RAZONES PARA LA EXISTENCIA DE UNA CIENCIA SEXOLOGICAManuel Lanas Lecuona

 

 

 

Director de la tesis doctoral:

Profesor Dr. Joxemartin Apalategi Begiristain

Departamento:

Filosofía de los Valores y Antropología Social

Universidad del País Vasco-Euskal Herriko Unibertsitatea

 

INTRODUCCIÓN

 

Para introducir, ¿qué hay que añadir? ¿Un resumen, un modo de empleo, una declaración categórica, un párrafo de valor literario? No teniendo la intención de presentar un producto claramente delimitado y fácilmente identificable, correré el riesgo de mostrar el andamiaje, las impresiones de base, los procedimientos del método, los detalles de la demostración.

Jacques Donzelot, La policía de las familias, 1990: 7.

 

El texto que tenemos entre manos es el resultado de un viaje, para mí, inquietante. Me sentía profundamente insatisfecho por las respuestas que comúnmente se daban desde mi disciplina a quienes demandaban atención sexológica. Estaba teniendo muchas oportunidades de probar que los discursos clínicos y clinicalistas acerca de nuestra vida sexual incidían realmente en su problematización. Y, como profesional de la Sexología, intuía el valor dispar de mi contribución a la resolución de las dificultades sexuales de mis consultantes. Me rondaba la idea de la defensa de una tesis dicotómica.

 

Un viaje con sólo tres escalas. Tres principios metodológicos siguiendo un orden lógico. Porque, como bien sabemos, ya otros me precedieron (razón histórica); porque mis argumentos fundamentales hunden sus raíces en mi praxis sexológica (razón pragmática) y porque, en última instancia, a mí también se me exigirá un pequeño grano de arena en la clarificación del arsenal conceptual de nuestra disciplina (razón epistemológica). La elección de estas prolongadas escalas no ha sido, evidentemente, arbitraria. Sin embargo, pude haber recalado en otros puertos menos abrigados: razón política, razón institucional, etc.

 

Razones, ¿para qué? —y pienso, seguidamente, que la duda palpitará en el ambiente por mucho tiempo, aunque yo estime estar seguro de algo que a continuación explicaré—. He partido del supuesto de que, hoy en día, la comunidad científica no puede dejar de reconocer dos prácticas profesionales a las que adjetiva con la etiqueta de «sexual», o a las que hace constituyentes del saber simbólico que denominamos Sexología. Complementariamente, he considerado que la práctica totalidad de las terapias concernientes a nuestra esfera sexual suelen identificarse como intervenciones clínicas (médicas y psicológicas), o, desde ellas, se admitiría una tal catalogación.

 

Pues bien, contemplado así el panorama terapéutico, y entendiendo que las alternativas educativas vigentes no dificultarían —en términos de crítica sociocultural— el avance de las formas de abordaje funcional estricto de nuestra vida sexual, me parecía que la Sexología podría muy bien no ser considerada como una ciencia autónoma más y sí, en cambio, como un espectro de sub-especialidades relativas a disciplinas mejor definidas, como la medicina, la psicología, la pedagogía u otras más. Y, desde luego, yo pensaba —y sigo pensando ahora— que éste sería el riesgo más grave de nuestra progresiva institucionalización.

 

Pagaríamos un altísimo precio, pues difícilmente nos atreveríamos a deslegitimar las vías que encarrilan a tantos profesionales inscritos y adocenados bajo el emblema sexológico, desde atalayas en apariencia heterodoxas, por más privilegiadas que éstas fueran. Ahora bien, los más perspicaces críticos ya se habrán dado cuenta de que muchos de mis colegas ejercen su profesión con un notable sentido del humor: por un lado, reflejan su querencia por ese logos del emblema y, por otro, afincándose en la clínica, manifiestan un lastimoso desapego por una investigación original, la única que le dotaría de contenidos.

 

Aunque nos hayamos formado dentro de un referente comprensivo, no hemos podido dejar de invocar a los cantos de sirena de la poderosa literatura sexológica norteamericana. Hemos concedido excesivo valor a la desenvoltura clínica —y digo «hemos» porque también yo me rendí durante cierto tiempo a su cegadora y sesgada facilidad—. No entraré en las razones de las mudanzas o permanencias metodológicas ajenas, pero me tocará indicar que fueron, precisamente, mis frustraciones clínicas las que me violentaban, de manera muy especial, a tomar en solitario mi senda en la verstehen.

