Impresiones sobre «Capturing the Friedmans»

Impresiones sobre «Capturing the Friedmans»

La sensación inicial que me ha dejado la visión de este documental es la de la sospecha. Por una parte, la sospecha que se introduce a lo largo de toda la historia que se relata acerca de la perversidad que subyace a una familia que, en principio, parece muy adaptada, muy «normal». Pero también la sensación de que es precisamente esa sospecha la que introduce la mayor parte de esa perversidad. Y también la imposibilidad de llegar a determinar qué es lo que realmente ocurrió porque las respuestas a los hechos –o, más exactamente, los hechos que se considera que han sucedido- son tan viscerales que no es posible separar prejuicios –positivos por parte de los hijos del señor Friedman o negativos por parte de todos los demás-, opiniones, valores personales, de lo que realmente ha pasado.

Por un lado tenemos a una familia feliz, encabezada por un hombre amable, respetado, un maestro reconocido con varios premios y que constituye lo que a los estadounidenses les gusta denominar «un pilar de la comunidad». También tenemos una comunidad bastante cerrada, aislada, tranquila, podemos suponer que esencialmente conservadora y que se percibe como un lugar de seguridad y protección.

Por otro lado tenemos un hecho concreto, la tenencia de pornografía infantil, como disparador de una situación de acoso y sospecha en la que se mezclan todos los miedos y se atribuyen directamente culpas y culpables. Se asimila pornografía infantil con abuso sexual y quien ha utilizado la primera necesariamente ha realizado lo segundo. Llama la atención que incluso uno de los abogados de la defensa utiliza los dos términos como equivalentes, diciendo abuso en lugar de pornografía –al menos en los subtítulos, que también podría ser que la confusión la tuviera el que ha hecho la traducción-.

Y luego está la reacción que se produce ante todo esto.

    • La policía inicia la investigación desde la cuestión de la pornografía, pero inmediatamente pasa a la sospecha del abuso, no es un detalle insignificante que un profesor esté rodeado de niños. De hecho, lo que refleja el documental es el convencimiento de la policía de que el abuso ocurrió y la planificación de una estrategia dirigida a demostrarlo bajo la forma de investigación. Los interrogatorios a los niños son manipuladores y la coacción sobre ellos por parte de las figuras de autoridad social es evidente que ha producido falsos testimonios, tal y como años después reconocen algunos de ellos. También llama la atención la calificación de la familia como «claramente disfuncional», cuando no es esa la imagen que parece desprenderse de la situación de la familia antes de este suceso –y en los vídeos familiares de la infancia de los hijos lo que se aprecia es una relación familiar afectuosa y fluida-.
    • La comunidad decreta que los hechos son verdaderos y «si no eras víctima no estabas integrado», el abuso «da un tema de unión y ocupación» como señala la periodista que ha investigado el caso. La victimización de la comunidad evita responder al cuestionamiento que se abre en relación al cuidado parental. Si es posible que un padre modélico tenga pornografía infantil, todos los padres de esta comunidad modélica podrían tenerla, y lo mismo ocurre con el abuso. La reacción pasa por establecer la mayor distancia posible entre el padre Friedman y los otros padres y mejor ser padre indignado de un hijo supuestamente abusado –y cuanto más, mejor, mayor motivo de indignación exculpatoria- que sospechoso de ser también un abusador. A fin de cuentas, el supuesto abuso crea una zona de cohesión y otra de exclusión, y abre la sospecha de por qué una familia no ha sido víctima del abuso cuando tantas lo han sido.
    • Respecto a la familia de Arnold Friedman, la situación intensifica una fractura que existía previamente, con la madre en una posición periférica y los hijos alrededor del padre. Los hijos, especialmente el mayor, se vuelca en la defensa del padre y en el cuestionamiento de la fidelidad de la madre a la familia; la madre, a partir de la acusación a su marido, reconstruye una historia del matrimonio en la que aparece como infeliz y obtiene un argumento en el que basar y a través del cual explicar el fracaso afectivo. Él ya era así, compartía la cama con la madre y el hermano, había tenido relaciones sexuales con este último cuando eran niños y había observado y escuchado a su madre teniendo relaciones sexuales «con muchos hombres». Finalmente, sugiere de forma sutil que la unión entre los hombres de la familia y, por tanto, su propia exclusión, puede ser debida a que, «como dicen los expertos», los niños abusados se identifican con el padre abusador.
    • La prensa parece tomar la versión de la policía sin cuestionarla, cuando parece que había bastantes incoherencias y exageraciones en los informes. El juicio es el primero que se televisa en el condado de Nassau, es decir, se le da mucha repercusión y cobertura en los medios, lo que refleja la gran inquietud que suscitó este caso pero también colabora en la exacerbación de la indignación.
    • El juicio da la sensación de estar decidido de antemano. La jueza había sido jefe de la unidad de delitos sexuales y declara que «siempre pensé que era culpable». Al hijo menor, designado cómplice y ejecutor de una violencia de la que el señor Friedman no parece ser capaz, le impone la pena máxima posible a pesar del reconocimiento de culpabilidad y la alegación de haber sido abusado por su padre –independientemente de que en el documental se mantenga la sospecha de que fue una estrategia de defensa ya que Jesse mantiene ante la cámara su inocencia-.

En resumen, la sensación que me ha producido el documental es la de haber visto una situación de pánico social y la consiguiente reorganización de la realidad para poder explicar lo sucedido y volver a la tranquilidad a través de la furia. Creo que lo que desata el pánico no es tanto que alguien pueda hacer uso de pornografía infantil, tener como objeto de deseo y excitarse con la visión de niños, sino la posibilidad de que ese alguien sea como yo, un vecino, un familiar, alguien respetable. Y lo que subyace es una visión de la sexualidad y del goce como un elemento un tanto animal que ante la más mínima oportunidad se desboca y lleva a las «buenas personas» a cometer atrocidades y, por ello, envilecerse y perder su lugar privilegiado en el entramado social. Creo que este caso es sintomático del miedo al contacto corporal entre padres e hijos, olvidando que el contacto es contacto, quien introduce el elemento sexual es el adulto con su interpretación de ese contacto como contacto sexual. El propio señor Friedman nos da un ejemplo de esto cuando en esa especie de memorias que envía a la periodista afirma que tenía miedo de abusar de sus hijos. Como si el deseo y la realización del deseo fuesen lo mismo, o una fuerza imparable cuando se desata, en cuyo caso todos seríamos violadores, ladrones y asesinos, entre muchas otras cosas.

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