EN LA HISTORIA

¿ES DESEABLE LA MUJER EMBARAZADA?

CINCO MUJERES INSACIABLES

Messalina, emperatriz romana, solía hacerse pasar por prostituta para satisfacer sus deseos.

Cleopatra, reina de Egipto, mezcló eros y política, ya según el principio: “haz el amor y no la guerra.

George Sand, devoradora de genios, y protagonista de una bacanal de perversiones.

Catalina la Grande adornaba su alcoba con bajorrelieves excitantes y seleccionaba «machos» selectos.

Los casanova y los donjuanes, muy conocidos por todos, han solido llevar elogios como conquistadores y amantes. Por el contrario, sus paralelos en femenino han recibido la crítica y la condenación general. Damos a continuación una serie de personajes femeninos célebres por sus excesos.

MESSALINA, O EL DISFRUTE SIN RESERVAS

La historia y la leyenda se han puesto de acuerdo por designar a Messalina como la más representativa de esta fila de aventureras femeninas dadas al disfrute del sexo sin reservas, o –por lo menos- con no tantas como la mujer ha tenido a lo largo de los siglos. Por si esto fuera poco, la misma ciencia se ha encargado de nombrar a una cierta labilidad en las prácticas sexuales con la etiqueta de «messalinismo» o «complejo de Messalina». Es posible que haya habido mujeres –cómo no- más “disfrutonas” que la misma Messalina. Igual que es posible que haya habido personas más sádicas que el «divino marqués» que dio nombre al sadismo. Unos llevan la fama y otros cardan la lana…

Quien era Messalina

Una mezcla de erotismo y crueldad. En ocasiones más lo primero y en otras lo segundo. Eso es lo que nos ha legado la historia, por supuesto no exenta de leyenda. Nacida en los primeros años de nuestra era (año 15, dicen algunos) y muerta en el 48. Una treintena de años llenos de las más colosales y pintorescas aventuras eróticas. Petronio, el célebre autor del “Satiricón”, su contemporáneo, ha dejado sabrosas pinceladas de esta emperatriz, que no tuvo reparos en ser «puta y cortesana, amante de libres y de esclavos», por puro placer y por intrigas.

Iniciada en las licenciosas costumbres del placer, como otras muchas romanas de la época, recién estrenada su adolescencia, esposa del emperador Claudio, ya cincuentón y achacoso, con poderes para las intrigas y con ganas de darse a los mejores y más apuestos soldados, cumplió al pie de la letra con el designio que los dioses le habían dado, transmitidos por boca de adivinos y oráculos muy alentadores…

«Dio su cuerpo a un lanista de gladiadores a causa de su fuerza; a Vinicio, sobrino de Claudio, porque era de naturaleza ruin; a Sabino, porque poseía una hermosa cabellera y gustaba del perfume de verbena que exhalaba; otro fue por el color de sus ojos; otro, porque sus manos estaban siempre calientes; otro, por tener el cuerpo muy virilmente velludo; otro, por tener la piel muy lisa y fina… En Baies, después de bañarse, se dio, en presencia de su esclava Livia, a un pescador que por allí pasaba…»

La gama de sus elecciones –concluyen ciertos biógrafos- no tenía más límite que su deseo.

Calculadora y discreta

Pese a todos los escándalos de los que se le hace protagonista, Messalina mantuvo un estilo de discreción bastante calculado. Cuando en el barrio de Suburra iba a hacer el amor con los soldados, se cuidaba de ir salapada y de incógnito para no hacer notar su condición y rango. Cuando se transformaba en prostituta, bien se cuidaba de no dar excesivas muestras de dinero que poseía. Cuentan incluso cómo se hizo instalar una villa en las cercanías de la ciudad para recibir a sus preferidos en toda tranquilidad, cuidando de poner los papeles de propiedad a nombre de otras personas.

