En nuestros días los jóvenes hablan con frescura y sin pudor de «pollas y coños»; y, por supuesto, de follar. Tras haber aprendido de niños a cantar «caca, culo, pedo, pis», hablan ahora de sexo. Eso quiere decir que nos hemos liberado de pudores –de algunos pudores– y que lo que antes sólo se decía en voz baja, o no se decía, hoy puede pronunciarse alto y claro.
En este sentido muchos hablan de la represión de antes y de la liberación de hoy. También en este sentido el discurso de la represión resulta cómodo y sencillo, incluso claro y hasta simplista. Es un discurso que puede resumirse en dos palabras: represión y liberación de pudores y vergüenzas.
Pero poner palabras a los genitales donde antes se usaban eufemismos morales o lenguajes técnicos –o simplemente alusiones– es sólo una parte, un paso. Llamar a todo eso sexo no deja de ser una tergiversación de los conceptos. Alguien señala que al sexo le sobra lenguaje moral y fisiológico y le falta gramática e historia: gramática e historia del sexo; que no de los genitales.
Gramaticalizar el sexo es buscar su lógica en los sujetos que hablan. Historiar el sexo equivale a situarle en sus biografías; biografías e historias que no están hechas sólo de genitales sino de la sexuación de los sujetos. Y para eso hace falta otro léxico y otras nociones. Es decir, otros conceptos.
Los conceptos nos permiten acceder a ese universo. Los conceptos nos ayudan a entender o interpretar esa otra realidad que no son los genitalia. Porque se trata de otra realidad. También de otras sensaciones y vivencias: de otras identidades, de otras relaciones. Insistir de forma reiterativa en la liberación de la represión –de la mojigatería — nos lleva a un estancamiento y a pensar que lo que fue un problema de una moral se resuelve con otra moral. Pero el sexo hoy no es un problema moral. Es de epistemología.
Dar un paso más nos conecta con la búsqueda de esa otra realidad que tan difícil se hace cuando queremos ponerla en palabras y no tenemos más que el léxico de los genitales: de su fisiología o su moral. Es como si no tuviéramos otras cartas para cambiar de signo el juego y tuviéramos que resignarnos a seguir, aburridos, con el mismo juego de siempre.
Agazapado entre las páginas de La filosofía en el tocador –una de las más turbadoras obras del Marqués de Sade–, Iván Bloch descubrió un texto del mismo Sade que empezaba así: «Un paso más, franceses, si queréis ser republicanos; un paso más si queréis ser ciudadanos». Era el guión de lo que hoy llamaríamos un mitin tras el tumulto de la Revolución. Era una invitación a ordenar la res publica tras la decapitación del ancien régime. «Porque una cosa es la rebeldía o la protesta; y otra, organizar el día después».
¿Cómo y por dónde dar ese paso? Nosotros seguimos la pista de los sexólogos de la primera y la segunda generación puesto que entendemos que han sido ellos los que han ido primero abriendo ese camino. Son los que han creado la disciplina en la que entramos. No se trata de quedarse en ellos, pero no podemos prescindir de la historia si queremos ir hacia adelante.
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