Si la amatoria es el arte de amarse podría pensarse que los niños y adolescentes de hoy, en lugar de educarse para el amor, se preparan para una guerra. ¿Qué guerra? El trabajo de este mes ha consistido en una lectura de folletos, trípticos y pasquines en los que se presentan los anticonceptivos.
La conclusión más significativa de este análisis es el discurso bélico empleado en la presentación de estos recursos. Todos están elaborados con fórmulas de lucha a muerte o para defenderse de ella. Como el tema de la prevención de riesgos y peligros no suele admitir ironías, se diría que se ha elegido el género de la tragedia. O sea, la guerra.
Los anticonceptivos se presentan como una serie de armas para atacar a un enemigo. El enemigo suele ser siempre el encuentro de un óvulo y un espermatozoide. Para lo cual se dota a los usuarios de armas químicas que impiden el desarrollo de un óvulo mediante píldoras a distintas dosis. Hubo un tiempo en que se usó corrientemente una denominación tan gráfica —y patética—como anti-baby. Espermicida es más sinuosa, pero es lo mismo, bélica y letal.
En otras ocasiones se usan lenguajes de contención. Se habla directamente de métodos de barrera, tan semejantes a los muros de frontera para que “por ahí no pase nadie”. Los términos con los que se designan a estos métodos son en general el de preservativos.
Todo esto puede considerarse lógico, pero el fondo de esta preocupación por un equipamiento bélico cuando se trata de los encuentros precisamente amatorios, o sea, del ars amandi —se olvida esto— deja un sabor sorprendente.
La industria de la anticoncepción y de la prevención, como toda industria de guerra, se ha desarrollado enormemente. Se presenta al preservativo como el arma más eficaz de la lucha contra los embarazos no deseados y la prevención contra el sida. Todo esto, insistimos, es muy explicable y justificable. Incluso algunos destacan que, dada la situación, las otras cuestiones resultan secundarias y que lo principal es el objetivo que persiguen.
Pero si vamos más directamente al objetivo vemos que no hay uno sino dos: uno, la amatoria; y dos, la prevención. Y, en el fondo, más que de la amatoria, se trata de la cópula. Porque todos los métodos suponen la cópula: o sea, la penetración y eyaculación en el interior. Más aún, todos los métodos refuerzan esa base que suponen y en la que se han estancado. Casi todos los folletos y prospectos aluden a que el sexo “no es sólo eso”, pero en lo que insisten es sólo en eso.
La lectura de estos materiales informativos ofrece, pues, estas dos ideas: por un lado, el equipamiento para la lucha contra los efectos no deseados; y, por otro, el refuerzo de una conducta única y continua: la de la cópula. La erótica y el ars amandi plantean campos distintos. Más aún: sabemos que lo que mueve a los sujetos en sus encuentros no es la cópula sino la erótica y el ars amandi.
El discurso de la prevención de los riesgos y peligros no trae, de por sí, otro discurso distinto. Y puesto que tanto se insiste en la prevención es importante afirmar que otra idea distinta ofrece una eficacia también mayor. “Haz el amor y no la guerra” sigue siendo el gran eslogan. Y equiparse para el amor es preferible a cualquier equipo de guerra: la que sea.
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