sexo y violencia

Al hablar tanto de agresiones sexuales y de abusos sexuales se suele dar por hecho un hecho que sexo y violencia, sexo y abuso, sexo y agresión son dos conceptos fundidos y que van juntos. La aplicación del adjetivo sexual a tantas cosas que huelen o saben a patología -decíamos hace ya mucho tiempo- se tiene la impresión de que el sexo es un familiar más de las anomalías.

Y mucho antes, decíamos también que al usar el adjetivo sexual para hablar de vicios y deshonestidades, se tendía a mezclar el sexo con esa cadena semántica fue durante siglos «los pecados contra el sexto mandamiento». Este sexto mandamiento, habitual en la moral tradicional, decía: «no fornicar». Era la noción que explicada a los niños equivalía a «no hacer cosas feas y malas» o no caer en pecados de lujuria.

Se diría que todo esto ha quedado ya muy lejos. Y que esas cosas feas y vergonzosas, por definición, se han acumulado en ese vocablo tan de uso como es el adjetivo sexual, ese comodín que la moda ha convertido no sólo en un cajón de sastre en el que todo se revuelve sino en algo de otro orden.

A falta de otras epistemologías, hay una que suele ocuparlo todo que la moral. Cuando decimos moral queremos decir lo que la misma palabra indica: los usos y las mores.

Hace varias décadas, concretamente en 1982, unos grupos norteamericanos, conocidos como anti-sex pusieron en circulación una estrategia global, basada precisamente en el uso del sexo para ir contra el sexo.

Y la táctica más importante que emplearon fue la de fundir en una sola familia de significado esas ramas, de hecho tan distintas.

Cuando analizamos estas distintas ramas o familias de significado y sentido vemos que, por decirlo muy rápido, son mundos muy distintos. Se trata de dos conceptos que tienen muy poco que ver unos con otros. La táctica de estos grupos consistió en hacer uno de todos ellos.

El uso del lenguaje fue clave como técnica en esta operación. El análisis detenidos da el efecto de expresiones, de fórmulas léxicas, de formulaciones semánticas, etc. Todo ello resulta complejo en el análisis. Pero el resultado final ha sido muy eficaz. A tres décadas de esta operación, la unión -o fusión, incluso- de sexo y violencia era una realidad habitual en el bagaje común para explicar situaciones.

El adjetivo sexual ha sido su trasmisor. Hablamos de una operación, una estrategia y unas tácticas porque lo que dicen los análisis de este fenómeno es que ese fue el objetivo y que éste fue logrado. No es que, en sí, el sexo y la violencia vayan juntos. Es que se les ha hecho ir juntos porque así convenía al objetivo planteado. No hace falta recordar que el objetivo que se habían planteado -por decirlo de forma muy rápida- había sido llenar al sexo de toda clase de contenido impresentable.

E. Amezúa

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