LOS GRANDES CONCEPTOS : LA SEXUALIDAD
Si la sexuación ha solido ser un término de poco uso, la sexualidad está de moda. Hoy se habla mucho de sexualidad.
Pero cuando tratamos de precisar, su concepto se hace resbaladizo y sin contornos claros.
Por ejemplo, ¿por qué usamos con tanta frecuencia el término sexualidad como sinónimo de sexo cuando, de hecho, son distintos y significan cosas diferentes?
Todos somos —nos hacemos— sujetos sexuados, pero cada uno tiene su propia sexualidad. ¿En qué se distingue la sexualidad de otros conceptos cercanos, pero distintos, tales como erótica o amatoria, pareja o procreación?
Tratamos de plantear aquí cómo poder pensar la sexualidad con una mínima base conceptual y, por lo tanto, con una cierta precisión.
Ello puede ayudarnos a comprender más y mejor la riqueza de su contenido con relación a otros conceptos asociados y así ser capaces de matizar y pensar lo que sentimos tanto en nuestras vivencias como en nuestras relaciones con los demás.
Si el fenómeno de la sexuación y su configuración biográfica constituye la base de la diferenciación y diversificación de los sujetos por razón de sexo, nos aproximamos a un nuevo concepto que se deriva de él. Es el de la sexualidad.
Si se ha entendido el proceso de sexuación, es fácil entender que el efecto resultante es la configuración de una cualidad o dimensión propia y distinta en cada sujeto. Es lo que entendemos por sexualidad.
1. Idea de la sexualidad
Los principales diccionarios de las distintas lenguas definen la sexualidad como una cualidad. Así el Oxford English Dictionary: “La cualidad de ser sexuado o de tener sexo”. En la misma dirección se sitúa el Webster’s Encyclopedic Unabridged dictionary; y, pegado a éste, el Robert y el Larousse.
Aunque el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española es más parco, todos coinciden en resaltar la capacidad o cualidad de vivir uno u otro sexo o de pertenecer a él.
Cuando decimos de alguien que es cordial estamos diciendo que ese sujeto participa del rasgo de la cordialidad, que tiene ese don. Cuando decimos de alguien que es sexual estamos predicando de él la sexualidad.
Esta idea de cualidad, rasgo, valor o dimensión es la que más se adecua a la definición de sexualidad. De ahí que podamos enunciar que la sexualidad es la dimensión que cada cual da al hecho de ser sexuado. (La cualidad propia de cada cual por razón de sexo). Todo sujeto en la condición humana es sexuado, pero cada cual elabora su propia sexualidad.
Si traducimos estas observaciones a la vida cotidiana de los sujetos observamos que, siguiendo el ritmo biográfico de su crecimiento, se sexuan sus sensaciones, sus percepciones, sus emociones y sentimientos. En definitiva, se sexuan todas sus vivencias: sus actos y actitudes, sus mores o costumbres, sus conductas y valores.
La sexualidad de un sujeto es central y propia de su historia personal. O, por decirlo haciendo referencia al mapa general, uno de los modos: el masculino o femenino a través de los cuales se sitúa en la existencia.
Algunos filósofos y pensadores, como Sartre o Simone de Beauvoir, han descrito especialmente esta dimensión humana de forma muy importante.
Tratando de resumir esta serie de fenómenos, Merleau-Ponty escribió: “La sexualidad impregna nuestra existencia, la sexualidad es todo nuestro ser”. O también “Hay dos maneras de situarse en la existencia —en la relación con el mundo y con los otros—: una es la masculina y otra, la femenina”.
Por su parte, el filósofo orteguiano J. Marías la ha descrito como “la dimensión más fundamental de la vida empírica: la de ser hombre o mujer”. Puede leerse de este último su obra La educación sentimental, (Edit. Alianza, 1998).
1. Sexualidad y sensualidad
Debido al peso de los genitalia sobre el sexo se ha confundido esta cualidad que es la sexualidad con una serie de conductas a las que se les ha llamado sexuales de una forma impropia. Es el caso de la confusión de sexualidad con instinto de reproducción o con lujuria.
El término sexualidad, como el de se sexo o sexual, han sufrido deformaciones y equívocos que pueden ser comprensibles, pero no por eso justificables cuando son analizados desde la lógica del hecho de los sexos. Así se han confundido y solapado dos conceptos parecidos pero distintos: sexualidad y sensualidad.
