Masculino – Femenino :

Lucía González-Mendiondo Carmona y Juan Lejarraga conversan a propósito de los libros de Iacub y Despentes

J.:

Como tú has escrito una presentación de ambos libros, había pensado hablar sobre algunos fragmentos que me parecen especialmente interesantes. Empiezo con una cita pequeña, correspondiente al capítulo de la violación: “somos el sexo del miedo” (p.30). ¿Cómo lo ves?

 

L.:

Pues lamentable pero cierto… : como ya decía Paglia, ser mujer en una sociedad como esta implica vivir con un miedo añadido. Sobre todo, supongo, si “estás buena”. Es como ser negro y vivir en un barrio de neonazis. Si eres mujer sabes que hay sitios que es mejor no frecuentar de noche, o cosas que no hacer como el autostop del que habla Despentes.

 

J.:

Por mucho que mire a las tías buenas, no acabo de sentirme un depredador.

 

L.:

Vale, tú no, pero a ver si ahora va a resultar que todos los hombres sois iguales… La amenaza existe, otra cosa es que pueda generalizarse o que sea motivo para despreciar a todos los hombres o pensar que todos sois violadores en potencia.

J.:

¿Qué tiene de fundacional (en el sentido de que funda su identidad como sexo vulnerable, del miedo) la violencia contra las mujeres?

L.:

Es que viene siendo así, y aunque no creo que tenga que ser una seña de identidad incuestionable, o que no pueda ser de otra forma, el caso es que por ser mujer hoy hay un plus de miedo añadido. Somos el sexo del miedo porque existen hechos (violaciones, etc.) que indican que más nos vale andar con cuidado.

J.:    

¿Y no se podría vivir con ello sin que configurase tanto la identidad femenina?

L.:  

Estamos de acuerdo: una cosa son los hechos concretos y otra todo el discurso del miedo que se ha elaborado alrededor.

J.:    

No recuerdo ahora si lo leí en Despentes, o en otro lado. Cómo a los hombres (pobres, con poca educación) la maquinaria capitalista los fagocita en trabajos pésimos mal pagados y nadie se queja de que los hombres son carne de cañón. Institucionalmente está a la orden del día la queja por el maltrato a las mujeres pero parece que el sufrimiento de los hombres es inexistente.

L.:  

Sí se quejan, pero no interesa escuchar esas quejas. Ahí las feministas institucionales se lo han montado muy bien y han llorado lo suficiente como para mamar. Les va ese rollo y han conseguido que se les escuche. Lo de ir de victima encaja perfectamente en esta sociedad; es la forma de conseguir ciertos privilegios, aunque no beneficien a nadie. ¿Crees que les interesa la relación entre los sexos? Yo pienso que lo que buscan es el poder ostentado por los hombres, y con la violencia y el peligro han encontrado un filón. Empoderamiento, ¿no? Hasta cierto punto son un ejemplo de «lucha» en las sociedades democráticas que empiecen a llorar por igual los trabajadores, por supuesto no estoy de acuerdo, pero es como funcionan las cosas. El poder de las victimas… vivimos en la cultura de la queja: para lograr ciertas cosas, ciertos cambios a nivel legislativo y social paree que la queja, el victimismo, es el único camino.

J.:    

¿Y para qué querrán el poder si, en el fondo, no les interesa, creo yo?

L.:  

¿A quién no le interesa?

J.:    

A las mujeres. Aunque me refiero sobre todo a los altos cargos de empresas. Para una mujer eso supone dedicar muchas horas, viajar mucho…

L.:  

Vale, y también las hay muy dispuestas; mira las leyes de conciliación.

J.:    

Si no hubiese techo de cristal, ¿crees que habría 50-50?

L.:  

El techo de cristal no me convence; no se lo creen ni ellas… Lo que pasa es que para triunfar hace falta  renunciar a «lo privado», seas hombre o mujer, y la mayor parte de las mujeres no están dispuestas: lo quieren todo, y hacen bien. No se trata de que, por ser mujeres, se les relegue a un segundo plano, es porque su dedicación no es completa, su compromiso con la empresa se ve reducido por sus “compromisos” e implicaciones en otras esferas, por la importancia de su vida privada, familiar, etc. No es por ser mujeres sino por tener y desear una vida propia, por ser madres, etc.

J.:    

A eso me refiero: para una mujer en general renunciar a lo privado es inaceptable, pero los hombres, a la vista está, lo hacen gustosos porque cultivan menos lo privado.

L.:  

Vale, pero ¿se les puede criticar por eso?

J.:    

¿A las mujeres?

