La noción de sujeto sexuado en sexología: ajustes y excesos en identidad sexuada y transexualidad

Samuel Díez Arrese [2]. Mayo, 2020. Madrid.

En las dos últimas décadas se están produciendo algunos avances en el desarrollo del moderno paradigma de los sexos, en la dirección de hombres y mujeres que se explican y organizan desde sus identidades. De una manera similar a cuando en siglos anteriores se comenzaron a dar pasos en la dirección de organizarse desde sus deseos y proyectos de convivencia.

En esta ocasión, alrededor de las identidades, cada vez toma más fuerza una línea que se puede resumir desde nuestro marco como: el sujeto sexuado que soy no viene determinado por mi anatomía sino por la vida que voy haciendo en relación con el resto de sujetos sexuados; una vida que busco articular de la manera más armoniosa posible con la idea de sexo que tengo.

Con esta formulación podemos acercarnos a la enorme variedad de relatos de vida que los sujetos realizan alrededor de su sexualidad y, lo que es aún de mayor interés, también a los relatos de quienes en un momento dado reclaman algunos cambios en determinados elementos sexuantes, con el fin de alinearlos a la vivencia de su dimensión sexuada. Poder incluir estos relatos en un planteamiento de conjunto se convierte en un requisito pues se trata del primer paso para no hacer de ellos algo especial o problemático en sí mismo.

Sin embargo, es preciso señalar que tanto los relatos de vida de los usuarios como los discursos de muchos profesionales, no hablan sobre las identidades en los mismos términos en los que lo hemos resumido. Por lo general, no se está hablando de sexo sino de género; no se sitúa la identidad en la relación con el resto sino sólo de uno mismo; y no se formula en gerundio sino con certeza de estabilidad.

Sin duda, los ataques que durante décadas se han dirigido a desactivar el concepto moderno de sexo tienen hoy un impacto alto en lo que está sucediendo. Con ello no quiero referirme a los esfuerzos ya conocidos y nombrados como la criminalización del concepto de sexo (Amezúa, 1997; Money, 1985, 1999) con sus mecanismos que operan principalmente a través del adjetivo “sexual” y el adverbio “sexualmente” (Amezúa, 1999, 2006). Tampoco al anacronismo que supone hoy plantear la comprensión de lo humano desde la dualidad naturaleza/cultura, en la que sexo se reduce a lo orgánico o material[3]. Me interesa aquí más, por tratarse de una jornada de actualización en sexología, centrarme en los discursos existentes dentro de nuestro campo y que considero que también pueden estar contribuyendo, sin intención de ello, a desactivar el concepto moderno de sexo. El sexo de los sujetos sexuados[4].

Discursos que, alrededor de la cuestión de las identidades, por un lado todavía están muy próximos a lo que se podría llamar una sexología de género o de clubes y, por otro lado, en demasiadas ocasiones no parten del sujeto en sí sino de alguna de sus partes. Por ejemplo, el cerebro o alguna de sus microestructuras. En este sentido, es como si en los últimos 100 años no hubiera existido la sexología y no contásemos con los hallazgos de su primera generación (Amezúa, 1993, 2001, pp. 93-110) tales como intersexualidad, continuo de los sexos, sexuación biográfica, etc.

En consecuencia, se está operando con una noción de sexo pobre y rudimentaria, cuyos reflejos más destacados son las dificultades en la comprensión y empleo de conceptos como hombre, mujer, masculino y femenino.

A lo largo de estos años trabajando en el equipo especializado en infancia, familia y (tran)sexualidad del Instituto de sexología Incisex, hemos podido comprobar que ahondar en la noción de sujeto sexuado nos permite ofrecer un concepto de sexo de mayor calidad y operatividad. Desde él, las familias tienen mayores oportunidades de acompañar de una manera más próxima y ajustada la sexualidad de sus hijos e hijas cuando, sobre esta cuestión, comienzan a decir cosas no esperadas. En las siguientes páginas, se hará un breve repaso por estos términos y su interés en el enfoque que damos en la intervención con familias.

Hombre y mujer desde el sexo o desde el club

Tras el paso por el máster de sexología del Incisex, por lo general esta cuestión se comienza a tener clara. O, cuando menos, se empieza a vislumbrar. Se comienza a entender que no es lo mismo, ni tiene las mismas consecuencias, pensar el hombre y la mujer, lo masculino y lo femenino, en términos absolutos (definibles por sí mismos) y por ello independientes, o en términos relativos (necesitados del otro para dotarse de sentido completo) y por ello menesterosos.

El excesivo subrayado en que sexo es diferencia ha ensombrecido o silenciado de manera preocupante otro hecho: que sexo también es semejanza. Por el sexo somos distintos y también parecidos (Ellis, 1894). Y en esto también hemos incurrido en muchas exageraciones al decir que somos únicos o singulares cuando también se podría decir que sólo somos distintos. Uno más entre otros. En este sentido, la unicidad remarcada también nos hace perder la pista de nuestra enorme proximidad con otros. Son, además, exageraciones que en cierto modo dificultan la convivencia entre similares pues destaca la individualidad obviando la enorme base común. No se perfila el mismo escenario de convivencia cuando se dice que somos únicos, que cuando se dice que estamos hechos de lo mismo y cada cual con su particular combinación (Amezúa, 2003, p. 37).

El continuo de los sexos es precisamente la idea que nos pone sobre la pista de que, puestos a comparar, los parecidos entre los sujetos sexuados son mayores que sus diferencias al mostrarnos, incluso gráficamente, que no existe punto de ruptura entre los grandes modos mutuamente referenciales de estar en el mundo. El masculino, en referencia al femenino, y el femenino, en referencia al masculino. Y que, por tanto, un hombre no es más que un sujeto sexuado en referencia a la mujer y una mujer no es más que un sujeto sexuado en referencia al hombre. Que no existen diferencias específicas entre hombre y mujer, como si de dos especies distintas se tratara (Marías, 1970). Esta es la base del continuo desde el planteamiento de la intersexualidad de los sexos[5].

Un planteamiento muy distinto a otro, más extendido, ha consistido en la existencia de dos clubes, dos grupos o de dos géneros. Esta es la base del planteamiento dimórfico de las Ciencias Naturales (también nombrado “binario” desde las Ciencias Sociales) aplicado a los sujetos sexuados, el cual que se sustenta en el obsoleto paradigma del locus genitalis (Amezúa, 1999). En sus estructuras y el protagonismo de la función generativa. Por ello, las marcas de identificación que se emplean para la creación de ambos grupos giran en torno a los órganos genitales[6].

Dicho sea de paso, también asoma de vez en cuando el planteamiento, aún más antiguo, de prescindir de las referencias del sexo y establecer una única referencia humana. Este discurso, por lo general, toma la forma de que todos somos personas. Está, por tanto, muy próximo a la isomorfía clásica. A pesar de su gran relevancia en educación sexual, no lo abordaremos aquí pues por una parte está bastante alejado de la problemática alrededor de las identidades sexuadas en infancia y adolescencia, y por otra apenas tiene incidencia o calado en el discurso sexológico profesional.

El espejismo (para el sexo) del tercer, cuarto, quinto… club

Generación tras generación, las limitaciones del planteamiento dimórfico aplicado a los sexos, basado en su función generativa, crecen al ritmo que avanza el protagonismo que tienen los sujetos sexuados en la organización de sus vidas desde sus referentes internos. Sin embargo, esto no ha llevado a entrar, al menos no todavía, en una lógica distinta a los grupos (la existencia de marcas desde las que poder conformar dichos grupos) sino que la ha mantenido haciendo crecer el número de marcas que permiten crear nuevos grupos[7].

Para la conformación de un grupo básicamente sólo se requiere encontrar una marca (característica, propiedad, etc.) a poder ser identificable fácilmente, que actúe como distintivo y que sea común a todos sus miembros. Tal ha sido el caso de la forma de los órganos genitales externos y que funciona en un alto porcentaje de la población. No obstante, este criterio para conformar los grupos puede ser de mínimos (sólo una marca, como la forma del genital exterior) o de máximos (el mayor número de ellos, como el estilo de vida, la visión del mundo, preferencias estéticas, hábitos, conjunto de estructuras, etc.).

Una mayor presencia de los discursos sobre la individualidad[8], tal vez también un excesivo subrayado en que somos únicos y poco menos que especiales, ha podido llevar a mayores disconformidades personales en el seno de grupos donde las marcas comunes son reducidas. Se ha entrado así en una vorágine multi-mórfica en la que constantemente se proponen más y más grupos o clubes basados en nuevas marcas identificadoras. A estos grupos ya se les comienza a denominar con términos que incluyen “género[9]. Se trata, pues, de un sociologismo de los sujetos sexuados y su sexualidad.

Se puede decir que en buena medida nos encontramos hoy aquí. En la creación de nuevos clubes y, derivada de las tensiones que esto produce, en la resistencia que muchos sectores presentan a que estos se creen. La celebración y protesta alrededor de las noticias relacionadas con el reconocimiento institucional o administrativo de opciones como tercer género, género indefinido u otras denominaciones similares, dan buena prueba de esto.

Su planteamiento de base es sencillo y lógico, al menos desde esa lógica de club: si ser hombre o mujer (entendido como género o club) es ser, tener, hacer, sentir, preferir… tales o cuales cuestiones (lo que se use como marcas) no me identifico con ello y por tanto yo no lo soy. Lo que también funciona en el otro sentido: si tal marca o conjunto de ellas no están presentes en ti, no lo eres[10].

