El ser humano sabe desde sus inicios que nombrar las cosas es tener poder sobre ellas. Nombrar algo es un signo de poder que permite describir, calificar o descalificar, y en la mayoría de los casos, poseer. Lo mismo pasa con las personas, nombrarlas permite calificarlas y esto, consecuentemente es la puerta de entrada a clasificarlas, jerarquizarlas, incluirlas o excluirlas, y en muchas oportunidades valorarlas por esos anteriores argumentos.
Vicioso, pecador y delincuente, han sido por muchos años formas de referirse a los sujetos sexuados gracias a matices y particularidades discordantes con el Orden Sexual establecido. En pleno siglo XXI, estos epítetos aparentemente desaparecidos han dado paso a nuevas calificaciones como “enfermos” o “dis-funcionales”, que no son otra cosa que eufemismos avalados por las ciencias médicas y psicológicas al servicio del Orden Sexual imperante.
Siempre que alguien tema, le preocupe, le genere angustia la gravedad de una patología o una disfunción, hará parte del juego de estas ciencias. Pero, si nos detuviéramos a comprender que la gran mayoría de estos problemas “graves” no son sino problemas comunes a todos los individuos y que lo que hace falta es informar-se y educar-se al respecto, se fracturará la a-normalidad y se dará paso a la normalidad, entendida tal, como lo que le puede suceder a la mayoría de los sujetos sexuados.
Este primer paso desde la educación abre una puerta superior a Las Curas o Las Reparaciones, y es un reto a dilucidar Los Orígenes y Las Explicaciones. Así, los sujetos sexuados estarán cada vez más lejos de las historias clínicas y más cerca de las biografías sexuales, así se liberará a los sexos, despatologizándolos, des-pacientizándolos.
Si se deja de nombrar a los sujetos sexuados, se deja de calificarlos usando las investiduras o los sacerdocios que otorgan las ciencias, si se abdica a ese poder, se le estará entregando la posibilidad al sujeto de ser ya no un vicioso, enfermo, pecador o dis-funcional, sino alguien que puede aprender de su Hecho Sexual, que puede auto-comprenderse y auto-resolver aquella dificultad que por alguna razón le genera molestia pero que no lo marca ni lo define. Con esto, comprenderá que hay una diferencia muy grande entre SER dis-funcional y TENER una dificultad. ¡Menuda tarea educativa la que hay que emprender!
Rupturas necesarias
Romper esa dicotomía entre los problemas y comprender que la vía no es tratar de explicar si el origen es psico o es soma, es una necesidad apremiante. Los problemas comunes o las dificultades comunes no son de origen psico o de origen soma, son de origen biográfico, y a los sujetos hay que entenderlos como tales, como sujetos atravesados transversalmente por su biografía sexual, por el sexo que se ES y su consecuente sexuación permanente.
Razón tenía Ellis cuando se refería a que los sexos ofrecen más variedades cultivables que trastornos curables, y no se puede permitir que se sigan convirtiendo en problemas especiales lo que son dificultades comunes, olvidando de paso, las variedades cultivables.
Como educadores sexuales, tenemos que liberarnos de la tiranía del diagnóstico, para acercanos con paso firme y seguro a la episteme de los sexos. Si bien, algunas de las veces la educación no será suficiente y se tendrá que recurrir al asesoramiento o incluso a la terapia, si se logra que el sujeto sexuado comprenda que tiene un problema, la mayoría de las veces común y solucionable, pero que éste no lo define como sujeto sexuado, que es un accidente en su biografía sexual, estaremos haciendo nuestro verdadero trabajo como sexólogos. |