Cuando el joven Tito hizo alarde sus «amores imperiales», Messalina no dudó en cortar por lo más sano, administrando a éste un buen veneno. El gran amor de Messalina fue –dicen las crónicas- el apuestísimo general Valerio Asiático, el hombre sus preferencias por la virilidad y el arrojo que tenía… de los testimonios que han dejado los historiadores de una u otra ideología, se suele hoy concluir que la gran Messalina solamente tenía de diminutivo el terminar de su nombre. Grande, osada, desmedida, al mismo tiempo que calculadora e intrigante. Toda una mujer patrona de excesos. Así fue Messalina, entre la historia y la leyenda.

Messalina a juicio

Todos estos datos han dado a la emperatriz romana un aire de tormenta erótica indomable. Muchos han hablado de “mujer ninfómana”. Lo más cierto –a juicio de lo que podemos saber- es que Messalina no es una ninfómana, sino un donjuán en femenino, una gran aventurera movida por el placer erótico, que sabía nadar y guardar la ropa; buena administradora de sus galas y poderes. Una mujer que aprovechó al máximo su cuerpo, y que disfrutó de él cuando pudo y la dejaron.

Las malas lenguas, evidentemente, la han hecho una desvergonzada. No vamos nosotros a concluir que fue una santa, virgen esposa. Lo que si podemos afirmar es que, en el ambiente que era el suyo, el romano, supo llevar a cabo sus deseos de mujer libre y sexual. De todo ello, Messalina sacó siempre lo que pudo. La historia la ha juzgado hasta hace poco como una depravada. Puede que el tiempo vea en ella otra faceta. De lo que no cabe duda es de que supo explotar sus encantos y vivir su sexualidad hasta los límites más insospechados.

CLEOPATRA, ENTRE LA CAMA Y EL CAMPO DE BATALLA

Si Messalina tuvo como objetivo el placer, con mezcla de intrigas y de ambiciones, en el caso de Cleopatra encontramos más unidos dos factores que han movido al mundo desde todos los tiempos: el eros y la política.

De todos son conocidos los amores de Cleopatra con Julio César, y las repercusiones que éstos tuvieron para la política militar de ambos imperios. Se ha dicho que la nariz de Cleopatra ha condicionado a Occidente más que la filosofía griega. La exageración puede que no lo sea tanto. La realidad es, sin embargo, que cleopatra, con sus galas y encantos, ganó para su pueblo lo que muchos generales no hicieron con las armas. Coqueta, graciosa, hermosa, estratega e inteligente. Julio César y Cleopatra, haciendo el amor, han pasado a ser la forma más perfecta de evitar la guerra. Los duelos de cuerpo a cuerpo tomaron en este caso un cariz que –aunque parezca infantil-, fueron más nutridos y provechosos para la humanidad que los duelos de armas y la sangre.

Tras Julio Cesar vendrá Marco Antonio, nuevo gran amor de Cleopatra, con lo que el contubernio de los imperios (el romano y el egipcio) se iba realizando más en la cama que en el campo de batalla. Durante las ausencias de Marco Antonio, Cleopatra se dedicaba a disfrutar de amantes ocasionales, elegidos al azar con cierta selección por los gustos de la reina más bella que la misma Venus, según dijeron sus imperiales amantes.

El eros de una reina

Cuentan las crónicas que, para las aventuras eróticas no trascendieran más allá de la alcoba real, Cleopatra tuvo por sistema, durante bastante tiempo, seguir con sus conquistas la política erótica de la viuda negra: matar a sus amantes recién terminada la aventura. Cualquiera que hoy piense en esto no puede sacar muy buena imagen de la Cleopatra erótica.

Otra de las aficiones de la gran belleza era la de recorrer los prostíbulos y lupanares, haciéndose pasar –de incógnito- por una prostituta. Cuentan las lenguas una doble versión: la política, para enterarse de lo que la plebe pensaba de sus superiores, y la práctica erótica de disfrutar de los apuestos soldados en orgías desenfrenadas. Lo que sí es cierto es que Cleopatra luchaba con sus armas por una causa o por la otra.