De manera que se crea un escenario en el que se puede ser neutro, ni uno, ni otro; ni hombre, ni mujer. Hombre genérico y mujer genérica, se entiende. Incluso que se puede ser algo nuevo al margen de estos dos. El uso es, pues, como el de los géneros literarios o cinematográficos. Incluso con la creación de nuevos géneros distintos a los clásicos como ciberpunk, distópica, etc. Desde esta lógica se plantea que, por ejemplo, hombre y mujer también son etiquetas de los individuos[11] como el género western, aventuras o ciencia ficción lo son para las películas.

La cuestión es que todas ellas se pueden describir por sí mismas a partir de unos contenidos (pre)determinados. Si es un western, aunque pueda tener otros componentes, se sabe que va a tener determinados elementos presentes. En esta lógica de absolutos, la inclusión o el reconocimiento de un género más, constituye un avance o una mejora para ajustarse mejor a aquello que se busca etiquetar.

¿Cuál es el espejismo para el sexo? Precisamente éste, parecer que ofrece más opciones,  cuando en realidad proporciona menos posibilidades de ser.

Pero para ello debe entenderse hombre y mujer en su clave relativa (Martínez, 1998) y su sexualidad (la vivencia cualitativa de su dimensión sexuada (Amezúa, 1979)) como una función continua teniendo como base la teoría de la intersexualidad (Marañón, 1990). Es así como damos con el continuo de los sexos.

Su lógica es similar a otras presentes en la vida cotidiana. Por ejemplo, el espectro sonoro, con sus polaridades referenciales de grave y agudo, teniendo como base la frecuencia de vibración del aire. La temperatura, con sus polaridades referenciales de frío y calor sobre la base de los grados centígrados, si tomamos esa escala. También otras como izquierda-derecha, arriba-abajo, cerca-lejos, grande-pequeño, etc. Referentes todos ellos relativos en tanto precisan del otro para tomar sentido completo. De manera que un sonido no es grave de por sí sino sólo respecto de otro que es agudo y viceversa. Siendo incluso que un mismo sonido resulta grave para una vibración y agudo para otra. Y lo mismo sucede con el par frío-calor o el resto de ejemplos.

En las funciones únicas y continuas no hay punto de corte alguno. Un sonido, al margen de su frecuencia de vibración, puede resultar grave respecto de otro en cualquier lugar del espectro. O una partícula, al margen de sus grados centígrados, resultar caliente respecto a otra en cualquier punto del espectro. Con la misma lógica, un sujeto sexuado, al margen de su proporción y combinación de rasgos sexuados, puede ser hombre (respecto de la mujer) en cualquier punto del continuo. Es decir, que las posibilidades de ser hombre o de ser mujer son ilimitadas a lo largo de todo el continuo.

Ahora bien si se destruye el continuo y se establecen dos grupos a partir de una marca (frío es cualquier punto por debajo de 0 grados y caliente cualquier punto por encima), una partícula a 10 grados no podrá ser nunca fría puesto que está en el club de lo caliente. Frío y caliente ya no son relativas ni mutuamente referenciales sino que se pueden definir por sí mismas: cualquier punto por debajo (o por encima) de los 0 grados centígrados.

Si por el motivo que fuera se viera inapropiado que algo a 10 grados se considere caliente por definición (marca del club) se puede considerar un avance incluir el grupo “templado” que vaya, por ejemplo, de 0 a 25 grados. Se crearía con ello un tercer club, un tercer grupo. Sociológicamente se podría ver como un avance, un aumento del número de grupos.

Sin embargo, en el continuo, una partícula a -5 grados podía resultar caliente (respecto de otra que esté, por ejemplo, a -100 grados). En el sistema de grupos, no. Deberá hacer cambios en sí mismo para pasar a otro grupo. En este caso, incrementar su temperatura 26 grados para tener acceso a la categoría “caliente”.

Por tanto, el sistema de grupos o clubes, sean dos, tres o cien, reduce las posibilidades de ser a pesar de que sociológicamente pueda considerarse que hay más opciones. He aquí el espejismo cuando se aplica la lógica de grupos, clubes o géneros, a la condición sexuada.

En definitiva, a pesar de usarse el mismo término (hombre/mujer) es evidente que no poseen el mismo significado en sociología o biología que en sexología. O, dicho de otro modo, que cada campo de conocimiento lo emplea con su propio significado[12]. Esto no es nuevo pues sucede también con sexo y, sobre todo, con sexualidad. Y pasará lo mismo con masculino y femenino.

Sujeto sexuado y rasgo sexuado, nuestro recorrido por las nociones de masculino y femenino.

El siguiente paso suele costar un poco más darlo. Se trata de la complicada distinción entre sujeto y rasgo, cuando se adjetivan como “sexuado” y, por tanto, se incorporan necesariamente las nociones de masculino y femenino. Las cuales, como todo en el sexo, también son relativas y mutuamente referenciales y requiere entrar mínimamente en dichas nociones.

A partir de 2009, junto con Almudena Herranz, comenzamos a impartir la asignatura de sexología evolutiva en el máster. Tuvimos que entrar, como es lógico, en varias nociones delicadas entre las que, sin duda, destacan las de masculino y femenino por las consecuencias directas que tenía para la comprensión de los sujetos sexuados.

Por motivos más operativos que epistemológicos, como primer paso, en las clases decidimos describir lo masculino como aquello más presente en hombres, pero existente en ambos, y lo femenino como aquello más presente en mujeres, pero existente en ambos[13]. Nos apoyábamos en la duda razonable que se desprende de la clasificación de los caracteres sexuales como primarios, secundarios y terciarios, cuando se utiliza un criterio de exclusividad-compartibilidad.

Así, decíamos, se pueden organizar los rasgos sexuados de menos a más compartibles desde el 0%, o exclusivos, al 100%, o indiferentes, como extremos teóricos[14]. Lo cual resultaba poco sostenible en términos teóricos y, sin embargo, bastante eficaz en términos didácticos. De hecho, observamos que aún lo sigue siendo.

Éramos conocedores de que este apaño iba a acarrear complicaciones teóricas o explicativas posteriores, principalmente, las relacionadas con conjugar los rasgos sexuados o caracteres sexuales y la perspectiva biográfica del sujeto sexuado, su sexuación biográfica. Sin embargo, con este apaño lográbamos sortear el gran obstáculo que algunas ideas, sustentadas en el sistema sexo-género, suponían para entrar en el concepto moderno de sexo por parte del alumnado que estaba situado conceptualmente en ellas al ser más conocidas y divulgadas[15]. Lo cual creaba, a su vez, una marcada visión dual (naturaleza/cultura; innato/aprendido) del ser humano (Amezúa, 1991, pp. 98-99). Se venía al máster, en definitiva, con una lógica dual y de club. Bien en ella, bien en su crítica.

Desde esa lógica no era posible plantear las nociones de masculino o femenino en relación a los sujetos sexuados, sin el constante recurso a la imposición, atribución y en definitiva construcción social del mismo. La objeción clásica era: tal cuestión es masculina (o femenina) porque la sociedad lo ha decidido así. Por momentos, parecía que el antiguo Dios había sido suplantado por Demos.

Para paliar en lo posible este apaño hemos ido incluyendo este punto de sujetos y rasgos sexuados con el fin de impedir la excesiva perspectiva dual capaz de disociar el cuerpo de la mente, la naturaleza de la cultura o el yo de la circunstancia. Además, hemos ido subrayando las dos principales trampas que actúan en torno al par masculino-femenino y su conexión con los sujetos sexuados.

Ambas trampas, por estar situadas en la lógica de club, parten de unos contenidos prefijados y absolutos sobre lo que es masculino y femenino. Estas son las que hemos destacado generalmente:

  • Tomar lo masculino como lo exclusivo o genuino de hombres y lo femenino como exclusivo o genuino de mujeres[16].

Se trata de una trampa fuertemente asentada en el planteamiento dimórfico aplicado a los sexos basado en las funciones para la generación[17]. Por lo general incluye también funciones sociales derivadas de éstas para la convivencia de los dos clubes o géneros. Por lo demás, ambos grupos de funciones, las relacionadas con la generación y las sociales derivadas, son tomados como naturales[18]. También está presente esta trampa cuando se elabora un discurso alrededor de la esencia femenina[19] (en la mujer, por supuesto) y la esencia masculina (en el hombre).

Desde esta creencia, todo lo que hacen, tienen, sienten, etc. mayoritariamente los hombres es tomado por masculino. Lo mismo en la mujer sobre lo femenino. En el núcleo de su trampa, se dice que trabajar en la mina es un trabajo masculino porque son principalmente hombres quienes lo realizan. Lo mismo que los trabajos domésticos son femeninos por ser principalmente mujeres quienes los realizan. Otras formas más extremas de esta trampa las vemos actualmente en propuestas que afirman que un pene es femenino cuando lo porta una mujer y masculino cuando lo porta un hombre[20].

  • Tomar lo masculino como hacedor o generador de hombres y lo femenino como hacedor o generador de mujeres[21].

Esta creencia tiene dos vertientes. Por un lado, se considera que si se incentiva a un niño hacer cosas que se consideran masculinas (las de la primera trampa), se hará un hombre. Y lo mismo sucede con las niñas y lo femenino. Por otro lado, su inversa, se considera que si un niño hace cosas que son consideradas femeninas cabe la posibilidad de que se vuelva mujer, homosexual o cualquier cuestión relacionada con “menos hombre”. En todo caso, un no-hombre en los términos de club en los que se suele entender hombre/mujer desde estos planteamientos.