 

La asunción de este proceso no obedecía a ningún empacho literario. Me sentía liberado de toda escolástica y me podía servir de cualquier tipo de discurso congruente con mi radical intransigencia frente al clinicalismo sexológico. Los textos críticos para con la psiquiatrizante manipulación de las sociedades más avanzadas en este final de siglo eran —y permanentemente lo son— una fuente formativa privilegiada para quienes nos entregamos a un verbo sexológico humanizante y, por consiguiente, no centrado ni en la clínica ni en la conveniencia de su universal propagación. La obra de Laing, Cooper, Esterson, Szasz y otros entraría en mi reflexión crítica al respecto.

 

Entonces, lo que yo haré en la razón pragmática es desplegar, como si de un telescopio se tratara, mi particular decantamiento metodológico. Para mostrar así los pasos de una apuesta cualitativa, comprensiva y antropológica que es, simultáneamente, praxis sexológica ritualizada y fundamento insustituible de mi discurso sexológico. Y lo haré, al fin, con los apartados dedicados a la entrevista y a los documentos que los sexólogos demandamos, que anteceden lógicamente a la presentación puntual de un marco demasiado evidente: el de esas paralelas espirales que me he permitido trazar entre las necesidades socioculturales y las ofertas profesionales, referidas a la problematicidad sexual humana.

 

La Sexología, como respuestas disciplinares inciertas. Como abanico de alternativas terapéuticas divergentes frente a tropeles de demandas articuladas, estereotipadamente, en términos clínicos. Con esta idea tan poco desconcertante simbolizaré el punto de arranque de mi tesis antes adjetivada como dicotómica. Por un lado y desde una perspectiva pragmática, ofreceré una lectura crítica de la literatura sexológica actual que tenemos por paradigmática. Y, por el otro, voy a abordar la caracterización terapéutica de la propuesta metodológica que apenas apunto ahora, previo paso por el desentrañamiento de la arquitectura de mi referente formativo.

 

Con todo, este trabajo carecería de rigor científico si mis críticas y mis propuestas no se ajustaran a determinados hechos, y si, en coherencia con lo que digo profesar, éstos no se circunscribieran a mis casos. Seis casos que dan noticia de las dificultades sexuales de mis consultantes, individuos o parejas, no necesariamente casados, con quienes llevé a cabo distintas sesiones terapéuticas o de esclarecimiento situacional, solicitadas por ellos y no siempre remuneradas. Sin el estudio de casos es inconcebible plantear una razón pragmática para la Sexología. En realidad, la razón pragmática atesora la clave fundacional de todas las disciplinas que representan el espacio clínico.

 

Cada caso consta del resumen de lo acontecido en las sesiones, además de la transcripción de, por lo menos, un documento de los solicitados por mí en su transcurso, así como de un estudio lo suficientemente diferenciado de los materiales precedentes. Cada uno de los casos aquí presentados corresponde a un caso de consulta, y la autonomía que se ha de esperar de todos ellos con respecto a la presente investigación es difícilmente refutable, como luego se verá. Todos y cada uno de ellos representaron para mí y a su debido tiempo una totalidad singular. Es ahora cuando, en su ausencia, los actores de otro tiempo dramatizan un papel que esperemos sea ejemplar de alguna manera.

 

Me gustaría que les fuera reconocido el valor ilustrativo esencial de la dicotomía. Porque a través de ellos me he atrevido a representar —no sin preocupación— una dialéctica al parecer insólita hasta el momento presente. Por un lado, cada uno de los casos muestra que es factible la comprensión de las dificultades sexuales que atraviesan las personas y los grupos en el decurso de su existencia y de sus relaciones, y que la intervención profesional sexológica ha facilitado la inteligibilidad de experiencias que desde tiempo atrás perdieron su significación sexual para ser considerada su expresión en su objetualidad disfuncional.

 

Por otro lado, me concedo la insustituible y poco ordinaria licencia de confrontar, en el escenario correspondiente al estudio de cada caso, los argumentos derivados de la aplicación práctica de mis principios en terapia con aquellos otros que pertenecen al acervo común de los profesionales que comparten el espacio clínico común. Sin embargo, debo de confesar mi preocupación por el sesgo que vaya a tomar la lectura crítica de mi procedimiento cualitativo. Porque he juzgado la improcedencia ética del ensamblaje de mi casuística en cualquier tipo de protocolo comparativo: mi consulta no es un laboratorio biológico.