2. Sexualidad y cópula
Otros equívocos son aún de más envergadura y densidad. Tal es el caso de la equiparación de la sexualidad con la función generativa o genésica, o sea, genital.
Este equívoco que es también explicable en términos históricos y semánticos, ha sido ocasionado por la asociación de una parte con el todo y su consiguiente reducción del todo de la cualidad a la parte de una de las funciones de algunos órganos.
De esa forma, se habla todavía hoy de sexo como sinónimo de sexualidad y de ésta, a su vez, como sinónimo de actividades exclusivamente relacionadas con los órganos de la generación. Así se suele decir relación sexual cuando se trata de genital, o sea, la cópula.
3. Sexualidad y libido
Uno de los factores que más han influido para confundir la sexualidad con la sensualidad y el placer de la conducta copulatoria ha sido la expansión de la noción freudiana de libido como postulado interpretativo general de “lo sexual”.
El otro factor, similar al anterior, ha sido la progresiva implantación del término sexual por el de libidinal hasta el punto de ser no sólo confundidos sino equiparados.
La sexualidad, pues, ocupada por ese contenido, se ha poblado de sus complejos, en especial el de culpabilidad y morbosidad. Como la alargada sombra del ciprés, la sombra de la libido ha cubierto de mitología un concepto que, si bien está en relación con él, necesita ser aclarado y explicado por sí mismo.
Es importante aclarar estos equívocos si se quiere tener una idea elemental de lo que es esta cualidad. La poca atención prestada a los contenidos y conceptos, así como la abundancia de un lenguaje descuidado han alimentado esta serie de equívocos y sus correspondientes confusiones.
Estas aclaraciones podrían resultar de muy poco interés cuando se trata de algunos aspectos generales, pero resultan imprescindibles cuando se trata de problemas que se crean y que para su solución requieren, en ocasiones, el desenredo de muchas “pequeñas confusiones”.
Muchos grandes problemas no son sino el resultado de estos pequeños equívocos que, sumados, terminan por dar un resultado nada banal en la idea de sexualidad.
Si afirmamos que la sexualidad es una cualidad, estamos planteando que ésta requiere ser conocida y cuidada si no se quiere que se deteriore y se diluya. En definitiva, que desaparezca como tal concepto y cualidad.
Podemos constatar cómo tanto el uso de su término como su correspondiente concepto ha servido para albergar contenidos con los que no ha tenido o no tiene nada que ver.
Es el caso de quienes entienden por sexualidad una especie de instinto o necesidad, llamada en ocasiones urgente e irresistible que necesita “descargar” y satisfacerse como sea.
En otras ocasiones es nombrado como “lo meramente animal”, “lo físico”, “la animalidad”, “lo meramente biológico u orgánico”, “el mero sexo”, “el sexo, solo sexo”, “la mera sexualidad”.
Esta facilidad con la que el concepto de sexualidad ha sido vaciado de su contenido e identificada moralmente con lo bajo ha sido, a su vez, aprovechado para introducir otros valores morales relativos a lo alto. Tal es el caso de lo espiritual, lo mental o psicológico.
Las modas de hablar de “lo psico-sexual” o de “los aspectos psicológicos de la sexualidad”, así como de “lo afectivo-sexual” han tratado de aprovechar esa escisión o dualismo creador de problemas que luego es preciso resolver.
Otros indicadores de esta escasez de atención proceden de la asociación de este concepto con con expresiones tales como lujuria o depravación, vicio u otras más directas como “apetitos desordenados”, “concupiscencia de la carne”, “deseos libidinosos o intenciones lascivas”.
Con todos los respetos hacia las morales que han generado estas expresiones, es importante indicar que el contenido de la sexualidad, diseñada en la Época Moderna, tiene muy poco que ver con tales términos o nociones.
Es importante una mínima dosis de coherencia lógica y científica si se quiere entender y cuidar esta cualidad humana que, por otra parte, interesa a todos y es patrimonio de todos puesto que concierne a todos los seres humanos como tal cualidad.
Afirmar que la sexualidad es un descubrimiento de la Época Moderna quiere decir exactamente que es un producto que data de los siglos XVIII y XIX y no de antes. Los términos y conceptos anteriores han dado cuenta de distintas funciones, pero no de estas dimensiones netamente nuevas.
Resulta por ello muy sorprendente la facilidad con la que, en ocasiones, se habla o escribe de sexualidad para referirse a épocas anteriores, lo cual, aparte de ser un error de perspectiva histórica contribuye a la mezcla de conceptualizaciones difusas sobre la misma sexualidad y sus aportaciones.
