DEL AMOR AL ARS AMANDI

ÍNDICE
Del Amor Pasión a la amatoria galante “Lo afectivo y lo carnal” en el modelo antiguo “Lo afectivo-sexual” en nuestros dias La “Copulatory behaviour”: o, de nuevo, la cópula como referente Cómo entendernos El concepto de amatoria o ars amandi Amores versus amorExisten tratados o estudios sobre el amor y existen también estudios y tratados sobre la amatoria. Conviene diferenciarlos. Los estudios sobre el amor suelen tratar de los sentimientos, o más exactamente del amor como un sentimiento elaborado desde el Amor (el Amor Pasión) en sus distintas versiones más elevadas o rebajadas, adaptadas; los tratados de la amatoria, por su parte, se ocupan más bien de las redes o sistemas del deseo y la atracción, entre las cuales están los sentimientos, pero no sólo, pues están también los ritos, hábitos o usos, mores o costumbres —fundamentalmente el cortejo, o sea, la seducción— de los intercambios o encuentros a los que conduce en última instancia el hecho de los sexos, su base y raíz. En definitiva, si los sujetos se aman o pueden amarse es porque son sexuados, sexuales y eróticos; y no al contrario. La sexuación, decíamos, es el concepto vertebral; y el resto es su consecuencia.

Los clásicos de la amatoria occidental —Ovidio, por ejemplo [1]— construyeron sus enseñanzas partiendo de valores o virtudes “inscritas en la naturaleza de los mortales” por oposición, o a imitación de “los héroes o dioses inmortales”. Era obviamente una forma de nombrar el imaginario colectivo personificado en ellos. Eran ellos su referencia y modelo para su mundo y sociedad. Con la implantación de la cultura cristiana se impuso un ideal anti-sexuado, o por decirlo de una forma más coherente con la historia, anti-erótico, anti-Eros; o, por usar términos y conceptos más morales, anti-carnal. Con ello quedaba atrás el fundamento de la amatoria anterior, la greco-latina.

Como es sabido, frente a la noción de Eros, la ascética cristiana impuso la noción de Agape, acomodada como Caritas [2]. A partir de ahí la cultura de Occidente se quedó huérfana de la episteme que explica la atracción, seducción y cortejo entre los sexos, condenado a ser considerado como vitando y vicioso, o sea, en la terminología de la cristiandad, pecado. La amatoria, pues, fue suprimida.

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Del Amor Pasión a la amatoria galante

La eclosión del Amor Pasión en la Edad Media, surgida en el Languedoc, constituyó una revolución contra la ascética cristiana. Su expansión, a pesar de ser un nuevo estilo, contribuyó a reponer el subsuelo del anterior ars amandi. El fenómeno del Amor Pasión ha sido estudiado como brote de raíces heréticas soterradas , o al margen de la imposición cristiana: cátaros y, en el fondo, lirismo cosmovital y religioso que venía de muy atrás [3]. El Amor Pasión no se planteaba la convivencia de los amantes. Incluso, nótese bien, era excluída en nombre de la sacralidad de la pasión y para que ésta permaneciera en el ardor, en su fervor. Una de sus reglas era la separación, la gran distancia, la lejanía que inflamaba… En este sentido, propiamente hablando, no se puede hablar de amatoria sino de misticismo y ascética, o si se prefiere, de religión. El Amor Pasión ha sido una religión: la religión del amor.

A pesar de ello, se produjeron formas y reglas nuevas . Recuérdense algunos códigos amatorios como el expuesto en De arte honesti amandi de Andreas Capellanus, escrito en el siglo XII, o los decálogos de las Cortes de Amor y lo que alrededor de estas obras se generó [4]. De estas Cortes proceden las reglas del cortejo, el cortejar, el hacer la corte… El caso español contribuyó con algunos productos que han pasado a ser simbólicos, como reflejan El collar de la paloma o el Libro de Buen Amor, a caballo entre varias tradiciones [5]. Existen algunos planteamientos según los cuales este momento medieval habría sido el primero e importante en el que la mujer —la Dama— se hizo, por vez primera en la historia occidental, no sólo presente sino incluso la regidora de la amatoria. Como ya quedó anotado, María Rosa Rodríguez Magda ha estudiado y tratado de resumir esta innovación del Medievo, si bien fugaz y pasajera. “¿Cómo es posible, se pregunta, que en un panorama tal se junten las circunstancias para producir este ruptura epistemológica que dará lugar a la noción de mujer como sujeto y objeto de deseo?” [6]. Los fenómenos de las Cortes de Amor —añade— serán “momentos fugaces”, aunque “importantes”. No se trataría de hacer de las Damas medievales de la aristocracia feudal “unas feministas post-Reich avant la lettre —continúa— sino de reconstruir…”, de hacer visible que, en las relaciones amorosas, la mujer cuente de otra forma que como objeto.