 

¿Es que acaso pretendo colarme por la gatera? La respuesta es fácil. Si mi praxis es comprensiva, la metodología más oportuna para exponer consideraciones acerca de ella —y, por ende, de una investigación que pretende fundamentar con ellas la autonomía sexológica— es aquella que trata de librar de artefactos —en la medida de lo posible— nuestros rituales profesionales. Una metodología que facilite la categorización laxa de los acontecimientos narrados; su articulación heurística, como secuencias de valor descriptivo o interventivo, en términos espacio-temporales; y su identificación con los procedimientos etnográficos.

 

Problematizamos nuestra vida sexual y la de quienes con nosotros se relacionan. La clave que mejor explica la compulsión hacia el manejo de este estilo de lenguajes es la angustia que desvirtúa la significación sexual de la experiencia, personal o relacional. Una angustia radical que cubre nuestra total existencia. Problematización y angustia cuya ritual y particular comprensión pasa

por la inexcusable y actualizada referencia a la mitología de la diferenciación intersexual que moldea la vida sexual de las personas, incluso para trascenderla en el tiempo y el espacio de sus relaciones significativas.

 

El sexólogo facilita el proceso o el progreso de una inteligibilidad que se prueba en el triple trayecto. En algún momento del mismo, al ceder la angustia de los interlocutores, éstos podrán beneficiarse del cambio funcional que el profesional no persigue. Cambio que éste considera adventicio, frente al primario, representado por el cuestionamiento del lecho multilingüístico que condiciona su vida sexual. El nexo entre las categorías secuenciadas no merece el calificativo de causal, ya que éstas no dejan de ser momentos del correlato de una vida sexualmente problematizada en el ritual terapéutico.

 

Estas son algunas de las principales consideraciones que desarrollaré con mayor amplitud en las páginas dedicadas a mi razón pragmática. Demostraré, en esencia, que ni tan siquiera para ayudar a superar las dificultades sexuales la sistemática clínica es la vía de elección. Que la alternativa propuesta proporciona ventajas relativas a nuestra praxis, porque la comprensión metodológica desproblematiza sexualmente y porque los principios que la perfilan terapéuticamente responden a un abanico mucho más diverso —aunque más realista— de necesidades de cambio o de esclarecimiento responsabilizador.

 

Seguimos situados en el ámbito simbólico de la Sexología, sabedores de que hay que reemprender la singladura. Quebrado en este capítulo el orden lógico que luego sabré mantener —¡la dichosa preeminencia de la praxis!—, anticipo aquí ciertas reflexiones sobre la razón histórica de mi disciplina. Los hechos son la historia, y las historiografías son esa labor constructiva que atañe a su rememoración científica. Con poco más que la enumeración de algunas de ellas, me he permitido formular mi propia concepción estratigráfica. La Sexología reaparece así como ese objeto de impares diseños, constituyentes todos ellos de lo que voy a llamar hecho sexológico.

 

Procediendo estratigráficamente y debajo del nivel que lo objetualiza, situaré el desarrollo historiográfico referido a los registros del hecho sexual humano: la sexuación, la sexualidad y la erótica (Amezúa, 1991), así como el de determinados sistemas de discutida raigambre histórica y sociocultural, como puede ser el caso de la familia, el matrimonio o la pareja, sin olvidar, por supuesto, las delineaciones historiográficas de esas construcciones objetuales de problemática defensa, tales como la identidad masculina, la identidad femenina, las mujeres, el cuerpo, sus fragmentos o aquellos espacios donde se inquiere con viveza todo lo concerniente a la cotidianidad de la vida privada.

 

Desfilarán los autores, extraeré algo esencial de sus textos, hilvanaré mis reflexiones al hilo de su discurso. En aras del aprovechamiento actual de sus productos y de la citada sistemática historiográfica habré de invocar el valor lectivo de todos estos recursos. Lo que a través de tantos registros multidisciplinares se nos representa son los rasgos de una secular y poderosa mitología de la diferenciación intersexual: el hecho sociocultural, e historiográficamente destacable, de la realidad discursiva plurilingüística, que entre todos (personas, grupos, etc.) (re)construimos, y en cuyo lecho concebimos, irremediablemente, la angustia que desvirtúa la significación sexual de nuestra experiencia.

 

Se hace evidente, pues, que la reflexión histórica es una apoyatura fundamental para defender la autonomía, es decir, la existencia real de una ciencia sexológica. Porque las sistemáticas clínicas abordan la problemática sexual humana desde la perspectiva funcional, tratando aquellas disfunciones que retóricamente suelen objetualizar. Porque sus praxis, y los discursos que muestran su coherencia, introducen la consideración disfuncional en la moderna mitología, y la Historia es ubérrima ilustrando los efectos de la problematización mitológica de nuestra vida sexual. La reflexión histórica nos anima a superar el reto limitante de la perspectiva clínica en el seno de la moderna Sexología.

