde hace ya bastantes años me ronda una idea digamos “aberrante” que se alimenta de la experiencia clínica con parejas “sobre todo heterosexuales” y de la experiencia personal viviendo yo mismo como pareja heterosexual, conviviente, estable y familiar.
Esta conclusión “perversa” es la siguiente: no tiene la menor sensatez que un hombre y una mujer se vinculen de por vida y se estructuren como familia creando lazos y estructuras relativamente permanentes. En este sentido una frase de una mujer leída en el libro de Shere Hite “Mujeres y amor” se ha convertido en un fetiche obsesivo que a menudo me persigue. Decía algo así como: “sería más feliz si viviese con mi mejor amiga y saliese de vez en cuando con mi marido; exactamente al revés de lo que hago”.
A mí esta reflexión me parece absolutamente obvia. Me parece una de esas tantas verdades que de puro ciertas, no pueden siquiera ser dichas porque son presas de fácil descalificación . En este sentido creo -lo digo de veras, aunque haya cierto cinismo de autoprotección en ello- que puestos a producir convivencias estables y duraderas, las convivencias homosexuadas resultarían probablemente mas sensatas y desde luego más homogámicas, que es condición que facilita la convivencia, aunque no alimente al deseo. Pero lo cierto es que una vez asumida la convivencia con un alguien “distinto de mí” -el celibato sería la otra opción- no veo ni a mi alrededor, ni desde luego en mí mismo, ninguna posibilidad de escapar a esta “tiranía heterosexualista”. Me parece que casi todos los heterosexuales, esto vale lo mismo para hombres que para mujeres, repetiríamos irremisiblemente el error “heterosexualista”, cambiando a lo sumo, -ése sería mi caso- una mujer por otra -o por ninguna otra, pero también esa ninguna sería una ausencia femenina- o, si se quiere, un hombre por otro -o así mismo por un ningún otro que sería un ausente masculino-. Con lo cual, con el cambio, por serlo sólo de un individuo por otro individuo del mismo grupo de individuos, no se evitaría la mayor parte del “abismo sexual”, repitiéndose buena parte del mismo drama.
Aunque lo que acabo de decir se refiere a la convivencia -al compromiso, la estabilidad, la parentalidad, etc.-, parecido podría decirse de la erótica, del deseo, de la atracción y del enamoramiento. En ocasiones las distancias -no ya sólo las sexuadas, sino también las sexuales e incluso las eróticas- entre una mujer y un hombre son tan “abisales” que sobrevivir con dignidad y alegría a ese “abismo” es tarea que a menudo se me antoja heroica.
En este sentido me parece evidente que estamos tiranizados por fuerzas -no sé muy bien cómo adjetivarlas, pero desde luego “no- sensatas”- que nos abocan a este sesgo sexual en la elección de pareja. Me refiero al sesgo de elegir entre un universo de sujetos cuyas diferencias entre sí son otras diversidades diferentes al sexo. Y que son, en cualquier caso, sujetos con sexo, sexualidad y erótica absolutamente diferentes “incluso contrapuestas” a los propias.
Por otro lado, los sujetos homosexuales, sean gays o lesbianas, tampoco parecen escapar a este sesgo, aunque sea en sentido inverso. Ellos y ellas también están tiranizados por el sesgo sexual en sus elecciones de pareja. Eligen -que es un verbo poco afortunado que solemos usar cuando nos referirnos al asunto de “conseguir” pareja- entre un universo de sólo hombres o sólo mujeres. Es cierto que las consecuencias -los resultantes de sus producciones de pareja- son desde luego distintas puesto que no se enfrentan al “abismo sexual” (se enfrentan a otros abismos no menos profundos, pero no a éste), pero estas consecuencias no son probablemente menos “insensatas y dolientes”; y en cualquier caso tampoco responden a su “elección” o “voluntad”. Tienen a su favor -o en su contra, según cómo se mire- que muchos de los “costos” que soportan derivan no tanto de su diálogo intradiádico, sino del diálogo extradiádico entre su modo de querer y de estar frente a una cultura cuyos modelos son otros; y por ende por su propia condición minoritaria y de los mecanismos de segregación cultural, en principio, homófobos que les dificultan lo cotidiano.
En definitiva que, me parece a mí, en este asunto de elegir pareja partimos todos/as de un hecho -un sesgo de elección- que creo es insoslayable y determinante, y que desde luego tiene poco que ver con la lógica, la elección, la libertad o la voluntad. Entender siquiera un poco de esto, me ha parecido tarea oportuna para el “parejólogo”. Y a ello le he dedicado muy buena parte de mis horas en los últimos cuatro años.