Dicho de otro modo: que la génesis de la mujer como sujeto —si entendemos bien— generará una situación de relación. Si bien, como la misma autora manifiesta, “ni el concepto, ni la autonomía, ni el ámbito de dominio van a perdurar tal cual se gestaron momentaneamente en este pliegue de la historia”. “Y la mujer verá ir creciendo, de nuevo, su identidad en unos discursos que ella no formulará, caminará a ciegas con la palabra prestada como extranjera, como una nómada cuyas raices han sido siempre un malentendido”(p. 127). Será, entendemos, este malentendido el que comenzará a ser despejado definitivamente y de raíz con el nuevo paradigma del Hecho de los sexos.

Con el vuelco de la Ilustración surgirá el conocido estilo de amatoria galante del que el siglo XVIII ha dejado tantas muestras [7]. La Historia de la vida privada y sus estudios sobre la evolución de las mentalidades a lo largo de los siglos ofrece algunos hilos vitales de estos conceptos y sus representaciones vividas por los sujetos en las distintas épocas [8]. De todo ello el acervo de Occidente ha mantenido unas constantes, siendo la principal la antinomia entre el espíritu y la carne [9]. En ella nos vamos a detener.

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“Lo afectivo y lo carnal” en el modelo antiguo

Algunas corrientes científicas y divulgativas de las últimas décadas del siglo XX han vuelto a poner en circulación “constructos” tales como “vinculación afectiva”, “apego”, o simplemente el término y concepto “afectivo” en el equívoco sentido de amoroso, sin duda por sus resonancias cercanas al amor. Se ha hablado incluso de la “revolución afectiva” como en la Edad Media se habló de Amor Pasión. Como sucede en tantas ocasiones, la idea no es nueva. Al contrario. Por ejemplo, lo que hizo San Agustín con los conceptos neoplatónicos en los siglos IV y V de nuestra era, lo hizo San Bernardo con el Amor Pasión en la Edad Media, quien, como buen romántico avant la lettre, se adhirió al movimiento recién iniciado, y cristianándolo, lo separó del deseo, o sea de la carne, léase lascivia, lujuria o fomes pecati, en su terminología, en su orden simbólico. De esta forma se categorizó al amor como espíritu, dejando el resto, una vez más, a la merced del cuerpo, condenado, como todo lo suyo — recuérdese: lo corporal y carnal— a ser un anti-valor.

De San Bernardo, por cierto, tienen algunas historias pasionales un cruel recuerdo: su lucha contra Abelardo, el célebre amante de Eloísa a quien el protector de ésta hizo castrar “por estar más atento a la carne que al espíritu”, y a quien San Bernardo obligó a abjurar de una serie de ideas inconvenientes. San Bernardo fue, en esos mismos años, el predicador oficial de la Segunda Cruzada y consejero personal del Papa. De ahí que no debe extrañar que el conflicto con uno de los grandes filósofos se convirtiera en uno de los grandes hechos de su siglo, el XII, por otra parte, el siglo del nacimiento del Amor Pasión [10]).

Todavía perduran, tantos siglos después, textos vivos de él y de su influencia. Por ejemplo, la Salve Regina de la liturgia cristiana popular, esa emotiva plegaria que como todos saben tuvo a San Bernardo como autor o inspirador, es un ejemplo de canto a esa elevación espiritual —afectiva— a la Gran Dama limpia y pura, sin mancha de carnal deleite, por excelencia, la Virgen María desde este valle de lágrimas y camino de purgación al que el cuerpo sirve como medio. La claridad de ideas de este esquema de pensamiento, de esta manera de pensar, puede sorprender frente a la complejidad de otros posteriores. Podía cumplirse o no con estos principios, pero de lo que no cabe duda es de que las referencias eran claras según el mapa axiológico trazado por los dos ejes disyuntivos del alma y el cuerpo, la virtud y el vicio, el amor y la carne. O, en la fórmulación actual, del amor y el sexo que equivale a lo mismo en una versión más del mismo modelo antiguo. No hace falta indicar cuántos grandes titulares sigue dictando esta versión o, dicho de otro modo, con cuántos se sigue alimentando.