 

En el contexto profesional o académico de las disciplinas científicas se exacerban los debates sobre su clarificación conceptual interna. Los sexólogos también debatimos. Sin embargo, nuestros personajes más conspicuos parecen refractarios a la explicación iatrofilosófica de sus conceptos, aunque los sigan utilizando para describirnos lo mejor que pueden sus seleccionadas vicisitudes clínicas. Navegan las cáscaras de sus términos en una secular corriente retórica, libre de toda dignidad axiológica. Conceptos esenciales que trazaban las coordenadas de una epistemología sexológica se han reconvertido en vocablos huecos de uso —también para los clínicos— improcedente.

 

En mi razón epistemológica, tomo tres puntos de apoyo para demostrar los hechos cuya critica fundamentada asumo. Trato de ilustrar cómo ciertos autores definen la ciencia sexológica, el objeto que para ella propugnan, y el carácter de la relación profesional o científica que con él establecen. Y sus textos no dejan resquicio a la duda, con lo cual sólo me resta dar cumplida respuesta a esas mismas cuestiones, desde la convicción ética de ser congruente con mi praxis terapéutica, y con la reflexión histórica, que reclama la comprensión del hecho sexual frente a las panaceas clínicas y clinicalistas.

 

Distintas disciplinas comparten el espacio clínico. Al ámbito simbólico de la Sexología le corresponde la asistencia pedagógica y terapéutica de nuestra vida sexual, un desdoblamiento de funciones que pone en tela de juicio el monopolio de la retórica clinica y el de la praxis que lo sustenta y anima. A partir de las tres razones citadas, voy a tratar de demostrar la improcedencia del decantamiento clínico de los sexólogos ante nuestras dificultades sexuales. La reflexión histórica deslegitima la problematización mitológicamente reproducida. La praxis clínica incide en ella, y el agostamiento aflora en los términos de su apología.

 

La sensibilidad ante los resultados del ejercicio multidisciplinar de la interpretación histórica; mi dedicación desde hace más de diez años a una praxis sexológica cuya solvencia resolutiva —incluso funcional— demuestro en algunos de los casos aquí presentados; y la clarificación de los conceptos usuales en nuestro ámbito, de tal modo que se hagan aceptables en otros contextos científicos que nos son próximos, dentro de la comprensión o del espacio virtual de la clínica, avalan la defensa de una vía autónoma para la Sexología. La única que, por trascender con su discurso los límites de la especialización clínica, podría llegar a garantizar su existencia como auténtica disciplina.

 

INDICE

Nota

Prólogo

Introducción

Glosario

  1. RAZON HISTORICA 23
  2. 1. Historiográfica 23
  3. 2. Del hecho sexológico 27
  4. 3. Del objeto sexológico 33
  5. 4. De las intervenciones sexológicas 40
  6. 5. De los personajes 46
  7. 6. Del valor lectivo de la Historia 55
  8. RAZON PRAGMATICA 59

2.1. Metódica 59

2.1.1. Introito metodológico 59

2.1.2. En el espacio clínico 62

2.1.3. Hacia la verstehen 68

2.1.4. La entrevista sexológica 74

2.1.5. Los documentos demandados en Sexología 84

2.2. Terapéutica 89

2.2.1. Envolventes y enfrentadas espirales 90

2.2.2. En el espacio social 93

2.2.3. Panaceas clínicas, discursos clinicalistas 100

2.2.4. Críticas psiquiátricas, reflexiones sexológicas 109

2.2.5. Las propuestas práxicas de una sexología 120

2.2.6. Principios de la praxis sexológica 130

2.3. Casuística. 135

2.3.1. La selección de los casos 135

2.3.2. El análisis de los datos 142

2.3.3. Las hipótesis 147

2.3.4. Crónica de la casa de muñecas 152

2.3.4.1. Caso TM y BM 152

2.3.4.2. Caso S y A 160

2.3.4.3. Caso Kx y Ky 177

2.3.5. Crónica de la cosa de hombres 201

2.3.5.1. Caso NA 201

2.3.5.2. Caso EA y LM 208

2.3.5.3. Caso VA y IM 231

2.4. Del valor lectivo de la praxis 242

  1. RAZON EPISTEMOLOGICA 245
  2. 1. De su eticidad 245
  3. 2. De las miradas clínicas 250
  4. 3. De la identidad sexológica 260
  5. 4. Del objeto sexológico 262
  6. 5. De la intervención sexológica 269
  7. 6. Fish eye 277

 

Bibliografía 281

 

 

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