En esta trampa se ha caído principalmente cuando se busca reforzar la lógica de clubes (en su primera vertiente; por ejemplo dando juguetes de camiones a niños y evitando que juegue con muñecas[22]) y también cuando se ha buscado desmontar dicha lógica (en su segunda vertiente; por ejemplo, promover que los niños jueguen con muñecas y las niñas con camiones[23]).

Así pues, con el tiempo hemos visto que esta fórmula para presentar lo masculino y lo femenino tiene buena acogida en el alumnado[24] y se ha divulgado bastante[25]. Las trampas se identifican muy bien y es útil para acercar la idea general de la teoría de la intersexualidad a la población general. Sin embargo, se ha de recordar que esto es un apaño y no se debe dar por cerrada la cuestión. No seguir dando pasos significaría quedarse a medio camino en un terreno muy inconsistente. Sobre todo cuando aparecen sorpresas en torno a la identidad sexuada de los sujetos.

De hecho, reconocemos que su efecto ha sido cuestionable, o cuando menos ambivalente, respecto a la transexualidad y las identidades sexuadas pues el uso que observamos que se ha hecho de este apaño ha tenido algunas luces pero tal vez demasiadas sombras. Sobre todo cuando no se ha avanzado más en ello.

Por la parte de las luces, ya se ha comentado, ha servido muy bien para acercar la propia teoría de la intersexualidad. A la idea de que no existe un hombre con el 100% de los rasgos masculinos o una mujer con todos sus rasgos femeninos. Que los sujetos, por ser sexuados (esto es, por ser distintos y semejantes), poseen su particular combinación de rasgos femeninos y masculinos. Y también que cabe la existencia, sin el rápido recurso a la patología psiquiátrica, de hombres cuyos caracteres sexuales primarios y secundarios presentes resulten predominantemente femeninos, y mujeres cuyos rasgos sexuados primarios y secundarios presentes resulten predominantemente masculinos. Es decir, que gracias a la intersexualidad podemos apreciar, o cuando menos atisbar, el gran alcance explicativo de la enorme y valiosa variedad de sujetos sexuados existentes, precisamente por sexuar(se). De igual manera, más allá de atascos de nomenclatura, podemos comprobar lo bien que encajan y se ajustan las descripciones que de ella se derivan, a las experiencias de vida que conocemos. Tengan éstas más o menos enredo en su sexualidad.

Y es que la teoría de la intersexualidad (Llorca, 1996) describe muy bien, como ya se hacía a finales del siglo XIX, la coexistencia de “los dos sexos” en cada sujeto sexuado. En todos sus niveles. Desde la anatomía al psíquismo pasando por la funcionalidad, por utilizar aquellos mismos términos. Siempre de uno más que de otro y nunca todo de uno y nada de otro. Por eso se dice predominantemente más de uno que de otro (Ellis, 1934, p. iv). Y, algo tal vez todavía más relevante, la imposibilidad de no ser sexuado por partir ambos modos sexuados de una estructura común humana. Es la síntesis del “efecto Y”, expuesto por Amezúa (2012, pp. 95-106).

Por la parte de las sombras, cuando no se avanza, participa en buena medida de la idea de que la identidad sexuada es simplemente otro rasgo más. A lo sumo un conjunto de ellos. Una vez presentado como tal, se busca su base material en el cerebro, esperando que su expresión obedezca a la correspondiente manifestación o reflejo en la conciencia del individuo[26].

Con lo cual nos quedamos en plena inconsistencia pues el sujeto sexuado vuelve a ser desplazado en el protagonismo de su vida, en favor de quedar supeditado a la configuración de dicho rasgo en su cerebro. Un rasgo (¿tal vez una marca?) que, según avanza el conocimiento y la tecnología, ha ido empequeñeciendo en tamaño: genital externo, gónada, cromosoma, gen, núcleo neuronal, mecanismo molecular, etc.

Es en este sentido donde con frecuencia vemos que se extiende su mayor sombra pues se tiende a exagerar su alcance: cuando se intenta explicar el fenómeno de la transexualidad desde la intersexualidad. Y es que se ha de tener presente que no es lo mismo describir un fenómeno que explicarlo. La descripción en titulares es sencilla: lo hemos hecho unas pocas líneas más arriba. La explicación, es decir, por qué esto se produce, por desgracia, no tanto.

La teoría de la intersexualidad (con su juego de rasgos sexuados) no puede explicar, por sí sola y al menos hoy día, por qué en un momento determinado alguien dice sobre sí mismo que es hombre o que es mujer. Tampoco por qué algunos sujetos afirman que el modo sexuado con el que mejor se explican a sí mismos no coincide con la manera en la que la mayor parte de sus caracteres sexuales primarios y secundarios están presentes en el resto de sujetos que también se explican desde ese modo sexuado (que es cuando el término “transexualidad” ha solido aparecer en escena). Menos aún explica por qué ese número de sujetos representa un porcentaje tan bajo respecto del total de individuos. Y, desde luego, nada de por qué unos sujetos logran expresarlo en la infancia, otros en la pubertad, otros en la juventud y otros en la etapa adulta. Cuestiones todas ellas que a día de hoy no puede explicar ningún campo del conocimiento[27]. La sexología, por supuesto, tampoco. Si alguien, desde cualquier campo, dice que puede explicarlo hoy, sencillamente miente o es ignorante y sólo predica.

De momento, los profesionales de cada campo de conocimiento no tenemos más remedio que contar con la evidente existencia de lo que se ha nombrado como transexualidad. Podemos organizar, claro está, marcos que den cabida a esas realidades derivadas de la condición sexuada. Unos campos, o más bien profesionales dentro de ellos, fueron por la patología, otros van por los Derechos Humanos, otros por el alivio de la sintomatología relacionada con el malestar cuando éste aparece y otros por ajustes en los contextos. Las propuestas y los enfoques han sido variados a lo largo de este último siglo[28] (Drescher, 2017).

En sexología, desde su primera generación, se ha tendido a explicar de forma coherente  y comprensiva a los sujetos en el conjunto de la población (Lejárraga, 2014). Ya se tratara de prácticas, deseos, modos de vida o, en este caso, las cuestiones identitarias de la propia sexualidad. Precisamente para ello ofrece la noción del continuo de los sexos sobre la base de la teoría de la intersexualidad. El continuo es, pues, la clave omnipresente en el sexo. Sin el continuo, el sexo se disuelve y empieza a convertirse en otra cosa. Por lo general, clubes. Muchos o pocos pero clubes al fin y al cabo. Y el continuo se rompe con la aparición de la primera marca, sea del tipo que sea.

Hay aproximaciones a su explicación, por supuesto. Unas con más fundamento y otras más peregrinas. Nuestra intención es seguir de cerca las que se encuentren más próximas a la lógica de los sexos, como no podría ser de otra manera. Por ejemplo, las apuntadas por Felicidad Martínez (1998). Y cómo en ellas se destaca la alteridad[29].

Se trata de un acercamiento a la identidad sexuada que, curiosamente, no podría estar más alejada de un posible atributo del individuo en sí mismo. Más bien al contrario, la identidad se creará a partir de la relación con lo otro. Lo cual, en lo que aquí nos ocupa, podría formularse como que la identidad masculina tendrá la condición de posibilidad para crearse y desarrollarse en la medida en que se esté expuesto a modos femeninos de estar en el mundo. Y lo mismo sobre la identidad femenina con respecto a los modos masculinos de estar en el mundo. Se trata, pues, de un planteamiento que encaja bastante bien con la lógica de los sexos en su condición relativa y menesterosa o necesitada del otro para ser.

Esto hace que, una vez se ha entrado en la idea de intersexualidad, se convierta en un objetivo prioritario devolver las nociones de masculino y femenino, masculinidad y feminidad, al terreno del que surgieron. Es decir, a la sexualidad de los sujetos sexuados. De lo contrario, se estará a un paso de volver a sociologismos de club.

La sexuación biográfica se aplica a los sujetos, no a sus rasgos.

Uno de los obstáculos que nos encontramos es que los términos masculino y femenino se usan tanto con los sujetos como con sus rasgos. Por ejemplo, se dice que un hombre es un modo masculino de estar en el mundo. Y también que un genital es masculino o está sexuado en masculino. La aplicación del verbo sexuar a los rasgos, y no exclusivamente a los sujetos, ha propiciado gran parte de esta situación. A esto se le añade que, debido a la diferente frecuencia de usos, suele resultar menos chocante verlo usado con los rasgos que con los sujetos. De hecho, por las escasas veces en las que aparece ligado a los sujetos, diría que se evita aplicar dichos términos con estos. Tal vez por el excesivo estancamiento en la teoría de la intersexualidad.

Así pues, este necesario retorno de las nociones de masculino y femenino a los sujetos lo hemos ido dando a través de dos frases que repetimos constantemente y con las que buscamos situar el enfoque sexológico en la sexuación biográfica de los sujetos (sexuados).