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“Lo afectivo-sexual” en nuestros dias

Este gran hiatus o abismo creado —o reforzado— entre el amor, espiritual, y el deseo, carnal, ha sido dado como resuelto por algunos modernos, sustituyendo el término carnal por el de sexual; desliz muy importante, como ya quedó indicado. Decir carnal suena hoy a muy antiguo; decir sexual suena a moderno. Pero para muchos esa trasmutación en el vocabulario no ha representado más que un cambio cosmético —new look, dejando el antiguo fondo intacto.

Si bien la irrupción de la mujer como sujeto ha logrado alterar ese mapa, el gran esquema dualista heredado se ha trasladado al interior de ambos sujetos: a la misma condición humana. Y así con frecuencia, hasta los escolares hablan hoy de “lo afectivo-sexual”, entendiendo por tal lo mismo que entendía San Bernardo en pleno siglo XII cuando se expresaba en términos de “lo afectivo y lo carnal”. La fórmula actual procede de etólogos y sociobiólogos, que han tratado de sobrepasar, o más bien de dejar de lado, tanto a los dioses antiguos como al espíritu cristiano, para inaugurar una perspectiva científica con el espejismo de que ésta prescinda de las creencias y estructuras cognitivas de los mismos sujetos que lo viven [11]. A partir de ellos ha entrado en psicólogos y divulgadores.

Estos divulgadores actuales suelen usar indistintamente los términos de emociones, sentimientos y afectos, con ligeras y resbaladizas variantes según tiendan más hacia “lo biológico” o “lo social”, dejando tras sí una nebulosa “moral” que hoy ocupa ese apelativo tan socorrido de “psicológico” o “psico-sexual”. De lo que no cabe duda es de que “lo sexual” no suele figurar más que adosado a los conceptos anteriores tras un guión; y, en todo caso —esto es lo más resaltable— anquilosado en el antiguo locus genitalis. Es decir sin nueva elaboración, como si el paradigma moderno del Hecho de los sexos no hubiera tenido lugar.

La lectura de estos discursos lleva a la conclusión de que “lo sexual” —según esa expresión u otras similares— suele hacer referencia a observaciones sobre la antigua noción de instinto de apareamiento para la reproducción y otros “constructos” derivados como el cuidado de las crías, las formas de afecto, etc. Estas conductas modélicas proceden de la observación de patos, palomas, monos, etc., referentes más atractivos que las ratas, reservadas más bien al clásico trabajo de laboratorio cerrado. De ese modo la aplicación a los humanos se ha presentado más atractiva y el argumento de la observación y la verificación empírica, como propio del planteamiento científico, se ofrece más sugestivo —más ecológico— para extraer sus conclusiones didácticas y aplicables a los humanos. Por debajo de este nuevo decorado, pseudomoderno decíamos en capítulos anteriores, aparece un gran magma epistemológico que no suele ser tan científico ni moderno como se desearía.

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La “Copulatory behaviour”:
o, de nuevo, la cópula como referente

Se entiende así que un buen día alguien tomara la decisión de prescindir de ese problema —que no de resolverlo— y que otros lo siguieran. El resultado fue el acuerdo de entender por sexual la fórmula del “mating and copulatory behaviour”, introducida desde la corriente de estudios de experimentación animal en los años de apogeo de la objetivación conductual norteamericana.

Repasando la historia, todo lleva a pensar que el autor de esa decisión fue Franck A. Beach, el iniciador moderno de los estudios comparativos entre animales y humanos en este campo junto con Clellan S. Ford; ambos, profesores de la Universidad de Yale, colaborarán juntos en una serie de trabajos iniciados en torno a 1950 [12]. Sucede, sin embargo, que los datos procedentes de los estudios dedicados a los animales resultan excesivamente inadecuados para explicar comportamientos humanos del ars amandi porque éstos son mamíferos como aquéllos pero con capacidad simbólica y dotes de ficción que aquéllos no tienen. O, dicho en otros términos, con posibilidad de romper con lo natural —lo dado: el instinto— por los efectos de la corticalización cerebral superior o, si se prefiere decir de otra manera, por la acción de la libertad y la conciencia. Digámoslo más claro: por ser sujetos humanos.