Sin pretender ser exhaustivos sería también importante no olvidar otros indicadores como es el caso de la anárquica inclusión, por no decir inundación, de la zoología y la etología en una propiedad que es exclusiva de la condición humana.
Ni el apareamiento, ni la monta ni otra serie de conductas reproductoras de las diversas especies de la naturaleza definen la sexualidad humana. Este ir y venir de términos y contenidos del mundo animal al humano ha servido para vivir de uno sin desarrollar el otro. Lo cual puede ser muy útil para el conocimiento de una serie de especies pero insuficiente, y desde luego inapropiado, para el de la sexualidad humana.
La rapidez con la que, a veces, desde esquemas morales relativos al bien o al mal, lo sublime y lo grosero, la altura y la bajeza, etc. —en definitiva, la virtud y el vicio— se nombra un grupo de estos contenidos como amor y otro como sexo o sexualidad, no conduce sino a situar la sexualidad en un sitio que no es el suyo.
Conviene, pues, insistir. Si se quiere comprender y tener una idea de la sexualidad es importante una mínima atención a estos indicadores que apuntan en una dirección bien distinta a la estima y aprecio que requiere esta cualidad humana.
Es cierto que la sexualidad se ha puesto de moda. Pero también es cierto que su estudio y consideración invita a profundizar en unas dimensiones nuevas. Estas dimensiones, más allá de la morbosidad o del vicio, conciernen a cuestiones de la construcción misma de los sujetos como sujetos que son —y no pueden no ser— de uno u otro sexo.
La sexualidad es término y concepto nuevo. La dejadez ha hecho que muchas ideas antiguas hayan ocupado una serie de inquietudes y aportaciones nuevas a las que responde la sexualidad.
De esta forma no sólo nos privamos de sus aportaciones sino que la misma sexualidad es reducida a planteamientos viejos. Conocer, pues, su significado nos introduce de lleno en las dimensiones que ésta puede aportar.
IV. El contenido de la sexualidad
En un sentido histórico el término sexualidad no aparece hasta 1830. Y su motivo fue dar cuenta, como tal neologismo, de un fenómeno nuevo y propio de la Época Moderna que es el descubrimiento del hecho de los sexos y la toma de conciencia de sus consecuencias en las relaciones entre ellos.
Es importante esta aclaración tanto relativa al término mismo como a su contenido porque la sexualidad ni ha sido conceptualizada antes de esa fecha ni se planteó la necesidad de hacerlo con ese neologismo dado que todo lo pensado antes fue expresado con otros términos.
2. De nuevo, el debate de los sexos
Como ya se ha comentado, lo sucedido como hecho histórico a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX fue lo que es conocido como el gran debate de la cuestión sexual. Es el planteamiento de las relaciones de los hombres y mujeres como no había sido nunca antes planteado: en términos de igualdad en todos los órdenes y a todos los niveles.
Fue éste el comienzo de un movimiento imparable desde entonces que puede ser denominado de muy diversas maneras. En ocasiones ha sido llamado feminismo, en otras reivindicación de la igualdad de ambos sexos.
El interés de estos aspectos no debe hacer olvidar, sin embargo, que el núcleo central es el concepto de sexualidad y su valor explicativo con relación a la idea que nos hacemos de hombres y mujeres.
3. De nuevo, la igualdad y la diferenciación
Es este gran debate el que funda e inaugura tanto el concepto moderno de sexo como su derivado, el de sexualidad. El de sexo por tratarse de uno y otro sexo, y de ambos por igual. Y el de la sexualidad porque de ese debate y de la búsqueda de una explicación coherente y razonable de entendimiento de los sexos —diferenciados y, no obstante, iguales— surge lo propio de cada uno y, siendo iguales, se mantienen no obstante diferenciados, es decir, distintos.
Este ha sido el paso explicativo de un planteamiento que era de machos y hembras naturales y que, por la vía de un planteamiento razonable, dejó su primer puesto a la consideración de verse como hombres y mujeres. A pesar de los obstáculos y dificultades, este planteamiento ha seguido hacia adelante.
El hecho de no haber tomado la sexualidad como corresponde a su término y concepto y, por el contrario, haber sido ocupada por contenidos que no son suyos, sino de otros conceptos, ha convertido a ésta en un lugar de malentendidos en donde se han dado cita los más variados y variopintos significados.