Primera frase

La primera de las frases es: partir del sujeto sexuado sin partirlo. Sin trocearlo, ni destrozarlo. Con ella buscamos entrar en la perspectiva biográfica y salirnos, en la medida de lo posible, del cajón de sastre que supone el conocido, y extraordinariamente interiorizado, modelo de las pizcas o de los aspectos ya apuntado por Amezúa (1991, pp. 85-184, 1999, pp. 15-64) como aspectos biológicos, anatómicos, endocrinos, genéticos, neuronales, psicológicos, sociológicos, antropológicos, etc., de los sexos y la sexualidad

Para entrar en esta perspectiva, y hacerlo en toda su hondura, es preciso situarse en que los sujetos son irreductibles a toda otra realidad (Marías, 1970, p. 306). Esto significa que se explican (o se busca hacerlo) desde ellos y no desde alguna de sus partes, tal y como suele hacerse desde el modelo de los aspectos.

Se trata, pues, de atreverse a cambiar un enfoque que ha considerado al sujeto como resultante de sus muchas partes, a otro que lo sitúa en el centro de la mirada. Se lleva así al sujeto sexuado de la periferia al centro. En definitiva, estamos hablando de dar el paso que trata de explicar los individuos desde sus estructuras (poco importa si ubicadas en sus genitales o en su cerebro) a explicarlos desde sus identidades, deseos y proyectos de convivencia (Amezúa, 2003). Éste es un paso fundamental en el cambio de paradigma y que tanto cuesta integrar incluso en la propia sexología.

En demasiadas ocasiones se ha dicho que, por ejemplo, un genital, un cerebro o un deseo, se sexúan[30]. Sin embargo, desde la sexuación biográfica, esto supone un exceso o, tal vez, un dislate teórico, que en gran medida viene derivado de la exageración de tomar el sexo exclusivamente como diferencia. De tal manera que diferenciación y sexuación se toman como sinónimas[31]. Se obvia con ello su componente de “asemejación” y, por tanto, la base misma de la intersexualidad y su mutua referencialidad. Los excesos en la diferencia se pagan con importantes incursiones en la dimorfía.

Para abordar este punto resulta prioritario diferenciar y situar lo que es un elemento sexuante y un agente sexuante, esto es, aquello que hace cosas (agente) dirigidas a la acción de sexuar (sexuante).

En la sexuación biográfica, que parte del sujeto como realidad irreductible, los agentes sexuantes no podrán ser determinadas sustancias como la testosterona sino que lo serán los otros sujetos sexuados circundantes. Un hombre accede a la condición de tal por estar referido a la mujer. O al hombre en el caso de una mujer (Marías, 1963, p. 170). Y no ya por poseer más o menos testosterona circulando en su torrente sanguíneo o por los efectos que dicha sustancia haya producido. Se es un hombre respecto de la mujer, no un hombre en sí. Ha de recordarse su condición relativa y menesterosa o se entrará de lleno en la lógica de los clubes que se definen por sí mismos.

La testosterona, por seguir con el ejemplo de los considerados productores de sexo o agentes sexuantes estrella, participará en infinidad de procesos relacionados con la conformación del individuo en sí. De maneras que incluso hoy desconocemos. Muchos servirán posteriormente como elementos sexuantes; otros muchos no. Pero difícilmente podrá sexuar la testosterona pues en su proceso de actuación no hay referencialidad, no hay alteridad y no hay relatividad. No está lo otro presente. Sólo hay desarrollo (Jordan-Young & Karkazis, 2019). La sustancia actúa y con sus efectos participa en la conformación de los individuos[32].

¿Quiere esto decir que los sujetos se van sexuando unos a otros al margen de sus rasgos? Absolutamente, no. Se comentaba al principio del punto que era complicada la distinción entre sujeto y rasgo sexuado. Esto ha podido resultar chocante puesto que, de manera analítica, resulta bastante sencillo comprobar que una cosa es un sujeto sexuado, una persona cualquiera, y otra es un rasgo sexuado, por ejemplo, una determinada distribución de grasa corporal. Sin embargo, desde la perspectiva biográfica no lo es tanto.

La cuestión es que no existe un sujeto en el vacío sino únicamente en su forma corpórea[33] (Marías, 1963). No existe, pues, un sujeto que no sea corpóreo. No tiene un cuerpo, tal y como se tienen canicas en los bolsillos, y tampoco es su cuerpo en sentido estrictamente orgánico (Laín Entralgo, 1989). El sujeto es irreductible y, por tanto, no se le puede reducir a su cuerpo. Punto éste que resulta capital en la cuestión de las identidades sexuadas. El sujeto es, por tanto, ineludiblemente corpóreo[34]. Es en este punto donde radica su complejidad y la fusión, por así decirlo, entre sujeto sexuado y rasgo sexuado. Un sujeto no es el conjunto de sus rasgos pero no puede serlo sin ellos pues su condición corpórea forma parte de su circunstancia.

Así pues, los procesos orgánicos, psíquicos, culturales, antropológicos, etc., en definitiva, la gran nube de aspectos aportarán una inmensa cantidad de elementos a través de los cuales el sujeto, en relación con el resto de sujetos sexuados circundantes, se irá sexuando. Es decir, se irá haciendo el hombre o la mujer que es; se irá viviendo masculina o femeninamente. A estos elementos que participan de la sexuación de los sujetos se los conoce como elementos sexuantes (Amezúa, 1999). Y la perspectiva biográfica es la que nos acerca a quién es tal o cual sujeto sexuado concreto y existente, en su circunstancia completa. Es por ella que lo propio de ser tal hombre o tal mujer es ser alguien (Marías, 1995, p. 283).

En resumen, es el sujeto quien se sexúa ante la presencia de los distintos modos de estar en el mundo del resto de sujetos sexuados a los que tiene acceso. Y lo va haciendo, a lo largo de su vida, con unos y otros elementos o, más bien, junto a ellos. No con todos y menos aún en idéntica intensidad. Cada sujeto, contexto y momento histórico tendrá por bueno su particular listado de elementos más y menos sexualmente significativos.

Por esta razón tiene consecuencias tan distintas referirse a algo como “agente” o como “elemento” sexuante. Al denominarlo como “agente” se hace alusión de manera expresa a su protagonismo en la acción de producción del sexo, el papel central en la función sexuante. Cuando se dice “elemento” se alude a su carácter periférico y circunstancial, siendo el sujeto quien lo usa como puede, siempre en relación con el contexto, en la configuración de su peculiar modo sexuado de estar en el mundo[35]. Con ello se va creando su particular identidad sexuada en referencia, siempre, al otro gran modo de estar en el mundo que va descubriendo. Esto también podría ser descrito como un constante baile entre los modos sexuados a través de los elementos sexuantes[36].

Si la teoría de la intersexualidad[37] pudo salir de la dimorfía[38], el gran reto al que se enfrenta el concepto moderno de sexo, y con él la sexología, es continuar la articulación de su discurso teórico coherente con el cambio de paradigma del siglo XVIII. Sin embargo, los vestigios del antiguo paradigma del locus genitalis siguen todavía presentes en muchos aspectos. Uno de ellos es precisamente plantear un concepto de sexo que precede al sujeto[39], que es de donde parten enunciados del tipo “los genitales se sexúan”, o el cerebro, o cada parte del individuo.

Segunda frase

La segunda frase que utilizamos es: sólo hay sexo en los sujetos y sólo los sujetos son sexuados. Con ella buscamos principalmente “desexuar” todo el sexo que se ha metido en las cosas y las acciones para devolver el sexo a los sujetos, de donde nunca debió salir. Un objetivo doblemente laborioso puesto que, por un lado, prácticamente todo se ha impregnado de un concepto falseado de sexo y, por el otro, cuando toca el turno de los sujetos rápidamente se empieza a hablar de género[40]. Así pues, insistimos en que las cosas y las acciones no tienen sexo y, por tanto, no pueden ser sexuadas.

Los lugares comunes que, sobre todo con las familias y en las formaciones, solemos poner en juego incluyen la vestimenta, toda ella incluida los complementos estéticos, y los juguetes alrededor de la infancia. Sin embargo, el planteamiento incluye a cualquier cosa u objeto que se considere. Es decir, a todo ese universo que se ha creado alrededor de los clubes y sobre el cual se dice que es “de hombres o no de mujeres” o “de mujeres o no de hombres”.

Esta pandémica tendencia de atribuir propiedad de grupo a las cosas a través de la preposición “de”, la solemos confrontar precisando que no se trata de que, por ejemplo, las muñecas son de niñas sino de que tal muñeca es de esta niña o de este niño, con sus nombres y apellidos. Lo cual suele ser cierto salvo que dicha muñeca esté abandonada en calle y, en ese caso, no se sabe de quién es.

En general, sobre este asunto, no vemos problemas relacionados con el sexo derivados de que una familia sólo provea juguetes de un tipo o un estilo a su hijo o hija. Solemos contar que el hecho de que la “familia pelotez” sólo dé a su hijo objetos esféricos para que juegue, no supone un problema para el sexo. Tal vez, en todo caso, se podría plantear si es un problema pedagógico por la escasa diversidad de estímulos lúdicos pero este extremo tampoco lo tenemos claro pues hay bastante diversidad en los propios objetos esféricos: textura, tamaño, material, dureza, color, etc., y encontrará más aún en cuanto el niño comience a socializar con los hijos de la familia “cartonez”.

Sucede exactamente lo mismo con las acciones y cada uno de sus verbos implicados. Las acciones no son sexuadas sino que son humanas. Así, no hay sexo en el hecho de correr, saltar, pegar, chillar, comer, pensar, reír, leer, proteger, estudiar, asesinar, temer, dormir, fregar, cantar, fumar, soñar, disfrutar, escribir, luchar, cocinar, amar, votar, discutir, acariciar, trabajar, cuidar, etc. Sólo hay sexo en los sujetos sexuados.