Convendría precisar, no obstante, como ya fue anotado a propósito de Masters y Johnson, que la generalización de estos deslices no son achacables a éstos científicos en sí —ellos elaboran hipótesis como corresponde a su trabajo— sino más bien a divulgadores y adaptadores, a los grandes titulares, que necesitan apoyarse en datos infalibles cuando éstos no lo son, o no lo son tal y como han solido plantearse. Beach y Ford, por ejemplo, fueron especialmente conscientes de estos límites. Y de hecho ahí están en su letra pequeña, sus precisiones: en la obra que nos sirve de referencia dedican un capítulo entero a ellas. Reconocen expresamente que sus informaciones son “decepcionantemente incompletas” (p. 28). Sin embargo sus seguidores, deseando elevar las fuentes al máximo rigor y objetividad, generalizarán sus conclusiones, desde las que otros, a su vez, las generalizarán aún más. “Aunque la expresión o concepto de conducta sexual —siguen afirmando— signifique cosas muy distintas, en nuestro vocabulario, a los efectos de nuestro trabajo, será usada para indicar exclusivamente la estimulación y excitación de los órganos genitales (…) Y por ello tomamos la cópula como concepto central de esta obra” (p.16).

La cópula, esta cópula, si se recuerda, fue la unidad de significación del locus genitalis. Y la conducta copulatoria —a ella se refieren exactamente con la conducta sexual— será la unidad seguida por este movimiento hegemónico norteamericano. El origen, pues, del actualmente extendido concepto de conducta sexual es la sexual behaviour que quiere exactamente decir copulatory behaviour = conducta copulatoria. Y no ars amandi o amatoria.

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Cómo entendernos

“Convendría ser muy cautos —recordemos de nuevo a Kinsey— al aplicar los términos y los conceptos de un campo del conocimiento a otro” [13]. Es claro que los humanos somos, sobre todo, sujetos de deseo; deseo que, ya no es preciso insistir, es sexuado, y por lo tanto no asimilable a la línea del instinto natural sino a su historia, a su biografía. Estos conceptos pueden parecerse entre ellos pero en modo alguno son los mismos. Hay un salto epistemológico de unos a otros. Modernos unos, antiguos otros, su confusión trae consecuencias graves.

¿Por qué y cómo justificar que ese “mating and copulatory behaviour” haya sido convertido en sexual behaviour, es decir, en conducta sexual?; o, a la inversa, ¿Cómo el concepto sexual ha terminado por convertirse en eso?; ¿A través de qué verificaciones científicas se ha decidido que ese “mating and copulatory behaviour” se haya generalizado y convertido en lo que la gran divulgación denomina ya making sex,hacer el sexo” o “tener sexo” o simplemente sexo? Cuando se analiza el proceso de estas transformaciones léxicas y semánticas —pero, sobre todo, conceptuales— no aparecen otras razones que la vuelta a la cópula como criterio en su más directa traducción del antiguo locus genitalis, que lo dota de una condición de comodín multiuso, especie de passe-partout, y que puede dar la impresión de que hablamos de lo mismo cuando en realidad no es el caso.

¿En qué, pues, nos entendemos, y en qué no? ¿En que el campo de sentido de los sexos está en la cópula, en el apareamiento como en el modelo del locus genitalis, el de la reproducción? El hecho de cambiar los términos no hace cambiar el fondo —la episteme— que genera los conceptos, o si se prefiere, el esquema de pensamiento, el paradigma del que se parte. Los filólogos, semiólogos y otros estudiosos de las ciencias humanas, como ya quedó anotado, llaman a este fenómeno palimpsesto. De estas superposiciones de datos y sentidos que determinan el resto de los discursos están llenos muchos estudios científicos. Los filósofos de la ciencia están ya cansados de repetir la necesidad de no pasar por alto estos puntos de partida que falsean y distorsionan tanto el mismo conocimiento como las conclusiones extraídas de él.

