LA SEXUALIDAD INFANTIL Y LOS CELOS

TRIÁNGULO SENTIMENTAL EN LA INFANCIA

La sexualidad infantil y los celos

¿Se dan celos entre los niños? Hay una palabra curiosa que se usa mucho hablando de los niños: la envidia. Hay un término un poco más terrible que se procura evitar: rivalidad. Y hay otra que, en su sentido de “mayores” no suele usarse jamás: los celos. El carácter sexual que los celos llevan en los mayores, se tiende a eliminar o a disminuir entre los pequeños, inocentes ellos.

Sabemos, sin embargo, que muchos comportamientos de los adultos tienen raíces en la infancia. Por no exagerar no vamos a decir que todos, cosa que de buena gana diríamos muy claramente. Pero seamos relativos y quedémonos así. Hay una fase del desarrollo de la personalidad en todo individuo (en torno a los tres-cinco años) que se conoce como “fase edípica”. Lo de “edípica” viene por ser el complejo de Edipo la red que domina sus manifestaciones.

El niño vive una complejidad de sentimientos cuyo chasis es el deseo de poseer a la madre, en exclusividad, al mismo tiempo que comprueba que su madre pertenece a otro. Este otro es el padre, su rival. Lo mismo podemos decir de la niña, aunque la situación resulte un tanto más compleja. Esta etapa de la vida es de capital importancia para el desarrollo de la persona.

Esta situación, vivida en unas épocas de las cuales se suelen tener pocos recuerdos, queda más grabada de lo que parece. Es una situación de celos, de querer poseer –en todo el hondo sentido que tiene esta palabra– al padre o a la madre (según el sexo), y de odiar a quien lo arrebata. Es una situación que se repite de diversas formas a lo largo de la vida, y de un modo especial en lo que solemos llamar celos.

LOS TRIANGULOS EN LA INFANCIA Y EN LA EDAD ADULTA

La escena primitiva en que se vive esta rivalidad, este juego del odio y del deseo, ha sido descrita siempre por los psicoanalistas como un triángulo: Padre, madre, hijo. La escena que, andando el tiempo, se presentará es otro triángulo: hombre, mujer, hombre (o mujer, según el caso). En la escena primitiva se juega la especialización sexual como núcleo. Es el descubrimiento de la sexualidad como estructura básica de la relación. Es el descubrimiento del deseo, y del objeto del deseo en su más fuerte manifestación.

Si comparamos el célebre triángulo edípico de la infancia con el célebre triángulo de los celos en la edad adulta, notamos una serie de similitudes que no son de desdeñar. Por otra parte, sabemos –por el psicoanálisis–lo clave que es ese célebre triángulo, y su solución, para la personalidad del niño. Sabemos también cómo las personas que no han resuelto bien esas situaciones infantiles, son personas pobres e inmaduras.

Esto puede ayudarnos a comprender otra de las anotaciones que se hacen a propósito de los celos: las personas más inmaduras son las más propensas a diversas clases de celos especiales, anormales y hasta patológicos.

LOS CELOS NO SON OBRA DEL DIABLO

En el fondo de todo, el problema de los celos en los adultos plantea una cuestión más honda: la aceptación del otro, que equivale a la limitación propia. Poseer al otro en exclusiva, equivalente a no reconocerle como libre. Equivale a querer absorberle para que nadie se lo lleve, para que –en definitiva– no sea él mismo. Estos procesos son vividos en la infancia, en los momentos en que se esbozan los esquemas más básicos del hombre como ser de relación.

Todo esto puede llevarnos a comprender que los celos o son –como se ha dicho en otros tiempos– un invento del maligno, o fruto de unas pócimas. Son manifestaciones de formas de relación, de modos de ver el mundo y de ver a los otros, admitiéndoles como son o negándoles su derecho a ser como ellos quieren ser. La inmadurez y los celos se encuentran, pues, en conexión directa con un reconocimiento del otro como tal. En ese reconocimiento la relación amorosa puede resultar una ayuda, pero también un tormento. Relaciones humanas inmaduras, relaciones amorosas de personas inmaduras.

Efigenio Amezua

Convivencia(1975)

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