Por otro lado, al teórico del sexo -al epistemólogo- le preocupa cómo estamos ordenando la comprensión de este hecho en el marco del cuadro general de lo sexológico. Sobre todo, porque -en esto como en muchas otras cosas de “lo sexual”- tengo la firme convicción de que estamos haciendo “un pan con unas hostias”; confundiendo el análisis y la ordenación de la realidad con nuestros deseos, valores, anhelos, fantasmas, fobias, etc.
Supongo que esta justificación que propongo es del todo prescindible, pero me parecía necesaria para salvar una contradicción propia que planteo desde el primer momento: siendo que me aburre sobremanera los juegos sociales, ideológicos y teóricos que venimos haciendo en los últimos tiempos en torno al discurso de lo homofílico -que es ya, salvo en contextos antediluvianos, lo políticamente correcto- frente al discurso de lo homofóbico -que es afortunadamente excrecencia en vías de extinción- y pareciéndome tan evidente que toda tentación “pastoral” -proselitista- sobre lo sexual es sobre todo hastiante, ¿qué hago yo dedicando tanto esfuerzo a este asunto?. La explicación que me doy es muy sencilla: al margen de los discursos -aquellos, estos, o los que habrán de venir- existen fenómenos del universo sexual sobre los que tenemos muy poca idea. Y como suele pasar, esto no es ya que me aburra, es que me enfada, con frecuencia solemos hablar de ellos, sobre todo, para estropear el silencio.
Algo similar, pero dicho mucho más simpáticamente lo expresa LeVay del siguiente modo:“Yo no sé -ni nadie lo sabe- qué es lo que hace a una persona homosexual, bisexual o heterosexual. Sí creo, no obstante, que la respuesta a esta cuestión se encontrará con el tiempo mediante la investigación biológica en el laboratorio, y no simplemente hablando del tema, que es la forma en que la mayoría de la gente lo ha estudiado hasta ahora”
Ahora bien, y me atrevo a corregir a LeVay, para que la respuesta a esta cuestión salga de la investigación experimental quienes allí laboran tendrán que perfilar mucho más y mucho mejor su teoría. Cualquiera que esta sea, pero especialmente su teoría sexológica. Cuanto menos una teoría de la sexuación humana (que no sé cómo podría no ser sexológica). Es esta teoría -aún muy germinal- la que puede contribuir a mejor interpretar los siempre difíciles datos que manan de los laboratorios biológicos.
INDICE
CAPITULO PRELIMINAR
0.1. A modo de justificación del autor
0.2. Una necesaria (y aburrida) precisión sobre la dicotomía “Naturaleza y ambiente”.
0.3. El problema del cesto y los frutos
0.4. Orientación sexual no es lo mismo que homosexualidad
0.5. Condición o conducta
PARTE PRIMERA: SOBRE EL CESTO
CAPITULO PRIMERO. EL CONOCIMIENTO CIENTÍFICO DE LO SEXUAL
I.1.Ciencia y sexualidad: una historia general de fracasos
I.1.1. El extraño recorrido científico: escribir derecho con renglones torcidos
I.1.2. El tren y las seis estaciones
I.2. Ciencia y Homosexualidad: una historia especial de fracasos
I.2.1. Respuestas demasiado rápidas y preguntas demasiado lentas
I.2.2 Aprendiendo de otros errores: la ciencia y la zurdera
I.2.3. Un propósito y una aclaración
CAPITULO SEGUNDO. LA SEXOLOGÍA SUSTANTIVA
II.1. Sexologías: cuántas y cuáles
II.1.1. Tres sexologías
II.1.2. Dos sexologías
II.1.3. La Sexología del “sexo-que-se-es” y la Sexología del “sexo-que-se-hace”
II.1.4. Dos sexologías del sexo “que se es”
II.2. Sexología sustantiva
II.2.1. Su nominación: la elección del adjetivo “sustantiva».
II.2.2. Sus propósitos a través de seis claves primeras
II.2.3. Sus orígenes
II.3. Sexología sustantiva: conceptos nucleares
II.3.1. El hecho de los sexos: Triple registro
II.3.1.a. Homo o hetero ¿qué?