Por eso muchos datos ofrecidos hoy como científicos a la hora de hablar de humanos son simplemente saltos en el vacío y aplicaciones inadecuadas sobre datos experimentados con animales que ayudan muy poco a comprender el fondo de la cuestión, y que son usados en virtud del “como si”. Algo así como las fábulas clásicas, aunque a la inversa. Aquellas antropomorfizaban a los animales para poner en ellos enseñanzas morales y de aplicación humana. Estos animalizan a los humanos sobre la base de analogías para explicar aspectos humanos a partir de aquéllos. Operan sobre el “como si”, o “lo estudiado en animales, aplicado a los humanos, ofrece tales o cuales conclusiones”. Ovidio aludía a los dioses, San Bernardo a la Virgen María, los científicos de hoy a los monos y los patos…

Vuelven de nuevo las palabras de John Money que, ante éstas y otras amalgamas parecidas, no dudó en hablar de la necesidad de aclarar estos bodrios científicos o términos científicos basura ( Scientific word garbage) tan habituales en este campo y que raramente son sometidos a un examen de rigor. Todo ello nos lleva a tener más en cuenta los datos de las ciencias humanas y a no embeberse demasiado con la parafernalia fáctica de los datos de las ciencias experimentales cuando se trata de la amatoria como fenómeno humano. Porque aunque parezcan menos científicos según las formas o formalidades, son más válidos y fiables en el campo del que se trata, que es el de los encuentros entre humanos. Y es éste el campo y objeto que aquí estudiamos.

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El concepto de amatoria o ars amandi

Si tenemos en cuenta estos preliminares históricos y conceptuales, la amatoria moderna, la de los humanos, tras el paradigma sexual, no puede plantearse como amor o espíritu frente a cuerpo o carne; ni como “mating and copulatory behaviour”, es decir, como una “conducta de apareamiento y cópula”, sino como una dimensión, una praxis, una expresión, una manifestación de la Erótica, o sea, del deseo.

La erótica —el deseo, que no ya el instinto— es un concepto exclusivamente humano, es decir de seres encefalizados, o sea con conciencia y con historia o, si se prefiere, con biografía propia. Por eso la amatoria es una ars —un ars amandi—, un cultivo, una cultura, una forma de vida humana y no un producto más de la naturaleza. Es una consecuencia de la condición sexuada de los humanos, que será preciso plantear desde ella y no a su margen. Es decir, desde el concepto de sujeto moderno.

Para explicarse esta amatoria es, pues, preciso reconceptualizarla a partir de la Erótica, una de cuyas más potentes manifestaciones toma la forma de ritos y gestos — conductas, si se prefiere— de seducción y cortejo, de búsqueda y encuentro del otro y también, como es obvio, de desvíos y desencuentros, en el marco de los sexos. Ello nos lleva a la puesta en escena de los deseos en el escenario de los sexos, en el que la amatoria es su repertorio de usos y habilidades, a través de las cuales estos sujetos sexuados se organizan y representan. Tiene, pues, más que ver con la historia humana que con el estudio de los animales o de la naturaleza.

Trabajos hoy ya usuales procedentes de la Historia de la vida privada o la Historia de mentalidades —añádase también, si se prefiere, la Historia de las mujeres— lo ofrecen bajo rúbricas tales como “formas y modos de seducción, cortejo y emparejamiento” —que no apareamiento o monta—. Ello crea el material de “las historias”, en plural, de los sujetos. El término historia es aquí tan importante como el de corticalización o conciencia; como el de libertad. O como el de biografía que nos acompaña —recuérdense las historias sexuadas de las que nos hemos ocupado en la primera parte—. Estas historias, que no esos instintos, son el objeto y contenido de la amatoria moderna. Desde la Antropología, Manuel Delgado ha trazado sobre ella algunos perfiles admirables [14]. Vicente Verdú, desde el periodismo, ha descrito situaciones diarias bordadas con minuciosidad y primor [15].

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Amores versus amor

Atentos a estas historias, conviene plantear otro dato aclarativo que es la diferencia entre el plural de los amores frente al singular invariante del amor, lo mismo que se planteó el plural de los sexos frente al singular del locus genitalis. Flandrin ha estudiado este fenómeno a través de la evolución de su concepto y uso. “La palabra amor —escribe— ha sido utilizada en singular y plural. De hecho su empleo en singular domina hoy ampliamente… En el siglo XVI, por el contrario, el singular aparecía con la misma frecuencia que el plural: de los trece mil títulos lioneses inventariados por Baudrier encontramos ciento nueve empleos en singular frente a sólo ochenta y nueve en plural. Lo cual plantea, a efectos de concepto, qué significan uno y otro, puesto que no son lo mismo” [16].