L.:  

No, a los hombres. No se les puede acusar de copar lo público y haber renunciado a lo privado si lo han hecho gustosos. Ellos se lo pierden, pero lo hacen porque es lo que quieren.

J.:    

Claro, lo que señalaba es la contradicción de algunas feministas de decir que quieren el poder igual que los hombres, cuando en realidad no es lo que desean.

L.:  

El feminismo institucional lo que busca es transformar ese poder, adaptarlo a sus intereses. Pero olvidan que el capital y el cuidado son irreconciliables, no siguen la misma lógica.

J.:    

A eso me refería.

L.:  

Bien, pero lo que hacen es culpar a los hombres por no desear lo que ellas desean. La igualdad es un deseo de las mujeres y una imposición para los hombres.

¿Volvemos a la violación y el libro?

J.:    

Venga. Los hombres al ponerse en el papel de una mujer violada reaccionan de forma masculina: matarían al violador (p.39) Algo similar dice más adelante: “Cuando los hombres sueñan que son mujeres, se imaginan más fácilmente siendo putas (…) que siendo madres de familia” (p.72) ¿Por qué esta incapacidad de comprender la vivencia de la mujer?

L.:  

¿Cómo lo ves tú?

J.:    

Me llama la atención lo poco que entendemos los hombres qué es ser mujer y cómo en las películas en que un hombre cambia de sexo o se disfraza de mujer, solo cambia la ropa y lo más externo, pero no hay una reflexión sobre cómo nos sentimos los hombres en relación con nuestro cuerpo y las mujeres en el suyo.

L.:  

Lo gracioso es que nosotras nos creemos que entendemos lo que es ser hombre. Nos hemos permitido, incluso, el lujo de teorizar sobre ello, de decidir lo que os interesa y lo que no, lo que debería gustaros… de explicar lo que hacéis y por qué lo hacéis.

J.:    

Hay libros de cómo los transexuales van transformando su modo de ser, de sentir tras el tratamiento hormonal, y es interesante ver cómo entienden lo de ser hiperdeseante de golpe.

L.:  

Lo que dices de como os sentís en vuestro cuerpo creo que es algo que nadie se cuestiona si no se ve obligado. Por carencia, se lo cuestionan los trans, incluso los homosexuales y las mujeres (todo junto).

J.:    

Cuando nos sinceramos y decimos lo que se nos pasa por la cabeza es ¡tan distinto! de lo que se os suele pasar…

L.:  

Ya, por eso mola ser dos, ¿no? Pero es verdad que nosotras nos lo hemos tenido que cuestionar y vosotros empezáis a hacerlo ahora. Solo a partir de las teorías feministas que cuestionan el universal masculino habéis tenido que frenar y decir, “¿quién soy yo?”, y eso es un tanto para el feminismo. Aunque luego se lo haya montado tan mal porque os cuestiona a la vez que os culpabiliza.

J.:    

No sé, yo todavía lo veo como un discurso muy académico en el sentido de que ningún hombre se me ha acercado a decirme que se está replanteando su masculinidad.

L.:  

A mí sí… lo veo en clase constantemente.

J.:    

¿Y qué te dicen?

L.:  

¿Conoces la dinámica de la guerra de sexos? Separas a chicos y chicas, y cada grupo escribe lo que le gusta y lo que no del otro sexo. Cuando ellas hablan de lo que les gustaría en los hombres aparecen cosas como que sean sensibles, que escuchen, que las cuiden y protejan… y ellos levantan la ceja. No les gustan los gallitos, que van de guays con los colegas, que no hablen de lo que sienten, o sea: no les gustan los chavales de su clase.Y ellos protestan: ¿Qué quieres: un amigo o una amiga? Para eso líate con tu amiga, etc.

J.:    

Sí, pero los adultos de ahora, ¿se replantean su masculinidad o ponen parches y tiran como pueden?

L.:  

No les queda otra; ser masculino hoy es ser machista. Mira que me cae mal, pero Lipovetsky lo explica muy bien en La tercera mujer. Hoy la mujer es el ser más completo porque integra lo íntimo y lo público, y se obliga al hombre a hacerlo igual.:  La diferencia se interpreta como desigualdad olvidando que es la base de la lógica sexual.:

J.:    

Sigo con las citas. Sobre la prostitución (pp.56-58). Me impresiona que vea en sus clientes “fragilidad”, “humanidad”. “Muchos hombres nunca son tan amables como cuando están con una puta”:

L.:  

Seguro. ¿Por qué te extraña?

