UNA VERDAD OCULTA O DEFORMADA

El Evangelio nunca ha rechazado el sexo

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Los llamados pecados de la carne encuentran en el Nuevo Testamento una actitud de simpatía y compresión.

Santo Tomás, inspirador de muchos moralistas, identificaba a la sexualidad con la lujuria, confundiendo placer y vicio.

La agresividad de muchos «católicos» rebeldes, que hoy se declaran en contra de «todo lo que signifique religión», no suelen tener en cuenta alguna cosa muy fundamental, como es que el Evangelio cristiano no condena la sexualidad. La tradición maniquea –y no cristiana, por tanto- fue la que introdujo en el cristianismo el odio a la carne.

Cuando alguien lee con sinceridad y con un poco de lucidez el evangelio puede darse cuenta de que muchos «cuentos» y «rollos» que han venido pasando como cristianos no son más que infiltraciones maniqueas que, fundamentalmente, no tienen nada que ver con lo que básicamente es ser cristiano.

Pero la poca cultura y la poca educación religiosa que se ha dado, lleva a muchos a meter todo en el mismo saco y, como consecuencia, a ponerse hoy en contra de «todo», sin parar mientes ni distinguir el trigo cristiano de la paja pseudocristianta. El maniqueísmo fue una religión no cristiana. En los primeros siglos influyó mucho sobre el cristianismo, de forma que muchos teólogos, movidos por sus doctrinas, lo asimilaron y lo identificaron con el cristianismo. Posteriormente, otras ideologías siguieron viviendo de esta savia equívoca.

LA SIMPATIA DEL EVANGELIO

Es curioso como muchos cristianos han visto una actitud de misericordia (simpatía traducimos nosotros) en el Evangelio, con todo lo que se refiere a «la carne». Los llamados pecados de la carne –que tanto sermón han provocado- tienen en el Evangelio una actitud muy humana, como ante la fragilidad. Sin embargo, las mayores diatribas del Evangelio van hacia los pecados de injusticia. La Iglesia ha sufrido un espejismo desolador. Ha seguido una vez más su actitud de aversión a la carne y se ha cebado contra ella, mientras que ha dejado de lado lo que es más genuino del Evangelio: la condena –sin reservas- de la injusticia social.

Por eso –cuando hoy se habla en general de todo esto-, se corre el riesgo de generalizar y de meter en un mismo saco lo que es evangélico y cristiano con lo que no pasa de ser un estilo eclesiástico de actuar, movido por muchos intereses e ideologías que no son, básicamente, evangélicas, por más que las etiquetas quieran hacerlo ver.

EL SEXO SEGÚN SANTO TOMÁS

Santo Tomás de Aquino ha sido un gran maestro de la tradición teológica occidental. Santo Tomás ha sido seguido al pie de la letra en toda esta problemática, lo mismo que a él han seguido los moralistas que han hecho la gran moral oficial occidental. Sin embrago, hoy Santo tomas no puede opinar sobre la sexualidad. He aquí una razón, entre otras muchas. Santo Tomás no ha podido comprender qué es la sexualidad humana. Ha creído que es la lujuria y el vicio. Pero su actitud no ha sido otra que la de identificar sexualidad con lujuria.

Vamos a ser más claros: la sexualidad es un descubrimiento muy moderno. La lujuria si es algo más viejo. Lo que siempre ha visto la Iglesia ha sido la confusión entre placer y vicio. De ahí su insistencia en unir el sexo con la procreación. La procreación ha sido para la moral tradicional el único objetivo del sexo. De ahí que todo lo que no fuera conducente a la procreación fuera condenado como lujuria y vicio.

Nuestra época ha logrado separar nítidamente la sexualidad y la procreación. Son dos cosas muy distintas. Ambas, buenas, cada una a su manera.

REDESCUBRIR LOS TEXTOS

La labor que hoy están haciendo muchos teólogos y moralistas comprometidos es la de redescubrir el Evangelio, que ha ido quedando tapado y amordazado por influencias espúreas. Es este el camino más eficaz para una nueva compresión del ser cristiano, de lo que es esencial al fenómeno cristiano, confundido con mucha hojarasca y pacotilla, que se ha ido colocando encima y que no tiene nada de auténticamente cristiano. De ahí la revolución dentro mismo del seno de la Iglesia Católica.

El concilio Vaticano II dio un gran paso en este camino de cambio y de liberación; de búsqueda de la sinceridad, por debajo de estructuras superpuestas y bastardas que pasaban como cristianas cuando no lo eran. Los más pujantes avances han venido, no obstante, de los profetas nuevos que han provocado la necesidad de otra visión y otra vivencia de estas realidades. Sinceramente, el Evangelio y el cristianismo no son lo que nos han hecho creer.

CUANDO LOS IDOLOS CAEN

Los grandes ídolos que han sido mantenidos durante siglos como «verdaderos dioses» han ido cayendo –y siguen cayendo- de sus orgullosos pedestales. Se trata de engañifas por debajo de las cuales se está asistiendo a un reencuentro de la actitud religiosa sincera y genuina de lo que es el grano, demasiado tapado por la paja de la moralina y de los intereses.

En esta obra de redescubrimiento se están poniendo en claro muchos equívocos. La actitud general hacia la sexualidad está empezando a cambiar. Queda todavía mucho por andar para que sea admitida como es, y no como la moral tradicional ha querido que fuera. Podemos decir, siguiendo a Paul Ricoeur, que cuando los ídolos son demolidos, la genuina actitud religiosa emerge del fondo de la sinceridad humana. Es el tiempo de la reconstrucción de esa actitud sincera y desinteresada; es el tiempo de una revolución en la teología y en la moral, pero sobre todo en las costumbres.

Es el tiempo de la esperanza. Los valores humanos están siendo vistos de una manera muy diferente de como lo fueron por la tradición. Y es el momento propicio de una entrada a fondo en el Evangelio. La sexualidad puede ser vista en toda su integridad y no tiene por qué estar reñida con el Evangelio. Solamente quien se oponga a la sinceridad saldrá malparado de esta confrontación.

Efigenio Amezúa (Sexólogo)

Convivencia Sexual (1975)

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