Cada uno de los verbos indica acciones que los humanos pueden realizar por el hecho de ser tales. En cuanto se asocia o atribuye, por el motivo que fuera, alguna de las acciones al sexo es cuando se entra de lleno en un planteamiento de club pues establece una marca[41]. Se trata, por tanto, de un sociologismo que se ha unido a las trampas que operan en masculino y femenino: si hay más mujeres que hombres que friegan, fregar se convierte en algo femenino, en una actividad de mujeres. Fregar es de mujeres. Si trabajar en la mina es algo que hacen más hombres que mujeres, trabajar en la mina se convierte en algo masculino, en una actividad de hombres. Trabajar en la mina es de hombres. Esta sociología de club radicada en lo distinto ha operado sobre las cosas y las acciones exactamente igual que se ha hecho con la cuestión racial en, por ejemplo, el mundo de los negros y el de los blancos: sus diferenciados espacios, actividades, aficiones, comunidades, oficios, etc., hasta la propia música.

Ahora bien, al igual que ocurría anteriormente, cuando se decía que por su condición corpórea un sujeto no se sexúa al margen de sus rasgos sino junto a ellos, aquí también se ha de precisar que, pese a que las acciones no son sexuadas, los sujetos que las realizan sí lo son. Y, por tanto, cada una de esas acciones, cuando los sujetos las realicen, las harán a su sexuada manera. Es decir, sexuadamente. Término clave que merece su propio punto.

Sexuadamente

Si buena parte de la responsabilidad por el concepto falseado de sexo en el que nos encontramos lo ha tenido el uso y abuso indiscriminado de los términos “sexual” y “sexualmente”, comprobamos que los términos “sexuado” y “sexuadamente” nos permiten recuperar gran parte del significado coherente del sexo. Sobre el primero ya se ha escrito mucho, por lo que me ceñiré al segundo. No obstante, es preciso distinguir de nuevo al sujeto de sus rasgos. La presentación de este adverbio propio de los modos, por parte de Amezúa, se centró lógicamente en los sujetos y su hacerse biográfico para “dar cuenta de esta construcción gradual y progresiva, lenta y compleja” (Amezúa, 2003, p. 107). Aquí trataré de aplicarlo a sus rasgos, desde la lógica del sexo, para que puedan ser nombrados como sexuados[42].

El propio término nos obliga a llevar la cuestión a la manera o al modo en el que algo sucede. Responde, por tanto, a la pregunta de ¿cómo? De esta manera o de otra. De tal o cual modo.

Así pues, la noción de sujeto sexuado responde al par quién-cómo en todas y cada una de las cosas con las que el sujeto sexuado haga algo con ellas y en cada una de las acciones que dicho sujeto sexuado realice. Algo bien distinto al interés que habitualmente suele tener para la sociología, o más bien la moral, de qué hacen los sujetos y con qué cosas. Es decir, un interés basado en qué-qué. El interés en sexología es el sujeto sexuado y por tanto en quién-cómo.

Este planteamiento no es algo nuevo. De hecho está más o menos bien asumido cuando se habla de peculiaridades en el par erótica-amatoria e incluso en el par pareja-procreación. En ellos, no nos acercamos a los sujetos ni tratamos de explicarlos desde las cosas o acciones con las que se excitan, qué desean, lo qué hacen o dejan de hacer, sus frecuencias, o cuántas relaciones de pareja mantienen. En la sexología del hecho sexual humano, sencillamente, el objeto de estudio no son las conductas de los sujetos, ni los objetos que utilizan. El reto, pues, consiste en seguir aplicando la misma lógica al resto del mapa. Esta vez en el par sexuación-sexualidad. Por ello muchas veces hablamos también del peculiar modo sexuado de cada sujeto. Lo hacemos para recordar que al sujeto concreto nos lo encontramos en los planos de individuación y que, cuando hablamos de sus identidades, nos movemos principalmente dentro del par de sexuación-sexualidad (Amezúa, 1999).

Reuniendo varios de los puntos vistos hasta ahora, se puede entender mejor que decir “sexuadamente” es exactamente lo mismo que decir masculina y femeninamente a la vez. Que funciona casi como una palabra comprimida. Que decir sexo es decir hombre-mujer o masculino-femenino, en un sólo término[43]. Así pues, el término sexuadamente podrá acompañar a cada uno de los verbos indicados unas líneas más arriba. Correr sexuadamente, gritar sexuadamente, etc., para indicar que tal sujeto corre o grita de una manera sexuada, de un modo sexuado. Que, por ejemplo, tal hombre (respecto de la mujer) corre de una manera femenina (respecto de la masculina). Más problemas con la economía del lenguaje.

Saltar, no es en sí algo masculino ni femenino, sólo es saltar. Sólo es una acción. El límite general en las acciones será el humano (por ejemplo, ningún humano puede hacer la fotosíntesis) y el límite en una persona concreta será su propia circunstancia (por ejemplo, ver si es invidente). Por supuesto, puede pasar que un sujeto no salte, no corra o no friegue pero si lo hace, entonces resultará que lo hace a su sexuada manera[44]. Tal vez masculina (respecto de la femenina), tal vez femenina (respecto de la masculina). Siempre mutuamente referenciales.

El siguiente paso será poder distinguir cuándo masculino o femenino va referido a un sujeto y cuándo lo hace a un rasgo o acción que dicho sujeto posea o realice. La manera que hemos encontrado, ajustada a este planteamiento, es emplear el verbo “ser” cuando se habla de los sujetos y el verbo “resultar” cuando se hable de sus rasgos o sus acciones. Pues, en efecto, los sujetos son masculinos-femeninos; los rasgos o sus acciones resultan masculinas-femeninas.

Así se podría describir desde el sexo y sus rasgos que un hombre (sujeto cuyo modo sexuado de estar en el mundo es masculino respecto del femenino) posee una distribución de grasa corporal que resulta femenina (respecto a la masculina), una distribución de vello corporal que resulta masculina, una implicación con la comunidad que resulta femenina, una manera de hablar con desconocidos que resulta masculina, se seca tras la ducha de una manera masculina, se pone los pantalones de manera femenina, se queja de una manera masculina, está sentado femeninamente y así todo el largo etcétera que se quiera. Ahora bien, como nunca pasa la aspiradora no se puede saber de qué manera lo haría. No obstante, desde la lógica del sexo sí que podríamos desmentir que no pasar la aspiradora sea masculino (de hombres) porque casi ninguno la pasa. A efectos de sujetos sexuados y sus rasgos, no hacer algo es no hacerlo[45]. Y la nada, ni es ni resulta sexuada. La nada es la nada.

Una última puntualización: una acción (correr) tiene multitud de componentes. Exactamente igual que una zona anatómica (una mano) tiene multitud de detalles. En una mano, unos detalles pueden resultar femeninos (textura de su piel, grosor de dedos, vello, etc.) y otros masculinos (estructura ósea, proporción índice/anular, etc.). Ha de entenderse, por tanto, que cuando se dice que la ejecución de una acción resulta sexuada, es una generalidad similar a decir que una mano resulta femenina, pues no se entra en la gran cantidad de detalles que contiene.

Para poder hacer esto con su total amplitud[46] es preciso considerar las bases mínimas que debe poseer un rasgo para ser susceptible de resultar sexuado. Pues, por ejemplo, el nivel adquisitivo no puede resultar sexuado y, en cambio, la estatura, sí. Los hallazgos de Ellis con respecto a los caracteres sexuales terciarios siguen a la espera de su completo desarrollo.

Tal y como su propio nombre indica, un rasgo sexuado deriva del sexo y por tanto, para que pueda nombrarse como tal, debe ser coherente con cada una de las condiciones del sexo. Muchas de ellas ya se han ido comentando a lo largo del documento.

Así, una de las más importantes es que debe aludir a una característica humana en la que pueda situarse toda la población implicada. Por ejemplo, toda la población que salta, en el caso de esa acción. O toda la población en el caso de una propiedad humana. Por ejemplo, la estatura, pues todos los sujetos la poseen.

También debe poder presentarse en un continuo, sin puntos de ruptura, para lo cual sus extremos deben ser pares mutuamente referenciales. Por ejemplo, alto (respecto de lo bajo) y bajo (respecto de lo alto); grueso (respecto de lo fino) y fino (respecto de lo grueso); mayor-menor, etc. Otros pares posibles que nos aproximan a esta elaboración de referentes, aunque son bastante más complicados de manejar, son por ejemplo explícito-implícito[47] o patente-latente.

Además, el continuo debe ser horizontal en el sentido de que sus referentes extremos estén equilibrados y no deben desacreditar o minusvalorar uno de ellos (bien-mal; torpe-hábil). De esa manera, se posibilita cumplir que no haya un sujeto más o mejor sexuado que otro, así como lo que exponía Ellis sobre los sexos y sus caracteres sexuales terciarios: “los sexos están perfectamente equilibrados en completa equivalencia” (Ellis, 1934, p. v). Es por ello que los referentes no pueden ser jerárquicos ni poseer una preferencia moral. Por último, se destaca que uno de los referentes no puede ser la nada, el vacío o la inexistencia del otro referente (silencio-sonido).