J.:    

Porque el estereotipo (feminista) ve a los puteros como seres desalmados que explotan a las mujeres. Y lo que dice Despentes es que durante los dos años en que trabajó de prostituta lo que vio fueron hombres vencidos, que se humillan pagando porque no encuentran otra manera tan fácil de acostarse con una mujer, y que necesitan que esa mujer les reafirme en que son hombres «buenos», dignos de ser queridos y por eso se esmeran.

L.:  

Ya, pero seguro que hay de todo. Para muchos seguro que es así: si pudieran, no pagarían porque lo que buscan en las putas es algo más que sexo.

J.:    

Claro, claro.

L.:  

Luego están los otros que existen también… un buen pedo y una mamada por 50 pavos y puedo reírme de ella y hacer lo que mi novia no me deja. Despreciables, ¿no?

J.:    

Sí, pero esos «otros» están en todos lados, no solo en la prostitución.

L.:  

Ya, y es sorprendente la de chavales jóvenes que tiran de la prostitución como parte de su ocio. Es muy significativo… como si necesitaran expresar todo eso.

J.:    

Es verdad, en estas nuevas generaciones parece que la prostitución ha vuelto a ser habitual.

L.:  

Mi madre decía que hay que ser una señora en la calle y una puta en la cama… Fuerte, ¿eh?

J.:    

La mía también dice eso.

L.:  

Pues a nuestra generación con todo eso del antipatriarcado se nos ha olvidado y tal vez por eso ahora vuelva a tirarse de la prostitución.

J.:    

Pero no es, creo, porque las chicas no accedan a ciertas prácticas. Por lo que dicen ellas, parece que hacen de todo. Entonces, ¿cuál es el atractivo?

L.:  

¿El atractivo de irse de putas? Jugar con lo prohibido. Ahora accedemos, pero no se trata de hacer ciertas cosas sino de hacerlas en un contexto.

J.:    

Eso es lo que muchos hombres no ven: no es lo mismo hacer las cosas de un modo que de otro. Y nos obsesionamos con hacer todo, sin que importe el cómo.

L.:  

Las feministas han insistido tanto en culpabilizar un tipo de sexualidad, de fantasía, etc., que las mujeres se sienten mal si lo desean. Todo es machista en el terreno erótico, nos dicen que nuestra sexualidad es otra cosa y ya no podemos disfrutar de ciertas cosas, ni las mujeres ni los hombres.

J.:    

¿Y en qué consiste esa otra cosa?

L.:  

Una sexualidad «sentimental”, que es muy bonito pero no siempre es lo que se desea. Vale, me gusta que me acaricien y abracen, pero ¿por qué ya no puede gustarme una felación y dar placer a mi compañero, aunque yo no me corra?

J.:    

Me queda una cita de la prostitución que me parece que tiene mucha miga:  “Ninguna mujer debe sacar beneficios de sus servicios sexuales fuera del matrimonio” (p.67) ¿Tan poderoso es, tanto miedo da, el atractivo sexual de una mujer?

L.:  

Tú diras…

J.:    

En cierto modo, parece que los hombres pensásemos que es juego sucio, por así decir, aprovecharse de ese poder tan fuerte fuera de un uso acotado por ciertas reglas.

L.:  

No sé si te entiendo…

J.:    

Pensamos, creo, que hay ciertas mujeres que si usasen el sexo como arma conseguirían cualquier cosa, y no parece que eso sea juego limpio.

L.:  

Seguro que muchas mujeres sacan beneficio del sexo. Y también muchos hombres. Igual que hay quien saca tajada de otras cosas, como el estatus, la pasta.

J.:    

Pasamos al porno. La pregunta esencial: ¿qué está en juego en el porno? (p.75) ¿Por qué se pregunta tan poco a los hombres en qué piensan cuando lo ven? ¿Por qué se hacen análisis tan externos?

L.:  

Porque si se entrara de lleno se verían cosas que no interesa ver… sexo y violencia escapan al espectáculo. ¿Dónde dice eso Despentes? Sí, en el último capitulo, al hablar de King Kong. Violencia, prostitución y porno son justo los tres temas a los que más caña ha metido el feminismo, atacando desde su inmoralidad porque se trata de deseos. Son terreno del deseo y la fantasía, no son «razonables» y controlar estos terrenos supondría un control absoluto, pero resulta que por muy antiporno que se pongan, sigue habiendo actrices que disfrutan de su trabajo; hay tantas productoras como productores; y las putas no dejan de serlo…  igual que por más que aumenten las penas, no deja de haber violaciones.

J.:    

A estas alturas, es increíble que se siga diciendo que las mujeres que participan en el porno lo hacen de algún modo engañadas, alienadas, forzadas por dinero.

L.:  

Sí, es el discurso de la represión: estás reprimida o alienada, aunque no lo sepas ¿Y quién no lo está hoy?

