Mortales y vulnerables

Sexo significa corte y ofrece, en su base, la idea de herida y de fragilidad. Es todo lo contrario a la idea de lucha o de poder. Decir que los seres humanos son sexuados equivale a decir que son frágiles y necesitados los unos de los otros; no auto-suficientes. No redondos o perfectos cada uno de por sí, independientes de los otros.

Coincide en su gran parte con la idea que la sexología usa hoy con la noción troncal de continuo de los sexos. No hay una «o» disyuntiva entre uno y otro sexo, sino una «y» que marca su profunda referencia sin la cual los humanos no pueden existir.

Es la metáfora de ser seres cortados, transformada con el tiempo en un concepto. Todo hombre lleva dentro una dosis de mujer. Toda mujer lleva dentro una dosis de hombre. No hay, hablando estrictamente, nadie sólo de un sexo al 100 por 100.

El rasgo que iguala a todos

Tampoco hay a-sexuados en la condición humana. Si alguien lo encontrara sería muy interesante analizarlo. Estos datos son de suma utilidad. El hecho de ser sexuados recuerda constantemente que, por razón de sexo, no es uno más que el otro. En esto radica su más grande igualdad.

Iguales en que el rasgo común a todos es que son sexuados y necesitados los unos de los otros. Quienes miran el sexo como una historia de poder han dejado de lado precisamente esta estructura troncal. Comparar a los de un sexo con los de otro —o confrontarlos— es una forma de destrozar lo más propio de cada cual que es lo que les distingue para lo que más desean que es atraerse para unirse.

Lo curioso de esta noción no es que sea un castigo sino un regalo de los dioses. Decir que es un regalo de los dioses es una forma de expresar una dimensión casi invisible a luces cortas. Y que sólo se ve cuando los seres humanos se han detenido a pensar esa paradoja singular que es el hecho de ser sexuados.

No es que, como sucede en el teatro, venga alguien en un momento dado y asigne un rol o un papel a cada cual. Se trata de ser; o más exactamente del siendo que es el hacerse.

O de ese hacerse que tiene por resultado el ser. Hoy en Sexología usamos un axioma: los seres humanos no nacen sexuados; se hacen poco a poco, unos con otros. Más que bio-lógico, es un resultado bio-gráfico. O vivencial. Sería una forma más humana de expresarlo. Es el resultado de la vida de todo ser humano y del que éste es muy consciente, al contrario de lo que sucede en otras especies.

La tarea de distinguirse y encontrarse

La tarea de explicar ese regalo de los dioses ha sido lenta. Y sigue siendo. Hace falta observar, analizar muchos detalles que no se ven al ritmo acelerado que llevan las cosas, sino con una distancia.

Ser cortados o sexuados ha sido visto como un castigo pero es precisamente lo que permite que entre ellos aparezca Eros, el deseo, la atracción. Es esto lo que no aparece en las relaciones de poder o sumisión. Sólo entre iguales y libres.

Poner esta idea en un dispositivo que la vuelva inteligible, práctica común, trato diario, necesita una paideia. Y esa puede ser, dicho en resumen, la tarea de la educación: hacer inteligible una idea que no parece corriente.

¿Qué quiere decir «te quiero»

Ser sexuados es un proceso hecho de pequeñas cosas. El poder o empoderamiento es una renuncia a esta condición sexuada. Es la prioridad del discurso del poder sobre el de la fragilidad cuando se trata de los sexos y de la convivencia en el amor.

Decir «te quiero» quiere decir te deseo, es decir me gustas, te necesito, eres importante para mí. Es decir que dependo de tí en mis proyectos importantes puesto que amar es importante en la vida de todos y de cada uno. Es irrumpir en la biografía del otro. Y esto no es algo banal. Pero tampoco de protocolos ni de normas.

En las formas más hondas y sinceras equivale a decir: no puedo vivir sin tí o me hace muy feliz verte, abrazarte, sentir tu presencia, tu mirada. Cuando esto es recíproco se puede decir que ambos se sienten fuertes, o mejor dicho, confiados. Y muy contentos.

La otra orilla del poder

El lenguaje de las sensaciones o sentimientos suele ser pudoroso y reservado. Por eso cuando se cambia el lenguaje de ser sexuados por el del poder se suele criticar al pudor y reducirlo a pre-juicios o creencias.

Amar a alguien es entrar en su vida, meterse en su intimidad. Y eso siempre da pudor. No es un pudor de pre-juicio; es un pudor de sorpresas, una extrañeza. Y de descubrimientos. La seducción es más que una reacción , un ensayo de reciprocidad.

El conjunto de formas que llamamos seducción son ritos o fórmulas de un acercamiento, maneras de hacerse presente y ver que esa presencia es deseada. Desearse es atraerse y la atracción no es el poder o la dominación. Esto es, al menos, lo que entendemos. Es incluso lo que más gusta y prefieren los seres humanos.

¿Sólo consentimiento?

Es sobre todo una actitud, una manera de ser que lleva a una manera de tratarse. Pedir el consentimiento puede ser visto como una ridiculez de quien ha reducido ese trato a autoridad y permisos, a fórmulas que han perdido su contenido más propio.

O peor aún, un trato correcto en donde, quitados unos valores propios de los deseos, se imponen luego en forma de normas u obligaciones. Es como si se hubiera quitado una lógica para imponer otra. Se ha quitado de las aulas una Educación Sexual explicativa de estas cosas para hacer necesarias unas imposiciones que con ella no sería necesaria.

Es como si se hubieran quitado elementos educativos para justificar la presencia de agentes del orden. Eros y Sexus no son formularios. Tampoco son mitológicos. Sabemos que lo que hicieron los griegos fue servirse de los dioses para explicar a los humanos. Y tal vez ahí está la fuerza de algunas de estas palabras.

El sexo es la materia prima de Eros, el amor

Hay palabras que son auténticas herramientas para analizar y distinguir, para afinar. Quitarlas o alterar su contenido es renunciar a ellas. Las palabras tienen una cualidad operativa. No da lo mismo una palabra que otra

Sexus da cuenta de ser sexuados. Eros, a su vez, de las atracciones producidas por ser sexuados. Dejar de lado estas dos palabras es renunciar al potencial que, de por sí, aportan.

Es dejar fuera de acción uno de los sentidos que tiene el lenguaje humano como capaz de articular esos contenidos. Y muy en concreto ese enunciado de ser frágiles y mortales: necesitados unos de otros. La idea de ser sexuados nos habla de esto.

E. Amezúa ( «La idea de ser sexuados», 2018)

 

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