A PROPÓSITO DE LA VIAGRA ROSA

Cuando la química de los sexos supera a la química de los laboratorios

Xamu Díez Arrese

 

 

Cuando una persona consulta porque no tiene “ganas” de “hacerlo” o ya no las tiene, el mundo médico, psicológico y, en general, los profesionales que trabajan desde una perspectiva sanitaria y de la salud, básicamente acuden a sus manuales y en ellos, entre la numerosa y variada recolección de Trastornos Sexuales, encuentran, en la sección de Trastornos del Deseo, uno denominado “Deseo Sexual Hipoactivo o Inhibido”

Se presenta como una unidad diagnóstica. Y como tal, se describen los síntomas, se elabora el diagnóstico propiamente dicho y se proporcionan tratamientos adecuados. Especificando si esta inhibición o hipoactividad del deseo sexual ha ocurrido siempre o es nueva, si es general o situacional, o si es por causas psicológicas o combinadas. Siendo así en los circuitos sanitarios y de la Salud, no es de extrañar que hablando tanto de la salud sexual también existan profesionales de la Sexología que utilicen esta herramienta de trabajo.

Como lo prioritario e importante es el individuo y cuánto desea, se relega a un segundo plano si quien padece este trastorno, desorden y/o disfunción (por utilizar la terminología de esos manuales) es hombre o mujer, la orientación de su deseo, su edad, sus expectativas, si se trata de una relación heterosexual u homosexual, si dicha relación es corta o larga en el tiempo, o incluso si se está o no en una relación.

Se parte de una idea, una decisión, que toma alguien, de cuánto y qué hay que desear. Desde ahí se desprenden posteriormente y como consecuencias lógicas, los trastornos: deseos hiperactivos, deseos hipoactivos, deseos desviados y deseos invertidos. Bajo la fórmula políticamente correcta de nuestros días, se denomina como parafílicos a los desviados y homosexuales a los invertidos. Aunque afortunadamente la homosexualidad y la heterosexualidad no pueden ser ya consideradas científica, política ni socialmente como deseos invertidos u ordenados, queda mucho por hacer todavía con el resto de deseos alejados de “la norma”.

Aquí, de todos ellos, nos centraremos en el deseo hipoactivo, también llamado inhibido y que “casualmente” se da más en mujeres que en hombres. O, dicho de una forma más ajustada, definida y rigurosa, se da más en la erótica femenina que en la erótica masculina.

Nos encontramos, por tanto, ante la tópica (aunque típica) consulta de una mujer heterosexual, con pareja, de mediana edad que dice que no tiene ganas de tener relaciones y que esto está afectando a su relación. ¿Qué podemos o puede hacer para solucionar su problema?

En esta línea, tras el éxito comercial y económico de algunas fórmulas químicas en la llamada disfunción eréctil en el hombre, la industria farmacéutica en su afán por contribuir al “bienestar” de los individuos, no para de buscar “soluciones” en forma de tratamiento químico también para estas mujeres y mejorar así su “vida sexual”. Como si de una fórmula matemática se tratara, se pensó que si en hombres funcionaba, lo haría también en mujeres. Así nace la idea del Viagra rosa.

Lógicamente, no está funcionando puesto que estas fórmulas químicas (sildenafil, tadalafil, vardenafil) no actúan directamente sobre el deseo, ni la erótica, ni tan siquiera sobre la excitación. Simplemente, actúan en uno de los signos o señales de la excitación en hombres: la erección. No tanto generándola, sino principalmente impidiendo que desaparezca. Cosa distinta es que, en coherencia con la lógica masculina del deseo, un hombre pueda alimentar su deseo a través de esa erección mantenida.

Sin embargo, desde la erótica femenina donde se encuentran muchas mujeres y no pocos hombres, el tema no funciona así. No es tan sencillo como lograr obtener una erección o una lubricación y que desde ahí se alimente su deseo. Fundamentalmente porque si bien la erótica masculina es, entre otras características, más excitativa, más genital, más penetrativa y más orgásmica, la erótica femenina es más relacional, más corpórea, más “fusiva” y más íntima.

Y si observamos a qué se refiere ese deseo que puede ser disfuncional, inhibido o hipoactivo, comprobamos constante y repetidamente que se trata de un deseo en torno a la excitación como estado, en torno a los genitales como área, en torno a la penetración como práctica y en torno al orgasmo como meta. En resumen, se refiere a un deseo masculino.

Por lo que ya no es tan casual que quienes se mueven desde una erótica femenina (mayoritariamente mujeres pero, repito, también muchos hombres) resulten inhibidos, puesto que no obedece a las reglas y claves de su propia erótica.

En ese sentido, para la erótica masculina puede resultar tan disfuncional o inhibido una mujer a la que no “le sale” o le “da pereza” penetrar, jugar con genitales y orgasmar (y que prefiere caricias, abrazos, besos, estar juntos, disfrutar de la compañía…) como para la erótica femenina un hombre al que no “le sale” o le “da pereza” erotizar su cuerpo, abrazar, acariciar, disfrutar de la compañía… (y que prefiere penetrar y orgasmar).

Es necesario matizar que esto no significa que en la erótica femenina no exista o no tenga cabida la “lubricidad”, pero sí que su interés y curiosidad en torno a la excitación es más periférica que en la erótica masculina. Siendo importante, que a su alrededor y sobre todo en la relación e interacción con el otro, se sienta bien y sea satisfactoria, para acceder a este “ánimo lúbrico”. De hecho, no es extraña la situación en que una vez llegado a ese punto, el interés y la curiosidad femenina por la erótica sea significativamente más alta que la masculina.

Dicho de otra manera, si desde la lógica masculina simplemente se buscan actores o actrices para realizar las escenas que ya se desean, desde la lógica femenina cuando encuentran al actor o actriz apropiado y el escenario está “en su sitio”, acceden de lleno a las escenas. De tal manera que cumpliéndose esas condiciones centrales y necesarias para la Erótica femenina, las escenas y la obra en general que se puede llegar a desarrollar, amplía y diversifica en contenidos, significados y vivencias tanto la Erótica masculina como la femenina.

Teniendo esto presente, cuando acude una pareja a una consulta de sexología con el foco centrado en “la escena” que no va, el trabajo suele consistir el levantar el foco, iluminar el escenario y a los actores o actrices y tratar conjuntamente de poner todo en “un buen sitio”. Después, por lo general, la escena y la obra van rodadas.

Por último, resulta curioso, incluso cómico o gracioso, que en pleno siglo XXI siga formando parte de la agenda masculina convertir el deseo femenino en una respuesta masculina por medio de afrodisíacos milagrosos: alimentos exóticos, perfumes enloquecedores, raíces chinas o africanas de propiedades mágicas, o ahora con pastillitas rosas…

Y seguiría teniendo su gracia, si no se mezclara con la salud y por no cumplir con la expectativa masculina se patologizase el deseo femenino como un trastorno, disfunción o desorden. Sin duda, eso ya no tiene gracia.

Tanto si se quiere ver como si no, estamos en pleno diálogo entre las lógicas de los sexos y, por tanto, de sus eróticas.

Se puede intentar anular este diálogo y, como se está haciendo, masculinizar eróticas femeninas a base de, por ejemplo, implantes de testosterona, o se puede jugar con la química de los sexos: conociendo, aceptando y promoviendo la riqueza de sus diferencias y dejándonos de tanta química de laboratorio.

 

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