J.:    

Pero me preocupa más la crítica feroz que reciben los hombres que disfrutan de esto, como si ver porno les convirtiera en cerdos insensibles.

L.:  

Es verdad, olvidan que el porno es un elemento de socialización masculina, ¿no? Se olvidan de hablar de deseos. Vale, el modelo que da el porno es bastante cutre, deja mucho que desear.

J.:    

Sí, pero el porno no es una escuela de cariño: eso ya lo hemos aprendido con nuestras madres. La gente ve porno por otros motivos y me parece hipócrita pedirle al porno lo que no pretende dar.

L.:  

Luego está la simpática relación que establecen las feministas entre ver porno y cometer violencia.

J.:    

Otra cosa que no se sostiene: es más, hay una relación inversa, según numerosos estudios transculturales.

L.:  

Ya, es como lo de “si fumas porros, te meterás caballo”.  Se han confundido.  Pero era necesario cuestionar todas estas cosas, cuestionar el canon masculino y masculinizante.

J.:    

Respecto a las distorsiones, apunta Despentes algo interesante: la actriz porno se comporta como un gay en un cuarto oscuro: quiere que se la metan por todos los agujeros. (p.85) De nuevo, ¿por qué esa incapacidad de imaginar cómo es una mujer (deseante)? O, tal vez, si el porno es fantasía, simplemente es como nos gustaría que fueseis.

L.:  

No, es como nos gusta fantasear. La fantasía y la realidad no siempre han de ser un continuo.El porno es ficción. Hasta Nacho Vidal lo decía en una entrevista. Abre la imaginación, ¿no?

J.:    

Puede abrirla, pero también la cierra: es un arma de doble filo. Despentes también considera el porno como un espacio de seguridad (p.86). Todo es predecible, sin complicaciones.

L.:  

Y luego está la vida, con nuestros amantes de carne y hueso, que meten de vez en cuando la pata, con sus gatillazos y sus vaginas poco lubricadas. El porno permite relajarte: todo saldrá bien, porque no depende de ti, eres solo espectador, es un espacio seguro. Puedes masturbarte o hacer lo que quieras viendo a esos dos, sin temor a que las cosas se compliquen, salgan mal, al día siguiente ella quiera una casa y dos “churumbeles”. ¿Qué tiene eso de malo?

J.:    

Está claro que se ve por sus beneficios: higiénico, seguro, sin compromisos, disponibilidad total, cubre casi cualquier fantasía, no exige nada…

L.:  

Y el papel de las mujeres ¿realmente es tan opresivo? Vale, todas tienen silicona por todas partes, pero en los programas del corazón también y nadie va por ahí haciendo campañas contra “el tomate”. ¿Destroza u oprime el sexo más que el amor? Lo plantea M. Iacub.

J.:    

Dice Iacub: “La verdad es que lo que destroza, lo que mata, no es el sexo, sino el hecho de enamorarse. No hay nada igual para llenarte la vida entera de humillaciones, y no el hecho de follar porque sí, por placer.” (p.50) ¿Quién habla de los peligros del amor? Nadie, y mira que hay gente que se tira años hecha polvo.

L.:  

Con lo de la violencia en pareja se empieza a hablar. De hecho, se habla bastante y no siempre en el tono apropiado.

J.:    

Sí, pero del amor en sí y sus efectos en uno mismo y de los dolores del desamor ¿por qué no se consideran abordables en la educación, cuando es tan relevante en la vida de la gente?

L.:  

Porque  se trata de sentimientos y no son regulables: no puede abolirse el amor con una ley, el sexo (o parte, como el porno), sí.

J.:    

Tenemos que entendernos y no se puede poner a una mitad contra otra; de ahí no puede salir algo bueno.

L.:  

Los libros me han parecido interesantes por eso, porque admiten en la estructura del tinglado la complicidad del sexo femenino.

J.:    

Y el masculino.

L.:  

Ya, pero el masculino hasta ahora era el único responsable para el feminismo y ellas plantean que también las mujeres participan y sacan «beneficio» de esto. Aunque no estoy de acuerdo con mucho de lo que dicen: eso de la vuelta al ser primitivo antes de los géneros tiene un tufillo a Butler que no termina de convencerme. Y la “madre máquina” de Iacub, sin comentarios…

J.:    

Bueno, pues a ver si cunde el ejemplo de estos libros y aumenta el debate.

L.:  

Sí, refrescan. A ver si salen más libros, y a ver si algún hombre se lanza. Que si en algo tenían razón las feministas es que esto no puede ser cosa solo de mujeres.

J.:    

Pues ahí queda la invitación.

 

 

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