Venus (diosa del amor) y Marte (dios de la guerra) hicieron en Cleopatra una ubérrima cosecha. El final es conocido de todos: la tragedia de la muerte de Marco Antonio y Cleopatra, entre el malentendido y la pasión, que ha dado uno de los motivos más atractivos de la literatura de amor.

Juicio de la historia

Cleopatra, la bellísima reina de Egipto, vivió una vida doble de política y de erótica. Unos la hacen más ambiciosa y otros más sensual. Llevó los designios de su pueblo, tal y como todos los de su tiempo, utilizando las armas que tenía a mano. En su caso, la belleza y la sensualidad. Disfrutó todo lo que pudo de su sexualidad. Amó con gran pasión. Los historiadores le conceden un gran corazón, al mismo tiempo que un gran cuerpo. También critican sus intrigas de política. Sea lo que fuere, algo es cierto: Cleopatra ha sido una de las mujeres más representativas de la sexualidad femenina.

NINON Y GEORGE SAND, DOS SENSUALES ILUSTRADAS

Ninon de Lenclos ha sido una mujer intelectual y cultivada, que no ha pasado al gran público, como ha sucedido con otras mujeres célebres. Y, sin embargo, pocas mujeres han reunido en sí –como decía uno de sus amantes- “la voluptuosidad de Epicuro y la virtud de Catón”. Una mujer compleja, hondísima, inteligente, sensible, que en la vida real hizo el amor las veces que le apetecieron, sin por ello abandonar su altura y calidad de mujer excepcional.

De ella puede dicirse todo menos que fue una ramera. Muy pocos se han atrevido a usar calificativos despectivos con ella, dada su gran calidad de mujer. Entre sus favoritos se cuentan hombres tan célebres como Richelieu, el márques de Sevigné, el duque de Longueville y el mismísimo –y célebre moralista- La Rochefoucauld, quien nos dejó muchas de sus buenas máximas («Los caracteres»), merced a las lecciones prácticas que de Ninon recibió.

La otra cara de la frivolidad

La frivolidad es una etiqueta que suele ponerse a menudo sobre las personas que practican la erótica, porque no se ha tenido un buen concepto de la misma. Ninon de Lenclos es, sin ninguna duda, una mujer que ha sido capaz de vivirla y de elevarla a rango de gran valor. Los amantes que pasaron por su vida quedaron influidos por la huella de su talento. Y es preciso decir que sus amantes fueron la flor y nata del pensamiento y de las letras del siglo XVII francés. Nació en París en 1616 y murió en París en 1706. Es una pena que no se algo más conocida de lo que lo es entre minorías…

Aparte de estas virtudes, hay una en Ninon que valdría la pena resaltar. Y es que su erótica sobrepasó esa curva fatídica e injusta que ha dado en llamarse menopausia. ¿Quién puede decir de ella que tiene setenta años?. Esa frase pasó por muchos salones de conversación y tertulias literarias. Sus relaciones eróticas no decayeron con la edad. «Mi pasión sigue como a los veinte años», respondía ella cuando algunos le dirigían alguna que otra sinuosidad. En las antologías de la erótica de la edad madura, Ninon figura en primera línea. ¿Por haber vivido a fondo la doctrina de Epicuro? Algunos –y, sobre todo, algunas- llegaron a sugerir que había hecho un pacto con el diablo. De lo que no cabe duda es de que Ninon fue una mujer excepcional, y no precisamente por su mediocridad…

LA GEORGETTE INTELECTUAL Y PASIONAL

Todos conocen la historia de Gorge Sand, seudónimo de aquella mujer que, para poder gozar de ciertos derechos que la sociedad negó al «sexo débil», vistió pantalones y empezó a fumar cigarros puros. Todos saben también que esta mujer firmó sus obras con un nombre masculino por parecidas razones. Todos saben que esta mujer ha sido una de las más altas representantes de la literatura francesa en la época grande del siglo XIX…

No todos saben, sin embargo, de su azarosa vida amorosa, con una dosis fuerte de erotismo de cada relación. Nacida en París en 1804, casada a los dieciocho años con un noble barón, a quien deja a los veintitantos, la Georgette se interna en la fronda de la práctica amorosa con las personalidades más representativas de las artes y las letras. Merimée, Sainte-Beuve, Alfredo de Musset… todos los que visitan Palma de Mallorca pueden conocer los recuerdos de su aventura con Chopin…

