EL «INTERRUPTOR ERÓTICO»

 

Nuestro tiempo está recuperando la importancia de la expresión corporal de los sentimientos y la comunicación íntima a través de nuestra piel. Ello nos está permitiendo, más que nunca, vivir y expresar nuestra erótica armónicamente con nuestras necesidades más profundas.

Durante siglos nos han impuesto una sexualidad exclusivamente reproductiva. Por ello, aún hoy, circunscribimos nuestra erótica a la única conducta reproductora: el coito. Intelectualmente hemos recuperado el placer y la comunicación como elementos eróticos sustanciales, sin embargo conductualmente seguimos siendo exclusivamente reproductores. Hasta el punto que usamos técnicas contraceptivas para seguir conduciéndonos reproductivamente.

Ahora bien la mujer ya no es, ni está dispuesta a serlo más, receptáculo pasivo del semen masculino. Aunque seguimos siendo -unas y otros- sexualmente penetrativos estamos recuperando la piel, el juego y la fantasía, cultivando la ternura y la comunicación a través del cuerpo. Todo ello está sirviendo para que las relaciones coitales dejen de ser exclusivamente masculinas y ejecutivas.

No obstante, las interacciones epidérmicas no coitales (estimulaciones diversas de la piel, paseos sin rumbo a través del cuerpo del otro, entrecruzamientos corporales, etc) suelen servirnos -casi exclusiva­mente- como prolegómenos necesarios al coito. Hasta el punto de que en la mayoría de las parejas, estos juegos son las señales inequívocas que indican la presencia inmediata del coito. Como si lo uno llevase inexcusablemente a lo otro.

Estos juegos suelen ser vividos como introducción a lo «verdaderamente importante». Y ello contribuye a que se produzca un efecto paradójico y frustante que podría explicarse del siguiente modo: me niego a lo primero, (aunque pueda estar deseándolo), cuando no quiero lo segundo. O dicho de otra forma, para no tener que ir donde no quiero, me quedo sin ir donde sí quiero.

Llamamos a este fenómeno «interruptor erótico«. El interruptor es una regla no hablada que regula el comportamiento erótico de muchas parejas y según la cual se sobreentiende que existen dos posiciones: encendido y apagado. Cuando el interruptor está encendido se realiza «toda» la secuencia de conductas eróticas propias de la pareja. Por el contrario, cuando está apagado no puede realizarse «ninguna» de ellas. Cuando una pareja está sometida a la tiranía del interruptor cada uno de sus miembros está obligado al todo o nada (independientemente de lo que esté deseando o necesitando). Y cualquier transgresión a esta regla suele suponer descalificaciones mútuas («preparar el horno y no hacer el pan», «calentarme y dejarme», «para no acabar, mejor no empezar», etc).

Las parejas reguladas por el «interruptor» suelen tender a creer que siempre los dos han de ir al mismo lugar, buscando las mismas cosas. Por lo tanto: o se va, o no se va. Sin embargo, en pareja, con mucha frecuencia cada uno de los dos quiere  ir a un lugar distinto a buscar diferentes cosas.

Afortunadamente la comunicación erótica no es una comunicación binaria (todo o nada), sino que es una comunicación «en continuo». Esto hace posible que todos los registros eróticos que son más que «nada» pero menos que «todo», son legítimos, gratificantes, divertidos y amorosos.

Cada pareja ha de encontrar cuáles son sus recursos intermedios entre el «encendido/apagado» y cuándo le apetece ponerlos en marcha.

J.R.L.

 

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