Esta es, pues, la tarea de construcción y dignificación de la sexualidad como tal cualidad propia de la condición humana y de sus sujetos sexuados por el hecho de ser tales y sobre la cual se elabora su valor de ser hombres y mujeres.
V. Algunas aclaraciones conceptuales
1. El concepto mismo de sexualidad
Si el concepto de sexuación ayuda a comprender cómo se sexuan los sujetos con sus modos, matices y peculiaridades y cómo éstos organizan los elementos sueltos en su propio proyecto biográfico, el concepto de sexualidad, por su parte, da cuenta de cómo los sujetos se viven a sí mismos y a los otros que, a su vez, son también sexuados.
La sexualidad es, pues, el resultado de esta elaboración. Y, por lo tanto, los sujetos se hacen su propia imagen o concepto, sus propias sensaciones, emociones y sentimientos, transidos por esta cualidad.
Precisar estos detalles, ayuda a comprender el concepto de sexualidad y aquello que ofrece su concepto, antes de ir a otros términos o conceptos, en ocasiones parecidos, pero que no son iguales.
2. El vocablo sexy
Una forma de expresar este concepto es la que se ha extendido con el término sexy en su doble versión de ser o estar atractivo por razón de sexo.
Aunque, con mucha frecuencia, ha sido frivolizada y su uso ha sido reservado para situaciones ocasionales, tales como el atuendo o la compostura del cuerpo, la pose, el look, etc., es sin duda una forma común de expresar esa dimensión sexuada de la que aquí estamos tratando.
Sexy quiere decir sexuadamente, es decir, de forma sexuada, si bien el sentido de este adverbio ha sido arrastrado por sexualmente y llevado en una dirección más genital.
Como se recordará, hay elementos o factores de sexuación y hay o se dan, sobre todo, conjuntos que ofrecen los perfiles globales de uno u otro sexo.
Tanto el masculino como el femenino —o su respectivos conceptos de masculinidad y feminidad— pueden ser vistos como dos grandes conjuntos compuestos por muchos elementos cuya cohesión es dada por el mismo sujeto que se siente masculino o femenino, sin, por ello excluir aspectos que se sitúan en el conjunto del otro.
De nuevo es importante recurrir al criterio propio y biográfico del hecho de los sexos y no a los dictámenes de las modas o las ideologías que, en un momento dado, tratan de imponer otros sentidos.
De ahí se desprende que uno de los más importantes temas de interés actual sea el de la propia identidad sexual de los sujetos. La identidad sexual no debe ser confundida con los roles o papeles cambiantes según unos u otros criterios movidos por las modas.
Estar a gusto con su propio sexo, con la propia identidad sexual, quiere decir vivir a gusto la propia sexualidad. Los roles o papeles no son sino añadidos y, por tanto, secundarios, y conviene no confundirlos con la identidad.
Tampoco conviene confundir las identidades con sus papeles o roles. La noción de función, de nuevo, puede ayudar a comprender estos como la de dimensión puede servir para comprender mejor aquéllas.
VI. Qué es una mujer, qué es un hombre
1. La pregunta por las identidades
En el marco de la cuestión de los sexos la pregunta Qué es una mujer se ha convertido en una cuestión crucial. Ha sido ella, la mujer, la que primero buscó, por necesidad de su existencia, responder a esa pregunta. La otra, Qué es un hombre, es consecuencia de aquélla. Ambas son hoy dos caras de una misma moneda. En definitiva, de esa cualidad que llamamos sexualidad.
Más allá, pues, de los roles o papeles fluctuantes —es decir, de las funciones de la naturaleza o de las modas de la sociedad— , la pregunta sobre qué es un hombre y una mujer es relativa a sus propias identidades.
Se trata de saber qué son y qué pueden ser. Qué están llamados a ser. O, si se prefiere, qué y cómo desean ser. Estas preguntas son ya muy distintas a las planteadas en el marco de la especie humana y de las Ciencias Naturales. Son las propias, decíamos, de la condición humana. Son, decíamos también, las planteadas por las Ciencias Humanas y Sociales.
La pregunta antigua, es decir, la que partía de las funciones genitales era qué es un macho y qué es una hembra. Incluso, aplicada a los humanos, se ha prolongado con el añadido de ser machos y hembras de la especie humana.