Una vez configurado el rasgo desde las premisas del sexo, se trataría de ubicar en el continuo a los sujetos tal y como exponía Ellis: “con el promedio basado en una muestra elevada” (Ellis, 1894, p. 27). La zona referencial en la que se concentren mayor cantidad de hombres (sujetos cuyo modo sexuado de estar en el mundo es masculino) que de mujeres, resultará masculina y la otra zona resultará, por tanto, femenina.

Por tanto, para poder decir que algo resulta masculino, no basta, pues, que haya más hombres que mujeres. Ésta es su condición necesaria pero no suficiente. Es preciso que ese algo posea la lógica del sexo y, por tanto, que el otro modo referencial esté presente y los una su continuo en los términos expresados. En caso contrario estaremos en lógica de club, con la excusa del sexo.

En este punto será de gran importancia en sexología no perder nunca de vista la lógica del sexo ni de su continuo para no caer sistemáticamente en sociologismos varios o, lo que es lo mismo, una sexología de género a partir de un concepto de sexo generizado (hombres por un lado, mujeres por otro). Hecho a base de clubes y sus propias lógicas[48]. Es entonces cuando la noción de sujeto sexuado comienza a ser pobre y rudimentaria. Y, en consecuencia, reducida y simplista[49].

En este sentido, que un niño piense con nociones rudimentarias y simplistas, y afirme que alguien es niña por jugar con muñecas, llevar el pelo largo, tener vulva, vestir faldas o porque así se lo ha dicho esa niña, no es novedad alguna. Es algo que sucede con toda noción compleja y abstracta durante la infancia: bondad, maldad, amistad, altruismo, etc. El problema nos lo encontramos cuando son las familias, y más grave aún, los profesionales, quienes operan con un concepto de sexo bastante similar. Rudimentario y simplista. A veces, hasta con idénticos elementos sexuantes.

En la medida en que la idea de sexo que se va haciendo cada sujeto afecta al proceso de sexuación, nuestro objetivo de trabajo con las familias es doble. Por una parte, que amplíen su idea de sexo lo suficiente como para conocer mejor lo que está sucediendo con sus hijos. Por la otra, acercarles la noción de sujeto sexuado para que no vean en sus hijos e hijas “miembros de club”, o representantes del mismo, sino individuos que poco a poco se van haciendo sujetos y que, en la medida de sus posibilidades, van descubriendo el peculiar modo sexuado a través del cual se van encontrando más a gusto. Con ello, buscamos que organicen su crianza de una manera más ajustada a la realidad de sus hijos. Por esto decimos que nuestra forma de trabajo con las familias pivota sobre dos ejes: su crianza y nuestra noción de sujeto sexuado. Esta forma de trabajo, sus líneas generales, se presentará durante los grupos-talleres de la presente jornada.

Breve comentario final

En la cuestión de los sexos se ha ido pasando de exceso en exceso: biologicismo, psicologismo y, hoy, sociologismo. La historia de la sexología no ha estado ajena a esta cuestión y se puede comprobar cómo sus discursos han estado impregnados de las vigencias del momento, como no podía ser de otra manera. Así, en unos momentos sus escritos estaban fuertemente impregnados de biologicismo, en otros de psicologicismo y hoy, de un marcado sociologismo. No hay más que ir a algunos discursos en torno a las identidades para comprobarlo. También se comprueba esto con la irrupción de discursos que llevan el epígrafe de sexología en torno al término, tan desafortunado en nuestro campo, de asexualidad.

Sin embargo, generación tras generación, la sexología se ha esforzado en ofrecer siempre una alternativa que permitiera salir de dichos excesos y, sobre todo, de las consecuencias negativas de los mismos. Tras las dos primeras décadas del siglo XXI ya se advierte que el tema abierto en nuestro tiempo son las identidades sexuadas y no la transexualidad como fenómeno particular. El hecho de no haber sido capaces de cerrar esta cuestión, con la que se lleva trabajando especializadamente durante los últimos 70 años, no hace sino amplificar e intensificar la problemática actual en torno a las identidades.

Cuando en el ámbito internacional se llega a cifras cercanas al 5% de adolescentes que se autodesignan como transgénero o similar (Zucker, 2017), los reclamos en torno a las identidades se multiplican decenas o cientos de veces en infancia y adolescencia (Littman, 2018; Wiepjes et al., 2018), se invierten los ratios clásicos de chico/chica sobre quejas o reclamos respecto a su identidad sexuada (Steensma et al., 2018), cuando las llamadas detransiciones comienzan a crecer («Detransition», s. f.) y sobre la que apenas hay información (Levine, 2018), etc., la sexología debe ponerse con urgencia a la tarea de elaborar marcos precisos de comprensión que permitan ofrecer alternativas, en esta ocasión, al sociologismo. Y, tal vez, tampoco estaría de más que se planteara dejar algunas pancartas. Sobre todo aquellas que ya no están ajustadas a la situación actual. La problemática actual está situada en las identidades sexuadas y no en la clásica transexualidad.

Disponemos para ello de las aportaciones de la primera y segunda generación en sexología. De las aportaciones de Ellis y Marañón sobre los rasgos. La ingente información obtenida por la vía abierta por Money y continuada hasta hoy por autores como Benjamin, Green y Zucker. Y, a pesar de las caricaturas, difamaciones y ridiculizaciones que con escaso rigor se hace sobre ellos, incluso en sexología[50], aportan un conocimiento extremadamente valioso. Disponemos también de las aportaciones que, sobre biografía, han realizado pensadores como Ortega y Gasset, Zubiri, Beauvoir, Laín o Marías. Así como la articulación y orientación epistemológica dada por Amezúa al campo de la sexología, donde insta desde hace varias décadas a situar la cuestión central en los sujetos sexuados, en sus identidades, deseos y proyectos de convivencia.

Materiales hay, lo que falta es financiación, dedicación, estudio y desarrollo. Y también, por qué no decirlo, rigor y algo de estima por la propia disciplina. Al menos es la reflexión que me surge cuando veo que no se sale de los genitales y los placeres, o de las pancartas a la sazón de la actualidad mediática.

Como consecuencia de ello, sobre esta cuestión de las identidades la sexología se está volviendo demasiado generizada, así como demasiado afirmativa sin base y demasiado concluyente cuando sobre esta cuestión apenas se poseen certezas. Y, por otro lado, es probable que su estancamiento en las explicaciones clásicas sobre la realidad de los sexos vaya produciendo un alejamiento progresivo de la realidad de los sujetos sexuados. Los cuales, lejos de detenerse, siguen avanzando sin tregua alguna por el paradigma moderno de los sexos.

Nosotros lo estamos intentando al ahondar todo lo posible en la fecunda noción de sujeto sexuado. Creo sinceramente que es nuestro mejor filón en la actualidad para salir del exceso de generización o sociologísmo existente en nuestro campo y, a su vez, ajustarnos de manera más precisa a las historias de vida de la población actual. Tanto si enredan con su identidad como si no. Tanto si hay malestar como si no. Los primeros resultados positivos ya se empiezan a ver en el trabajo con familias centrado el acompañamiento en la crianza y la noción de sujeto sexuado.

No sabemos hasta dónde dará o seremos capaces de avanzar por esta vía pero sí tenemos claro que la población precisa de un concepto de sexo de calidad. Los reclamos y el tumulto actual sobre las identidades así nos lo muestra. Y este es nuestro encargo como sexología. Para eso se creó esta disciplina. Muchas gracias.

Agradecimientos

A cada una de las 60 familias que hemos atendido durante los últimos años y que nos han permitido entrar un poco en esta parte de sus vidas: la que afecta a la sexualidad de sus hijos e hijas cuando aspectos de la identidad entran en juego. Gracias a ellas hemos podido ir afinando y ajustando cada pequeña noción del marco sexológico a su realidad. Les ofrecemos un acompañamiento profesional y, por tanto, no una conducción por un camino prefijado que se presente como preferido. Elaborar un modelo de atención válido y valioso para cada familia, centrado en su sistema de valores y modelo de crianza, desde la incertidumbre honesta del resultado final, está siendo un reto apasionante.

A los profesionales que durante estos años han formado parte del equipo desde 2014 y se han encargado de realizar estos acompañamientos. En orden cronológico: Iñaki Goñi (Navarra), Miren Izko (Navarra), Javier Caro (Navarra), Elena Jiménez (Gipuzkoa), Patricia Pérex (Bizkaia), Bárbara Serrano (Madrid), Yoana Azpitarte (Gipuzkoa) y María Esther Morales (Canarias).

Al propio Instituto de sexología Incisex y su director, Efigenio Amezúa, por apostar una vez más en entrar con la hondura necesaria en los temas de actualidad, a pesar de la controversia que genera dentro y fuera del propio campo de la sexología.

A Juan Lejárraga, compañero infatigable de cada uno de mis textos, por todas nuestras conversaciones sobre este tema y el análisis de la situación anglosajona, así como su inestimable contribución con las fuentes documentales que utilizo. Compartimos nuestro desasosiego, preocupación e incluso temor por el cariz y tono dogmático que está tomando esta cuestión dentro y fuera de nuestras fronteras. A pesar de lo cual, o quizás precisamente por ello, siempre me anima a escribir y publicar. Por todo: gracias.

A cada uno de los profesionales, familias y activistas, que están dedicando su tiempo y esfuerzo a esta cuestión desde distintos enfoques, planteamientos e intereses pues gracias a ello tenemos abundante material para la reflexión y el debate que nos permite seguir avanzando.