Su romanticismo no le impidió ser sensual, ni su tristeza limitó la alta tensión de sus encuentros eróticos. Las malas lenguas le atribuyen muchas visitas a un célebre club de la rue Richelieu, de París, para disfrutar del erotismo homosexual. Las malas lenguas han echado sobre ella todos los vicios considerados «impropios de una mujer». La realidad de George Sand (su nombre auténtico era Armandine Lucie Aurore Dupin) es la de una persona que prefirió chocar por sus excesos antes que soportar las gris indiferencia de una dama puritana de salón.

La obra de la polémica: «Gamiani, o dos noches de excesos»

Los amantes de la literatura erótica conocen una obra clásica muy cotizada. Se trata de Gamiani, atrivuada a Alfred de Musset y a George Sand. En realidad, esta atribución ha sido más gratuita que probada. Eso es lo cierto, sin embargo, la vida que llevaba la Gerogette no solo motivó su coautoría, sino su protagonismo. Su obra cuenta una «suprema bacanal de actos sexuales», que tienen lugar en dos noches de excesos (de ahí el subtítulo de la obra. Fue publicada por vez primera en 1833, y las ediciones piratas y clandestinas se siguieron en cadena. Pertenece a ese género de literatura secreta que nunca ha visto la luz pública oficial, pero que –a la chita callando- se han ido reeditando sin parar. Durante muchos años las traducciones, ya en ediciones especiales, han permitido su mayor conocimiento. Gerge Sand es un nombre –con o sin fundamento- unido a ella. No somos nosotros los encargados de descifrar aquí el misterio de lo que ella tuvo que ver, realmente, en la obra y en su inspiración…

CATALINA LA GRANDE, O LA VORACIDAD SEXUAL

Lo que ocurre con esta emperatriz de Rusia es digno de una consideración especial. Es curioso cómo Catalina utiliza a los hombres, de la misma forma que muchos hombres utilizan a las mujeres. He ahí la novedad. Aparte los juicios de valor, el hecho más revelador es la corte de mancebos y la selección que Catalina hacía de la misma, igual que un emperador lo hace con las concubinas. Aquí se han cambiado los papales.

Sin embargo, hay dos épocas en la vida de Catalina II de Rusia. Una es la de los amantes eróticos y cordiales, entre los que se cuentan –entre otros- Poniatowski, Orlov, Wassiltschikov, Potemkin…, agraciados todos ellos con puestos y con rublos. Y otra época es la que empieza Catalina cuando llega a la cuarentena, dedicándose a los placeres de la cama con «machos» selectos, con «verdaderos sementales», seleccionados en comité previo.

La gran Catalina entra en una fase de su vida en la que se convierte en «adoradora del falo» tal y como algunos la han designado. Desde esa edad hasta su muerte (nació en 1729 y muere en 1796), su carrera de excesos no se detiene, pasando por prácticas de lo más variopinto y refinadas. Son célebres los acoplamientos múltiples. Así como la decoración de su alcoba, más similar a un templo de Venus que a la alcoba de una emperatriz. Entre otros decorados, sobre su cama figuraba un bajorrelieve con una escena de felación, especialmente indicadora y excitante.

De los amantes que ella elegía, y a los que guardaba una fidelidad relativa, sólo quedaba Potemkin como representante «espiritual» de sus amores. El resto fue un desfile sucesivo y variadísimo de mozos apuestos, capaces de saciar su deseo erótico insatisfecho. Entre estos mozos hubo alguno que duró un poco más: es el caso del compositor Rimsky-Korsakov, que aguantó cuatro años en su lecho.

Los amantes ocasionales se suceden, y Catalina la Grande, la Gran Catalina de Rusia, murió «con las botas puestas» en cuanto a su práctica sexual.

Efigenio Amezua (Convivencia 1977)

Sexólogo

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