Generalmente cuando dos personas tienen un encuentro erótico, aunque éste pueda realizarse por diferentes motivos (desahogo, interés, débito conyugal-parejil, por hacer algo, porque toca, etc.) una de sus motivaciones más habituales también suele ser disfrutar, pasarlo bien.
En estos casos, pese a que muchas veces no lo tengamos presente ni seamos especialmente conscientes, disponemos principalmente de dos vías básicas y diferentes por las que hacer discurrir dicho encuentro: La vía del disfrute condicionado al proceso (sin importar demasiado dónde concluye) y la vía del disfrute condicionado al resultado (generalmente, aunque no siempre, el orgasmo en uno, en el otro o en los dos). O, lo que podríamos llamar, la vía del pastel y la vía de la guinda.
Siendo una de sus diferencias fundamentales que la vía del resultado tiende a ser un viaje de objetivos y generalmente de metas (hay o no guinda en el pastel) y donde “los atajos” a veces cobran especial interés, y la vía del proceso va más del recorrido (el pastel está rico o no) sin saber muy bien por dónde va a discurrir, ni a dónde va a llegar.
Ambas comparten el objetivo de disfrutar, si bien la valoración final del encuentro lo obtienen de distinto modo. Que por ambas vías busquen lo mismo, pero de distinto modo, nos pone sobre la pista de que tal vez la vía de las guindas va más en coherencia con la lógica masculina del encuentro y la vía de los pasteles va más en coherencia con la lógica femenina del encuentro.
Matizando como siempre y hasta cuando haga falta, que en la lógica masculina del encuentro, por ser masculina, entran la mayoría de hombres (y muchas mujeres) y en la lógica femenina del encuentro, por ser femenina, entran la mayoría de mujeres (y no pocos hombres). Por lo que podríamos hablar de pasteleras y guinderos, sabiendo que hay pasteleros y guinderas.
Y aunque el saber popular indique categóricamente que “a nadie le amarga un dulce” puede ser interesante plantearse que a veces, dependiendo de cómo cada cual y, sobre todo cada cuales, diseñen, confeccionen y organicen sus pasteles y sus guindas, éstas pueden llegar a amargar tanto un trozo, como el postre completo.
Un ejemplo frecuente de esto lo tenemos cuando quienes participan del encuentro erótico entienden que necesariamente se ha de hacer una práctica concreta (lo que vendría a ser cualquier cosa pero que generalmente viene a ser una penetración) de tal manera que si no se realiza, puede entenderse que el encuentro resulta incompleto, soso o incluso “light”.
Otro ejemplo, no menos habitual, nos lo da la idea de que para que un encuentro pueda producirse, debe necesariamente estar presente un elemento o estado determinado (lo que vendría a ser cualquier cosa, pero que generalmente viene a ser erección en el hombre y/o lubricación en la mujer) de tal manera que si no está o hay muy poco, se entiende que no es posible hacer gran cosa por lo que se concluye el encuentro.
Eso sí, no sin antes dedicar un tiempo a intentar endurecer ese pene o humedecer esa vagina “como sea” dejándonos en ello el brazo o las pilas dependiendo si optamos por hacerlo “a mano” o “a máquina”.
Mención especial merece el encuentro erótico cuando el orgasmo (propio y/o ajeno) es la guinda y ésta no aparece. Es frecuente entonces que ambas lógicas se enreden hasta tal punto, en la búsqueda implacable de “la guinda del pastel”, que si durante un tiempo no se ha encontrado, se empieza a generar una actitud de rechazo no ya sólo al propio pastel, sino en general a todo tipo de postre.
Y es que tanto guinderos como guinderas, en su afán de encontrar la guinda ausente (sea cual sea ésta) a veces pueden llegar a entender los pasteles como meros “apoya-guindas”.
Fijándonos un poco, podemos ver que estos tres ejemplos frecuentes, comparten la idea de un “deber necesariamente” algo concreto en un encuentro: una erección o lubricación, una penetración o un orgasmo. Pero hay más, muchos más.
En realidad las veces que del deseo generamos un deber. Esas veces que desde un “me gusta” llegamos a un “tiene que” porque me gusta. Siendo el deber la otra cara de la moneda del deseo, de forma que si actúa una, la otra no puede actuar.
Lo que significa entre otras cosas que, al contrario de lo que suele suponerse, cuanto más persigamos una erección, una lubricación, un orgasmo o una penetración (las guindas más frecuentes), más difícil de encontrar será. Puesto que ya no nos movemos desde los deseos y sus procesos, sino desde los deberes y sus consecuencias. La otra cara de la misma moneda.
Otro punto a destacar por su frecuencia es cuando los referentes de disfrute que manejamos, son más ajenos que propios. Es decir, que utilicemos más las recetas de otros que las propias, en la confección de nuestro pastel.
Donde la particularidad de las recetas ajenas (aunque puedan tener mucha popularidad) fundamentalmente es que son eso, de otros. Por lo que dependen de los gustos, costumbres, habilidades, expectativas… de ellos y no ya de los nuestros.
Lo que por supuesto no quita para que de vez en cuando, nos demos un “garbeíto” por ahí y miremos recetas de otros, tomando así ideas, descubriendo otros modos o imaginando nuevos sabores.
En definitiva, no hemos de olvidar que nos movamos por donde nos movamos (más por guindas o más por pasteles) de lo que se trata es de que podamos disfrutar en nuestros encuentros eróticos confeccionando nuestros propios pasteles y convirtiéndonos así en nuestros propios “maestros artesanos”, pues merece la pena.
Y por tanto, disfrutar de todos los momentos que nos brinda cada postre: idearlo, prepararlo, comerlo, degustarlo y, por supuesto, disfrutar también del “regustillo” rico que se nos queda después.
Así visto, sin duda el asunto es “goloso”.
Xamu Díez Arrese
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