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[1]Ponencia de la Jornada de actualización en Sexología “La noción de sujeto sexuado en la infancia y adolescencia: ajustes y excesos en identidad sexuada y transexualidad” del Instituto de Sexología Incisex. 25-30 de mayo de 2020.

[2]Profesor del máster en sexología del Instituto de sexología Incisex (https://www.sexologiaenincisex.com/) y coautor del blog “sexología en redes sociales” (https://sexologiaenredessociales.wordpress.com/). Para contacto por email: xamu74@hotmail.com.

[3]A pesar del interés que tiene seguir los diferentes significados que se le ha dado al término “género” en relación con las identidades sexuadas (Germon, 2009; Tosh, 2016), desde su introducción por Money en 1955 (Money, 1973), no es éste el momento. Por otro lado, para una crítica de la separación entre naturaleza y cultura, véanse The Mirage of a Space Between Nature and Nurture (2010) de Keller y Biology as Ideology: The Doctrine of DNA (2010) de Lewontin.

[4]Amezúa (2001, p. 33), lo expresa así: El sexo, por más que esto resulte sorprendente, no es ni objeto de estudio ni campo de conocimiento. Sí lo es, en cambio, el sexo de los sujetos y, más exactamente, los mismos sujetos sexuados, el hecho de los sexos: el hecho sexual humano.

[5]Un buen recorrido por el origen de este planteamiento puede encontrarse en Bauer (2004, 2012).

[6]En la actualidad también se manejan otras marcas, de acceso más complicado pero sobre la misma lógica, como estructuras cerebrales. A día de hoy, no existe dato concluyente sobre marcas de este tipo (Kiyar et al., 2020) y sí demasiada exageración sobre indicios y correlaciones. Tal vez el ejemplo más llamativo de esto sea la estructura BSTc y su influencia en la identidad sexuada. Y cómo a día de hoy se sigue insistiendo en su protagonismo cuando desde 2002 se conoce que no posee el alcance explicativo que parecía tener (Chung et al., 2002).

[7]Una revisión de la sociodemografía y perfil clínico de esta población se puede consultar en Chew et al. (2020).

[8]Con el “surgimiento de un nuevo concepto del yo moderno que da mayor valor a la expresión propia, la mejora personal y transformación de sí mismo” (Meyerowitz, 2002, p. 9).

[9]Un buen reflejo de ello es la entrada en la web nonbinary.wiki (2020) en la que se recogen las decenas de términos que se van creando en torno a las identidades no binarias, tanto las de uso frecuente (35) como infrecuente (más de 100).

[10]En la actualidad, parte de la confrontación entre la cuarta ola del feminismo y la teoría queer gira en torno a esta cuestión (Valcárcel, 2019). Por desgracia, desde mi punto de vista, a partir de la maraña creada con toda intención alrededor de “lo trans”, se está utilizando de manera interesada la transexualidad como arma en dicha confrontación mientras que el feminismo no está logrando deshacer dicho enredo o, cuando menos, neutralizar esta estrategia.

[11]Desde la introducción del neologismo de sexación, así como los derivados del verbo sexar, por parte de Landarroitajauregi (2000, pp. 129-144, 2010, pp. 134-155) el uso de hombre y mujer como etiqueta lamentablemente está muy reforzado también en nuestro campo. En mi opinión, con el fin de evitar entrar en esta nociva lógica de club desde la raíz sex, estos neologismos deben ser rechazados pues, entre otras razones, pocas cosas hay más alejadas de la lógica del sexo (que individualiza) que aquello a lo que se quiere hacer referencia con el término sexación (una generalización ¿o generización?). Y sus características: definitoria, definitiva, finalista, binomial y disyuntiva (Landorroitajauregi, 2010, p. 139), encajan perfectamente en la lógica de club pero no del sexo (continuo de los sexos, intersexualidad, relativa…). De hecho, en 2007 Serano emplea el término generización (gendering) (Serano, 2016) y sus derivados para referirse precisamente a esa categorización realizada con lógica de club desde la que se actúa en el etiquetado propio y ajeno de los sujetos sexuados.

[12]Cabe decir que haber usado “dimorfía” y “binomio” como sinónimas no está resultando inocuo. Del dimorfismo se puede salir sin renunciar a los términos hombre y mujer, tal y como lo ha demostrado la sexología desde su primera generación, y dando cuenta de la diversidad existente. En cambio, por la propia naturaleza del término, cuando se piensa la cuestión en términos de binarismo no se puede, precisamente, por lo que las palabras hombre y mujer tienen de nominal.

[13]Es decir, buscamos unir la función única de Marañón (1990, p. 507) a la descripción de los caracteres terciarios ofrecida por Ellis (1894, pp. 20-21) y su ubicación en el continuo, propio del concepto moderno de sexo (Amezúa, 1999, pp. 38-39). La decisión, por tanto, consistía en aplicar esta explicación al conjunto de caracteres sexuales y no sólo a los terciarios.

[14]El atasco se producía, lógicamente, al toparse con los caracteres sexuales primarios cuando se los describe como exclusivos de un sexo y, con ello, plantearse la conceptualización de la transexualidad desde la sexología.

[15]Cabe señalar que gran parte de estas inquietudes también derivaban de la creciente sensibilidad sobre lo “transgénero” y lo “no-binario”, por lo general basada en aspectos de la teoría queer, que ya comenzaba a percibirse en el alumnado en esos años.

[16]Decimos genuino para hacer énfasis en la partícula gen- que lo vincula con la familia léxica del paradigma del locus genitalis y, por tanto, con la generación y el género. Se trata pues, en última instancia, de un vestigio aún presente del antiguo paradigma.

[17]Sin duda las Ciencias Naturales o biológicas son las que de manera más persistente han subrayado esto en la medida en que parten del esquema dimórfico de los sexos (Amezúa, 1999, p. 35) tomando para sí la nomenclatura que iba apareciendo en el nuevo paradigma de los sexos. No es extraño encontrar en sus textos de divulgación, expresiones como gameto femenino, en vez de macrogameto, o gameto masculino, en vez de microgameto. Al menos cuando se habla de la reproducción anisogámica o heterogámica que, a su vez, se adjetiva con sexual.

[18]“[…] una gran parte del modelo de conducta llamado masculino, luego conocido como sexual, no es estrictamente hablando sino un rebufo de esta antigua teoría del locus genitalis sin modificar. La tan criticada actividad y agresividad masculina enfrentada a la igualmente supuesta pasividad femenina, llamada en ocasiones ternura o fragilidad, no son sino trasposiciones de los modelos de machos y hembras a hombres y mujeres […]” (Amezúa, 2003, p. 48)

[19]Muy presente, por ejemplo, en el feminismo de la diferencia.

[20]La deriva actual de esta línea consiste en su contraria. En la huida de los términos masculino y femenino cuando se aplican a los genitales, por considerar que son usos poco inclusivos. Se proponen en su lugar los términos de fecundante y gestante para referirse a los mismos (Chrysallis, 2018). En mi opinión, la prisa por encontrar fórmulas más ajustadas a la diversidad existente obliga a ir de ocurrencia en ocurrencia con un resultado, cuando menos, problemático. En este caso, tratando de centrarse más en los sujetos (muy entendible pues es lo propio del paradigma de los sexos), se termina subrayando la función generativa.

[21]Decimos “generador” por los mismos motivos de vinculación léxica que “genuino”.

[22]Esto no debe confundirse con parte de las estrategias terapéuticas empleadas con menores en torno a la posible transexualidad desde mediados del siglo pasado. Por ejemplo, las que se recogen en Green (1968). A pesar de su relevancia, matizar este punto con la precisión que requiere excede con creces los límites de este texto. Máxime cuando el enfoque afirmativo adjetiva este procedimiento como terapia de reparación (Hidalgo et al., 2013).

[23]En esta línea, han destacado los discursos elaborados desde el feminismo y basados en la coeducación. Principalmente durante las décadas de los 80 y 90 en el estado español.

[24]Entre los muchos ejemplos que se han ido poniendo a lo largo de estos años para explicitar estas trampas, solemos explicar que mi vello corporal resulta femenino y es mío. O sea, de este hombre. Que no es un rasgo impropio, prestado, ajeno o robado a una mujer sino que es propio y que, a mi manera, contribuye a hacerme el hombre que soy.  Al hilo de esto, sobre la identidad sexuada también es clásico el ejemplo del hombre que si, por enfermedad o accidente, se queda sin genitales externos, no pierde la condición de hombre. Lo mismo que si pierde un riñón, un ojo, la audición, ambas piernas o todo ello a la vez.

[25]Hemos de decir con gusto que, a fecha de hoy, el lugar más destacado en el que hemos visto reproducidas con gran fidelidad estas ideas, planteamientos y ejemplos y, en general, nuestro aporte a la comprensión de la transexualidad en la década pasada es en Mayor (2018, pp. 5-11).

[26]Se trata, pues, en síntesis de un nuevo esencialismo para explicar la identidad sexuada en hombres y mujeres y que, en este caso, se sitúa en el cerebro. Buena parte de la fundamentación del enfoque afirmativo se apoya en esta cuestión (D’Angelo, 2020). En consecuencia, dicho enfoque, propone que la intervención debe consistir en aceptar y afirmar (K. R. Olson, 2016), en todos los niveles posibles, el género expresado, el auténtico yo de género, el sexo sentido, el sexo que el individuo dice que es, o cualquier otra expresión análoga.