Se diría que la fijación y obsesión por el amor como absoluto inconjugable no hubiera tenido su revolución moderna, su paso por los sujetos, su entrada en ellos. Y sin embargo, cuando se profundiza, vemos que no ha sido así. Lentamente, calladamente, los amores se han ido abriendo paso sobre el amor, por debajo de la nomenclatura; las historias de los sujetos han hecho su camino sobre ese absoluto fantasmatizado.

Esto podría expresarse de otro modo. “Hablemos del amor —escribía Ortega—; pero comencemos por no hablar de “amores”. Los amores son historias, más o menos accidentadas, que acontecen entre hombres y mujeres. En ellas intervienen factores innumerables que complican y enmarañan su proceso hasta el punto que, en la mayor parte de los casos, hay en los “amores” de todo menos eso que en rigor merece llamarse amor” [17]. Con toda modestia es de estos amores de los que trata la amatoria y que, de acuerdo con Ortega y tantos otros, tiene tan poco que ver con el amor. Humilde objetivo éste. De esto, y sólo de esto, es decir, de la amatoria o ars amandi, tratamos aquí, sin menoscabo de que la puerta quede abierta para otros horizontes.

Este ha sido, pues, el paso, el salto: del amor como concepto antiguo a la construcción de un ars amandi nuevo en el marco del Hecho de los sexos. Frente a los grandes titulares que siguen manteniendo esa noción de amor, estirándola, acomodándola, recomponiendo sus vestigios, la letra pequeña de la Sexología nos dice que de lo que se trata ya es de una amatoria y un ars amandi nuevo.

E.A. y N.F.

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[1] Ovidio, Ars amandi: Amores, Arte de amar, Sobre la cosmética del rostro femenino y Remedios contra el amor. Edición de V. Cristóbal López, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 1989.

[2] A. Nygren, Eros et Agape: la notion chretienne de l’amour et ses transformations, Ed. Aubier, Paris,1962, 3 vols.

[3] Esta ha sido la célebre tesis de Denis de Rougemont expuesta en su conocido libro El amor y Occidente, vers. cast. Ed. Kairós, Barcelona, 1997 (7ª ed.). Primera edición: Paris, 1939; G. Dubuy, El amor en la Edad Media y otros ensayos, Alianza, Madrid, 1990. Ver tambien Jacques Sole, L’amour en Occident à l’époque moderne, Albin Michel, Paris, 1976 (vers.cast. Ed. Argos, Barcelona,1977)

[4] Nina Epton, Love and the French,The World Publishing Company, Cleveland-New York, 1959.

[5] E. Amezúa, La erótica española en sus comienzos, Fontanella-Enlace, Barcelona, 1974

[6] Op. cit., p. 92.

[7] Entre otras, una referencia cercana y bien conocida: Carmen Martín Gaite, Usos amorosos en la España del siglo XVIII, Anagrama, Barcelona, 1987.

[8] Philippe Ariès y Georges Duby (directores), Historia de la vida privada (vers.cast., Taurus, Madrid, 1989), 5 vols.

[9] J. T. Noonan, Contraception: A History of Its Treatment by the Catholic Theologians and Canonists, Harvard University Press, Cambridge, Mass., 1966.

[10] Dos documentos que hoy se siguen leyendo con fruición dan cuenta de estos conflictos de enormes consecuencias: Las cartas entre los célebres amantes, Eloísa y Abelardo, y las Lamentaciones de éste último. Véase P. Abelard, Lamentations. Histoire de mes malheurs. Correspondance avec Héloïse (édition et notes de Paul Zumthar, Babel, Paris, 1993.

[11] E.O.Wilson, Sociobiologie: The new Synthesis, Harvard University Press, 1975; On human nature, Harvard University Press, 1978.

[12] F. A. Beach & C.S. Ford , Patterns of Sexual Behaviour, Harper and Harper, N.Y., 1951 (vers.cast., Conducta sexual, Fontanella, Barcelona, 1969).

[13] A. Kinsey, l. cit., p. 627.

[14] M. Delgado y otros (J.A.Nieto, comp.), La sexualidad en la sociedad contemporánea. Lecturas antropológicas, Fundación Universidad Empresa, Madrid, 1991.

[15] En la sección de Sociedad de El País. Véase también sus Cuentos de Matrimonios, Anagrama, 2000.

[16] J.L.Flandrin, La moral sexual en Occidente, Granica, Barcelon, 1984, p. 51.

[17] J. Ortega y Gasset, Estudios sobre el amor, Espasa Calpe, Bue

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