La pregunta formulada en la Época Moderna, tras el planteamiento del gran debate de la cuestión sexual , o sea, desde ambos sexos, no es ya qué es ser macho o hembra —ni siquiera qué es un macho humano o una hembra humana— sino qué es un hombre, qué es una mujer; qué define a uno y otro.
Del mismo modo que el modelo antiguo ofreció la respuesta antigua centrada en los genitales y la reproducción, el modelo moderno ha ofrecido la suya centrada en el hecho de los sexos y su lógica: la relación.
Para responder a estas preguntas nuevas con planteamientos antiguos algunas corrientes de pensamiento han usado el concepto de persona y han afirmado que todos, hombres y mujeres, somos personas con independencia del sexo y, por lo tanto, de la sexualidad.
De esa forma, resuelta la cuestión de la igualdad, queda fuera su mayor riqueza que es la otra cara de la moneda y, por lo tanto inseparable de ésta: la diferenciación por razón de sexo.
Lo que el concepto moderno de sexualidad ha innovado ha sido la inclusión de los genitales en la sexualidad general de los sujetos. El debate se ha centrado, pues, en la vivencia de la sexualidad y no ya en el uso de los genitales.
La sexualidad es concepto sobre el cual giran las identidades de uno y otro sexo. Vivir esta cualidad ofrece a los sujetos el sentimiento de la relación. Es una cualidad de reciprocidad.
Se es hombre o mujer por razón de sexo. Sentirse y vivirse como tal hombre o tal mujer pasa por valorar esta cualidad que es la sexualidad.
De ahí el interés de considerar con esmero a esta cualidad que consiste en la dimensión que cada cual da a su sexo. Todos somos sexuados, decíamos. Pero cada cual vive su sexualidad.
Profundizar en el contenido de la sexualidad ayuda a comprenderse como mujer y hombre. O, si se prefiere, como hombre y mujer.
Este gran cambio supone la necesidad de construir y dotarse de contenido nuevo como hombres y mujeres para poder entenderse y convivir en igualdad de condiciones y, no obstante, en sus cualidades diferenciadas.
Las imposiciones del modelo antiguo han sido rechazadas por una sensibilidad cada vez más exigente con sus planteamientos razonables. Los riesgos de invertir el antiguo modelo en el mismo a la inversa se plantean como irracionales. La búsqueda de un equilibrio no es fácil y sin embargo ése es el reto y el proyecto: ser más con el otro lo que cada cual puede ser o está llamado a ser.
Por eso este proyecto moderno no puede ser obra de cada sexo por su lado. Menos aún, de uno contra el otro. Es un proyecto, por definición, sexuado. Y por ello en relación.
6. El otro más otro de todos los otros
Al mismo tiempo que el más cercano y parecido en la condición humana el otro sexuado es el otro más otro de todos los otros seres existentes: cercano y parecido por su condición humana, distinto y lejano por su dimensión sexuada, por razón de sexo.
Algunos rasgos diferenciales, tales como la inteligencia, el carácter o las habilidades y capacidades no son sino objetos de comparación, en ocasiones odiosas, para afirmar quién es más o quién es menos.
Cuando se trata de afirmar el distintivo más propio se entra en esta dimensión de la alteridad sexuada que define a los sujetos en función de esa cualidad más propia que los sitúa en la relación más privilegiada: su sexualidad.
En 1884 unos cuantos jóvenes inquietos e innovadores —dissenters— crearon en Londres el Man and Women Club para buscar y debatir cuestiones relativas a las “nuevas mujeres” y los “nuevos hombres”, y sus “nuevas formas de entenderse”. Fue un seminario o laboratorio de ideas y vivencias.
Entre otros, allí estaban debatiendo alternativas nuevas, Elianor Marx, la hija del padre del marxismo, autora de The Woman Questión y su novio Eduard Alison. El joven estudiante Havelock Ellis y la que por esos años fue su gran amiga y casi novia Oliva Schreider, autora de An African Farm y que años más tarde iba a publicar Women and Work, una de las obras señeras de la “nueva condición de las mujeres” en los primeros años del siglo XX.
El coordinador era Karl Pearson, un joven profesor del University College de Londres, autor de Socialisme and Sex; también más conocido luego por sus contribuciones a la anticoncepción.
De los debates y búsquedas mantenidas durante estos años se alimentó la idea central de los nuevos hombres y mujeres que iba a desarrollar Ellis en sus Sex Studies. El volumen introductorio, aparecido en 1894, llevó por título Man and Women, es decir, la misma cabecera del Club.
E.A.