En mi última visita a Caracas, he tenido la oportunidad y el gusto de visitar el Centro de Investigaciones Psiquiátricas, Psicológicas y Sexológicas de Venezuela (CIPPSV) y conocer personalmente tanto a su director, el Doctor Fernando Bianco, como a buena parte del equipo de profesionales que allí trabajan: Mónica Ortiz, Hernando Restrepo, Edison Pazmiño, Octavio Hormazábal y Ernesto Rivero. De igual forma, pude trasladar en persona los saludos y mejores deseos de Efigenio Amezúa a Fernando Bianco, pues se conocieron hace ya varias décadas en una visita de éste a Madrid.

Además de hacerme una visita guiada por el centro y sus completas instalaciones (aulas de formación, consultas profesionales, centro documental, etc.), generosamente me entregaron abundante documentación, publicaciones y guías para el Instituto Incisex, que ahora formarán parte de su fondo documental.

La sorpresa fue otra. Era martes y el equipo tenía reunión de trabajo sobre casos clínicos. Amablemente me invitaron a asistir y participar, lo que hice con sumo gusto. Tras presentarme a grandes rasgos el marco teórico desde el que trabajan en el centro, nos dispusimos a pensar sobre un caso del que otros colegas les habían solicitado su opinión.

Casualmente (luego supe que no fue casual sino un gesto de cortesía) se trataba de un asunto de ambigüedad genital por hiperplasia suprarrenal congénita que, en términos sexológicos e incluso pragmáticos, podemos nombrarlo como un asunto de «identidad sexuada» pues, guste más o guste menos y aunque sexológicamente no sea razonable, el sexo de los sujetos sexuados recién nacidos todavía se decide médicamente mediante la exploración genital directa.

Como casi siempre en estas situaciones de ambigüedad genital, la consulta se formulaba como una especie de dilema sobre si era hombre o mujer y, derivado de ello, si intervenir quirúrgica y farmacológicamente o esperar.

Como siempre en estas situaciones, me venía a la cabeza constantemente una afirmación de Amezúa: cuando el árbol de los genitales no deja ver el sexo. De hecho, se diría que esta afirmación resulta demasiado concesiva cuando, con los datos que se envían en su historial clínico para decidir, se incluyen aspectos o rasgos observados microscópicamente como los cromosomas, la presencia o ausencia de determinados genes, etc. Se podría formular entonces así: «cuando los microporos de un trocito de corteza no dejan ver el bosque del sexo».

Lógicamente, la conversación no trataba de decidir algo sino de dialogar entre profesionales de la sexología con diferentes marcos teóricos de referencia. Similares en algunos aspectos y diferentes en otros.

Abordamos cuestiones relacionadas con dónde estaba el sexo, consecuencias de una intervención desde una atribución de sexo errónea, consecuencias sociales, familiares e íntimas relacionadas con no intervenir, si era una anomalía o un hecho de sexuación como tanto otros, de la intersexualidad y el continuo de los sexos, la conveniencia de un nombre propio válido para ambos sexos, la incompatibilidad que existe entre el hecho de la diversidad y la implacable tendencia a uniformizar los genitales, etc.

También del criterio que empleamos en Incisex: entendemos que los sujetos sexuados son del sexo que sienten ser o con el que más a gusto se sienten y, por tanto, las decisiones en la etapa neonatal sobre el sexo del sujeto (tenga éste genitales ambiguos o no) constituye básicamente un ejercicio de adivinación o estimación que es susceptible de resultar erróneo. Desde nuestra perspectiva sexológica, intervenir quirúrgica y farmacológicamente en este escenario, alejado de toda certeza, es un riesgo innecesario o, mejor dicho, temerario.

Así estuvimos dialogando distendidamente durante más de una hora, tras lo cual nos despedimos con la promesa y las ganas de seguir dialogando y compartiendo espacios profesionales. Un placer, de verdad. ¡Hasta la siguiente!

Xamu Diez Arrese

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