[27]A pesar de la controversia sobre las bondades y limitaciones de los distintos enfoques existentes para la intervención, existe un claro consenso en el conjunto de los profesionales sobre el desconocimiento de su etiología. Una pequeña muestra de este reconocimiento en dos enfoques distintos puede encontrarse en Olson et al. (2011) y Zucker et al. (2012).

[28]En 2012, la revista Journal of Homosexuality editó un número especial sobre el tratamiento de la disforia de género o variante de género en infancia y adolescencia (Drescher & Byne, 2012). En dicho número se ofrecía una descripción detallada de cada uno de los tres enfoques principales que entonces se seguían en el ámbito internacional: Toronto (Zucker et al., 2012), Amsterdam (de Vries & Cohen-Kettenis, 2012) y California (Ehrensaft, 2012).

[29]De igual manera resultan imprescindibles las contribuciones del filósofo español Julián Marías sobre temas tan decisivos para esta cuestión como la condición sexuada, persona, mismidad, la mutua referencialidad, etc. Un excelente recorrido por su vasta obra sobre estos puntos puede encontrarse en la tesis doctoral de Nieves Gómez “Mujer: persona femenina. Un acercamiento mediante la obra de Julián Marías”. Fundamentalmente en su Parte 2. Hacia una antropología filosófica adecuada (Gómez, 2014, pp. 326-520).

[30]Para conocer más esta línea de discurso pueden consultarse, por ejemplo, Lucas (1991) y Landarroitajauregi (2000).

[31]Tal es la exageración de esa sinonimia que en ocasiones han surgido dudas sobre si las diferencias entre humanos en el color de los ojos, del cabello o de la propia tonalidad de la piel tiene alguna relación con el sexo porque también se trata de diferencias existentes.

[32]Esto no debe entenderse como una merma del interés a las valiosas aportaciones que se hacen desde esa línea. De hecho, en mi opinión, estudiar la formación y desarrollo de las estructuras desde esa idea de sexo tan próxima a la generación (por ejemplo, en Landarroitajauregi (2000, pp. 145-192)), facilita entender y organizar mejor los antiguos caracteres sexuales primarios y secundarios desde el concepto moderno de sexo.

[33]Salvo que se participe de una visión dualista o cartesiana del ser humano, o estuviéramos hablando de unos seres acorporales, cosa que todavía no es realizable salvo en el plano sobrenatural y en las novelas de ciencia ficción.

[34]De hecho, esto también toma una importancia fundamental en el proceso de sexuación de los sujetos en la medida que “ese objeto que el prójimo es para mí y ese objeto que yo soy para el prójimo se manifiestan como cuerpos” (Sartre, 2017, p. 419).

[35]En palabras de Amezúa y Foucart (2013, p. 151): “Considerar a estos elementos como tales elementos es dar el protagonismo al hilo conductor de los sujetos que se van sexuando de forma biográfica en medio de la combinación de estos”.

[36]Es preciso llamar la atención sobre este punto. Cuando en el proceso de sexuación, los sujetos utilizan como elementos sexuantes cuestiones que no responden a la lógica del sexo y, por tanto, tampoco a los rasgos sexuados (por lo general, cuestiones ligadas fuertemente a los clubes como, por ejemplo, el nombre propio, el tipo de ropa que se usa, el color preferido o las profesiones que se ejercen) resultarán sujetos progresivamente más genéricos que sexuados.

[37]Gracias al enfoque de Havelock Ellis y su aportación de los rasgos terciarios, así como la disposición bisexual de los sujetos, reconvertida posteriormente en intersexualidades (Amezúa, 1993).

[38]Desde la cual están definidos los caracteres sexuales primarios como los esenciales para la generación y, posteriormente gracias a la aportación de Hunter (1780, p. 528), se articularon los secundarios que se relacionaron con el cortejo para apareamiento (Ellis, 1894, pp. 18-20).

[39]Muy al contrario, pues, de La idea del conjunto (Amezúa, 2006, pp. 7-8), que comienza así: “El sexo no es un hecho natural. No viene dado por la naturaleza. El sexo es una creación de los seres humanos: hecho a su medida, por ellos y para ellos. Esto es lo que quiere decir que el sexo es un valor. Un valor no se improvisa, no surge de la nada. Un valor se diseña y se construye, se cuida y se cultiva”.

[40]Hace ya tres largas décadas Amezúa (1991, pp. 89-101) alerta sobre esta cuestión relacionada con el sistema sexo/género y las consecuencias que estaba teniendo en el concepto de sexualidad y, a partir de él, en sexología. Por su parte, Ladarroitajauregi (1996, pp. 12-19) abunda afinadamente sobre ello mismo. La situación, pues, dista mucho de ser nueva. Sin embargo, habiendo pasado ya dos generaciones, se puede decir que se ha vuelto más grave y complicada de revertir.

[41]En este caso, por tratarse de acciones, es una marca que por lo general no se emplea tanto para determinar la pertenencia a un club u otro como a la cualidad: más, o menos, hombre/mujer. “Los hombres no lloran” y, si lo hacen, no dejan de ser hombres sino que se convierten en “menos o peores hombres”. Algunas de las críticas a este modelo dimórfico básicamente lo han subrayado en la medida en que usan su mismo esquema: “el hombre que llora es mejor hombre o más atractivo”, “la mujer que lucha es mejor mujer o más atractiva”.

[42]Todo ello con el fin de ampliar en lo posible los elementos sexuantes, sustentados en el concepto moderno de sexo, junto a los cuales los sujetos se van sexuando biográficamente. Se van construyendo sexuadamente.

[43]Es cierto que en muchos momentos se dice “de un sexo y otro sexo” o “uno y otro sexo” para referirse tanto a hombres como a mujeres, y esto puede contribuir al esbozo de clubes. Con toda probabilidad se debe a la economía del lenguaje pues una formulación más precisa, pero más extensa, resulta del todo inviable. Por ejemplo “de un peculiar modo sexuado de estar en el mundo en referencia al otro gran modo de estarlo y de otro peculiar modo sexuado de estar en el mundo en referencia al otro gran modo de estarlo”. No obstante, cuando el tema son las identidades sexuadas y su sexualidad, se hace necesario hilar más fino. Sobre todo en un momento como el actual, tan polarizado y tumultuoso. Cada día que pasa resulta más urgente encontrar formulaciones útiles y adecuadas. Ni tan genéricas, ni tan precisas.

[44]Aquí Ellis vuelve a brillar por su aportación al concepto de sexo con los caracteres sexuales terciarios, cuando aún no podía contar con las aportaciones de Hirschfeld, Marañón, Ortega y Gasset, Sartre o Beauvoir respecto a la biografía, la identidad, la alteridad o la mutua referencia de los sexos. Un ejemplo: Ellis no organiza los caracteres sexuales terciarios alrededor del suicidio porque haya muchos más hombres que mujeres que se suicidaran sino porque observa que, entre los hombres y mujeres que se suicidan, pueden encontrarse diferencias, por ejemplo, en los métodos (Ellis, 1894, pp. 328-339).

[45]Otro asunto distinto será entrar en la convivencia entre los sujetos sexuados.

[46]Es decir, en cada detalle de la vida de los sujetos que nos permitiría entrar con toda su crudeza en la afirmación de Havelock Ellis de que “el sexo se halla en la raíz de la vida” (Ellis & Symonds, 2008, p. 91), siguiendo la lectura que Lejárraga (2014, pp. 81-97), realiza en el capítulo dedicado a dicho autor .

[47]Empleado en Sáez (2003, pp. 100-106) para articular su propuesta de la “demanda erótica” y la “expresión afectiva” como posibles caracteres sexuales terciarios. Otros pares polares que incluye en su propuesta son evidente-sutil y directo-indirecto.

[48]Así, desde la lógica del club se dice que jugar con muñecas o vestir una falda es femenino. Sin embargo, desde el sexo, esta cuestión es implanteable por ilógica pues ¿cuál es el otro referente relativo de jugar con muñecas o de vestir una falda? ¿cual es su continuo horizontal? No lo hay.

[49]Es decir, lo contrario a un macroconcepto que, por su complejidad y densidad, precisa de una disciplina dedicada a organizar y acotar su campo. En este caso, la sexología.

[50]Es especialmente manido el caso Reimer como prueba irrefutable de que el modo sexuado de los sujetos no es sensible a la crianza o lo es muy poco. Por lo general, se toman como base las críticas vertidas en el libro del periodista Colapinto (2000) sin haberse asomado siquiera a la ingente obra del propio autor en cuestión o, cuando menos, a otros puntos de vista sobre el autor y su aportación, como el ofrecido por Goldie (2014). Con lo cual, a partir de este caso, se llega a afirmar que la identidad sexuada es poco menos que innata, lo cual es aún más grave. Con intención o sin ella, se obvia así que también se produjo un accidente en la zona genital, también por circuncisión eléctrica, con otro niño. Sin embargo, en este caso la cirugía genital y la crianza como niña comenzó antes, a los 7 meses de edad. Y, curiosamente, se podría decir que demostró lo contrario de lo que se supone que demuestra el caso de Reimer (Bradley et al., 1998).  ¿Entonces? Sencillamente, entonces, nada. No se puede hacer ciencia con un caso. Máxime cuando existen infinidad de variables que aún se nos escapan. Y tampoco con dos casos, den los resultados que den, coincidentes o no. Lo que sí se puede es ser más prudente con los discursos que se elaboran desde una disciplina que se estima.