Lo que atrae del hombre a la mujer y de la mujer al hombre

ELEMENTOS ERÓTICOS MENOS APROVECHADOS DEL HOMBRE Y LA MUJER

LA ATRACCIÓN DEL VELLO MASCULINO Y FEMENINO

 

Según se ponga el acento en el carácter o en el sentimiento, en la función social o en la intimidad, encontramos los mismos modelos que están secretamente dictando el por qué de que tal mujer prefiere a tal hombre, o al revés. Se dice con frecuencia que el hombre va siempre más al sexo. Y que la mujer va más al amor. Cliché que responde perfectamente a lo dicho, dado que el amor tiene una leyenda de mayor delicadeza, mientras que el sexo la tiene de brutalidad.

Se dice que el hombre quiere una mujer que sea muy femenina y que la mujer quiere al hombre muy masculino. ¿Qué se entiende por tal? Estamos de nuevo en la encrucijada compleja de los códigos eróticos que hemos apuntado. Y esta encrucijada, esta mezcla tan folklórica que hoy tenemos, es la que constituye la insatisfacción de muchos hombres y de muchas mujeres. ¿Por qué? Por nuestra actual situación de tránsito de unos patrones del comportamiento que vienen de muy lejos y que están ahí, a otros comportamientos que hoy se empiezan a perfilar y que, a veces, más que estar ahí, solamente se quisiera que estuviesen.

Las encuestas llevadas a cabo a este respecto dan una gran gama de datos que revelan estos puntos que aquí hemos intentado resumir o simplemente sugerir.

Se pregunta a veces cuál es el cuerpo ideal del hombre para la mujer y el de la mujer para el hombre. No hay cuerpos ideales. Hay sentimientos personales que construyen sus «modelos ideales». Y todos sabemos que los sentimientos dependen de muchísimos aspectos muy variables en la vida de cada uno.

ELEMENTOS ERÓTICOS MENOS APROVECHADOS DEL HOMBRE Y LA MUJER

Hay elementos eróticos que entran con más frecuencia en la relación sexual y elementos que entran menos. ¿Cuáles son los más ausentes y que, sin embargo, podían ser también de gran utilidad para el fomento de una relación sexual más satisfactoria y gratificante para los dos?

En general, y por lo que concierne a nuestras costumbres sexuales, podemos percibir un uso excesivo de ciertos comportamientos comunes y conocidos, frente a un déficit de otros comportamientos que, sin ser anormales o perversos, no son sin embargo utilizados. Cuanto más ignorancia y puritanismo hay, más desaprovechado queda el potencial erótico.

Por ejemplo, ante la monotonía existen gestos y posturas que pueden muy bien dar variedad y novedad, sorpresa, a la relación sexual. Esas posturas —de las que un día trataremos en estas páginas de un modo extenso— son elementos desaprovechados para muchos.

Del mismo modo cabe pensar en las caricias que muchos hombres y mujeres desean hacerse y que no se atreven por una falsa idea del pudor sexual. Son otros tantos gestos de los que se privan y son otros tantos elementos eróticos que dejan sin cultivar. Por ejemplo, en nuestra sociología femenina, el clítoris no suele ser conocido ni explotado con la humanidad erótica que podría hacer pensar, como ya hemos apuntado anteriormente, pero no todas nuestras deficiencias se reducen a la omisión del clítoris como elemento erótico desaprovechado.

En otro orden sucede lo mismo con los pechos masculinos que, para muchos, son de una gran dosis de potencial sexual. Así como la zona interna de las piernas. Una zona muy poco cultivada, por recaer sobre ella una maldición peculiar, es el perineo tanto masculino como femenino. Es la zona que media entre los órganos genitales y el recto. Zona rica en tensión erótica, pero muchos prefieren ni mentarla, por pensar que es sucio y de mal gusto.

LA ATRACCIÓN DEL VELLO MASCULINO Y FEMENINO

El vello humano es un elemento natural del cuerpo. En el hombre, más desarrollado a lo largo y ancho de su anatomía. En la mujer, más escaso y centrado en ciertas zonas, no de un modo generalizado. Como elemento natural humano el vello es de hecho un elemento erótico más o menos importante, según los gustos.

La mujer —como norma general— admira el vello en el cuerpo del hombre. Sin duda, como explican algunos psicoantropólogos, hay en ello un elemento inconsciente y cultural muy remoto que procede desde los abismos insondables de la raza y de la especie humana en sus etapas de evolución.

Por su parte, el hombre no suele coincidir en esta admiración con su pareja femenina. Han sido frecuentes las modas de depilación total femenina. Hoy, como en todos los tiempos, hay quien desea a la mujer lisa y lampiña. Y casi habría que reconocer que, hoy por hoy, es lo más común.

Sin embargo, esto no quiere decir que no haya atracción ante el vello femenino. Ciertos hombres consideran disminuida a la mujer depilada. Las normas de cultura tienen aquí gran parte de condicionamiento. Pero, como decimos, ciertos hombres gustan y admiran este elemento natural en la mujer.

Dado que estos hombres se apartan de los gustos y códigos eróticos comunes, podría pensarse en un fetichismo, incluso en una obsesión o una desviación. Y, sin embargo, no es así. Pensemos, a título de ejemplo, en algún detalle indicador. Por ejemplo, el componente bisexual de todo hombre y mujer. Lo que para un hombre excesivamente viril puede ser motivo para desarrollar su «vigor y potencia», a otro hombre, más transido de elementos femeninos, la pilosidad de la mujer puede llevarle a un objetivo secretamente deseado.

La masculinidad neta, como la neta feminidad, no se da nunca en la especie humana. Y esto, que explica el mayor o menor vello femenino, puede también ayudar a comprender ciertos gustos eróticos dentro de la misma línea.

Por otra parte, en pleno fetichismo, muchos castos justifican obsesiones infantiles que no han podido ser satisfechas de otro modo y que, en la edad adulta encuentran su objetivo a través de estas situaciones concretas.

Ciertos hombres muy «viriles» sueñan con mujeres-niñas, con la piel de pétalo, sin una arruga, sin una pilosidad que la empañe, como una muñeca de la infancia. Y su relación no deja de ser compensadora de un cierto elemento paidofílico, es decir, de atracción hacia las niñas de corta edad, impúberes.

Pero, en todo esto, desde los cánones eróticos más comunes hasta la desviación como tal, hay un largo camino, tan largo como los mismos gustos.

 

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