II.3.2. Biografía sexual
II.3.2.a. Modelo biográfico
II.3.2.b. Una biografía relatada
II.3.3. Intersexualidad
II.3.3.a. Aquella intersexualidad de principios de siglo
II.3.3.b. La intersexualidad de Marañón
III.3.4. Pero seguimos en el dimorfismo
II.3.4.a. Dos anécdotas al más alto nivel
II.3.4.b. Renunciar a toda tentación dimorfista
PARTE SEGUNDA:
LA HOMOSEXUALIDAD COMO FRUTO CIENTÍFICO
CAPITULO TERCERO. TEORÍAS SOBRE HOMOSEXUALIDAD
III.1. Para empezar algunas cosas que todos sabemos
III.2. La demoscopia que manejamos
III.3. Teorías de la homosexualidad: los pioneros
III.3.1. Ulrich
III.3.2. Hirschfeld
III.4. Teorías de la homosexualidad: genes, ambiente y hormonas
III.5. Homosexualidad y psicología
III.6. Homosexualidad y secreciones internas
III.7. Homosexualidad y genes
CAPITULO CUARTO. GÜNTER DÖRNER
IV.1. Dörner: genio y figura
IV.2. El artículo de la DGS
IV.3. Crítica y actualización a las críticas de la DGS
IV.4. En palabras de Dörner
CAPITULO QUINTO. RASTREANDO LA RUTA DE DÖRNER
V.1. Las ratas de laboratorio
V.1.1. Características generales
V.1.2. Características conductuales: sexuales y eróticas
V.2. Transexuaciones con ratas que pueden hacerse en Aprácticas»
V.2.1. El dilema de la rata gay no transexuada
V.3. Hipotálamo y conducta erótica
V.3.1. Área (o región) preóptica medial
V.3.2. Núcleo ventromedial
V.4. Conducta animal heterotípica y estrés
V.5. Feedback positivo al estrógeno en ratas
CAPITULO SEXTO. INVESTIGACIÓN HUMANA
VI.1. Homosexuales y hormonas
VI.2. Homosexuales y feedback positivo
VI.3. Homosexuales y embarazo
VI.4. Homosexuales y cerebro
VI.5. Homosexuales y genes
VI.6. Hiperplasia suprarrenal congénita
VI.7. Síndrome de insensibilidad androgénica
VI.8. Síndrome por déficit de 5-alfa-reductasa
VI.9. Fetos femeninos sometidos a DES
VI.10.Ingesta de barbitúricos
VI.11.En conclusión
PARTE TERCERA: SEXACION Y SEXUACION HUMANAS
CAPITULO SÉPTIMO. LA CUESTIÓN DE LOS VERBOS SEXUALES
VII.1. La necesidad de Ainventar» verbos que no existen
VII.2. Una metáfora: el edificio y sus ladrillos
VII.3. Los verbos sexuales: sexuar y sexar
VII.4. Conjugando el verbo sexuar
VII.5. Conjugando el verbo sexar
VII.6. Tres sexaciones
VII.6.1. Autosexación
VII.6.2. Alosexación
VII.6.3. Inducción autosexante
CAPITULO OCTAVO. EL PROCESO DE SEXUACION
VIII.2. Niveles… )qué niveles?
VIII.3. Particularidades evolutivas de este proceso en los mamíferos
VIII.4. Características generales del proceso de sexuación
VIII.4.1. Periodo crítico, organización y activación
VIII.4.2. Sexuación por omisión
VIII.5. Precursores indiferenciados
VIII.5.1. Tipos de precursores indiferenciados
CAPITULO NOVENO. EL SISTEMA OPERATIVO SEXUAL
IX.1. Cuáles agentes sexuantes
IX.2. El agente sexuante genético
IX.2.1. El gen activador del testículo: sry
IX.3. El agente sexuante endocrino
IX.3.1. Cuáles agentes sexuantes endocrinos
IX.4. Interfaces
IX.4.1. Interfaces que aquí omitimos
IX.4.2. Interfaz hormona-gen
IX.4.3. Interfaz hormona-cerebro y cerebro-hormona
CAPITULO DÉCIMO. SEXUACION CEREBRAL
X.1. Sexuación cerebral y ciencia
X.1.1. Las medidas craneales y los sexos
X.1.2. Los tests de inteligencia y los sexos
X.1.3. La época moderna del sexo en el cerebro
X.2. Subniveles de sexuación cerebral
X.3. Sexuación hipotalámica
CAPITULO UNDÉCIMO. HACIA UNA TEORÍA DE LA ORIENTACIÓN SEXUAL
XI.1. Esta sexuación opera sobre una sexación
XI.2. Concordancia / discordancia sexual
XI.3. Andrerastia y ginerastia
XI.4. Entonces, el deseo se sexua
XI.5. Subniveles de sexuación cerebral
- 5.1. Cómo se traduce esto
XI.6. Agente sexuante cerebral
XI.7. Cómo se sexua el objeto del deseo
XI.8. Jugando un poco a Ciencia-ficción
XI.9. La prueba del nueve
XI.9.1. Sobre el agente sexuante
XI.9.2. Tipo de precursor
XI.9.3. Sexo por omisión
XI.9.4. Momento critico
Bibliografía