UNA CLAVE QUE SUPERA LA CRISIS

UNA CLAVE QUE SUPERA LA CRISIS

A lo largo del tiempo estamos hablando de explorar y de cultivar los valores personales de cada cual. Los recursos naturales y –por qué no- culturales que cada cual lleva consigo muy en el fondo. Sin embargo, cuando se trata de la pareja, el problema se duplica. Cada cual quiere ser reconocido y tenido en cuenta por el otro, cuanto menos reconocido y tenido en cuenta es por y para sí mismo.

Escuchar al otro es ya la forma más clara y simple de tenerle en cuenta. «Pero déjame hablar, cielo.» «Pero si todavía no he acabado, y ya estas tu reprochándome…» Estas lamentaciones suelen ser muy frecuentes entre las parejas, habituadas a «conocerse a fondo», a « conocerse más que el otro por sí mismo» y habituadas a muchos tópicos que, las más de las veces, terminan en discusión y la consiguiente constatación del «no podemos entendernos».

Para que el otro esté contento de ser el otro, es muy bueno que estés contento de ti mismo. Para que el otro se sienta bien contigo es preciso, antes de nada, que respetes el juego –muy simple, si- de darle tiempo para escuchar. Escuchar no es solamente oír. Escuchar es prestar atención y tratar de entender. Escuchar es una actitud que suele faltar mucho a quienes han sido educados en la imposición de normas y de tópicos. Escuchar es buscar la intimidad del otro y lo que el otro desea expresar.

Para muchas parejas que se llevan mal sería aconsejable este ejercicio: darse una hora –reloj en mano- para que uno diga lo que saben del otro, y el otro lo que sabe del uno. Podrá verse que ambos están en desacuerdo en lo que saben cada cual del otro. Generalmente, este ejercicio –si no es llevado por un moderador neutral, por un árbitro- termina en la discusión. Por eso en este ejercicio se trata únicamente de conocer qué es lo que se sabe. No se trata de convencer qué es lo que se tiene que saber, o lo que se debería saber. Se trata, simple y llanamente, de darse cuenta qué es lo que se sabe realmente del otro. De sus motivaciones, de sus sufrimientos, de sus incomprensiones, de sus ansias y obsesiones. Únicamente tratar de saberlo. Nada más.

El ejercicio puede durar una hora –repetirse a voluntad-, durante la cual cada uno expone mientras el otro escucha. A cada cual su turno. Cada cual en su momento. Y el ejercicio termina así. No hay ningún logro ni objetivo. No hay por qué tener que sacar ninguna conclusión «práctica». Es suficiente con seguir el juego. Se trata de escuchar. Nada más. Pero también nada menos. Porque escuchar suele ser una actitud un poco rara, cuando se lleva muchos años de «conocérselas todas y de tenerse calado».

Este juego forma parte de tareas que utilizan algunas clases de terapias en los conflictos de pareja. Pero –insistimos- cada cual puede hacerlo por sí mismo, sin más ambiciones que pasar un rato jugando a escuchar. Puede suceder que se le coja gusto al juego. O aversión. Pero en uno u otro caso, el juego es eficaz.

Efigenio Amezua (Convivencia 1977)

Sexólogo

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